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QUEREMOS A LOS MEJORES

QUEREMOS A LOS MEJORES

Hay personas que mantienen las mismas utopías de siempre, como si las hojas de su calendario no conocieran el otoño y la verdad de la vida cotidiana siguiera ocupando el punto ciego de tu globo ocular, dando la espalda a la terca realidad.

Después de perder el pelo detrás de las orejas y chamuscar la cisura de Rolando de tanto pensar, he concluido que el mundo sería diferente si en todas las cúpulas del poder estuvieran los que deberían estar, y no la manada de centauros y centaúrides que hay bostezando, coceando y trapicheando en sillones institucionales, tapizados con gotas de sudor ajeno.

Conseguir que nos dirijan los mejores es la gran quimera en este país. Como lo son también la honestidad en la vida pública, la igualdad de oportunidades, el respeto a otras ideas, la libertad de opinión, la protección del débil, la independencia del poder judicial o la aplicación del principio fundamental de mérito y capacidad para seleccionar los candidatos que promocionan internamente en la administración pública  ¿Pero os habéis creído? Nada es como pensáis, ni como debería ser.

Si los puestos técnicos en la administración estuvieran ocupados por los más capacitados para ejercerlos, la prevaricación en las comisiones de selección no formarían parte de nuestras conversaciones diarias. Si los dirigentes políticos fueran seleccionados entre los ciudadanos más capaces y honrados, no estaríamos en el ranking  de países con más amiguismo y corrupción. Si todos los jefes de departamentos universitarios fueran como deberían ser, García Calvo nunca hubiera propuesto la demolición de la Universidad. Si los responsables educativos se parecieran algo a don Francisco Giner, otro gallo cantaría a nuestra educación. Si las autoridades locales imitaran el estilo de Filiberto Villalobos, habría mayor entendimiento ciudadano y menos crispación política. ¿Sigo?

Lo triste es que para ocupar un cargo en este país hay que dar muchas cabezadas al cabo del día, llevar durante años la cartera del jefe, reírle sus estúpidas gracias, soportar su mal humor, hacerle el trabajo sucio, tragar más sapos que las grullas y arrastrarse como culebras, si se pretende hacer en el futuro la tarea que ahora realiza el jefecillo de turno.

El trepa que busca acomodo en un cargo directivo debe hacer voto de obediencia a sus promotores como única forma de sobrevivir a su incurable, penosa y mutilante incompetencia natural. Ineptitud que debe ocultar a sus inferiores engolando la voz para darle más resonancia gutural, apelando al Boletín Oficial para ejercer el poder porque su liderazgo natural no alcanza la patatera rosquilla de su líder cósmico.

Estos dirigentes, que van acomodando en poltronas a los que sostienen con más fuerza entre sus dientes el carné del partido; y que silencian con amenazas subliminales a los disidentes, se equivocan pensando que ese es el mejor camino para hacer grande a la España que fingen defender, porque los discursos no engrandecen al país ni lo liberan de la mediocridad, algo que se consigue situando en puestos de gestión a los ciudadanos más competentes para ejercerlos, aunque no lleven rosas o gaviotas en la solapa.

Pero los que todavía seguimos creyendo en un país gobernado por los mejores, mantenemos en el pebetero de nuestra vida la antorcha de la esperanza y lucharemos por convertir en necesario lo que hoy se nos antoja inalcanzable quimera.