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INMIGRANTES

INMIGRANTES

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Una vez más, madrugan conmigo los inmigrantes, al ser ellos la parte más débil de esta sociedad enferma, porque al riesgo físico de disparos, concertinas y ahogamientos, suman el alejamiento familiar, la explotación laboral, el abandono de las costumbres, la indefensión legal, el desabrigo cultural, y, en muchos casos, sufren paro, desprecio, xenofobia y desamparo en la tierra prometida.

Sólo quienes hemos pasado muchos años en diferentes países como emigrantes, -aunque fuera de lujo-, podemos imaginar lo que supone para un trabajador inmigrante desvalido, el desarraigo de su tierra por razones de subsistencia, que sobrevive en un país con diferente idioma, costumbres, leyes y creencias.

Los países del norte que explotan las materias primas del sur, obligan a los sureños a exiliarse al norte donde son tratados como galeotes, comprada su hambre por tres denarios de hojalata, hipotecada su vida con despreciables servidumbres y doblegada su alma con amenazadoras deportaciones.

España, que envía a sus hijos al mundo negándoles aquí el futuro, se hace la estrecha con los trabajadores que recibe, se engalla con los inmigrantes, endurece la ley, retira tarjetas sanitarias, acuchilla las entradas y los hacina como apestados en dependencias infrahumanas hasta deportarlos a la hambruna de donde proceden, si antes no se han perdido en cárceles o vendiendo su cuerpo por las esquinas.

LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

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Los nazis decidieron situar a 45 km de Cracovia el mayor campo de concentración y exterminio de cuantos construyeron en Europa, estigmatizando así la nación polaca como espacio singular de irracional barbarie, poco después de invadirla en 1939, al comenzar la Segunda Matanza Mundial.

El 20 de mayo del siguiente año, abrió Auschwitz sus puertas a los condenados por capricho xenofóbico, diferencias ideológicas o pertenecer a razas impuras, prohibiendo la entrada a la justicia, desterrando la libertad y encerrando en celdas de castigo los derechos humanos más elementales.

En Auschwitz fueron gaseados en negras naves de ignominia, más de dos millones de seres humanos, la mayoría de ellos judíos allí deportados, junto a otros prisioneros de guerra y disidentes, a los que se sumaron quinientos mil muertos más, fruto del hambre, las enfermedades, el frío y las torturas.

El cinismo de los matarifes les llevó a poner en el frontispicio de entrada a los diferentes campos del “complejo residencial” de Auschwitz un rótulo escrito por las SS, que daba la malvenida a todos los condenados con la frase: “Arbeit macht frei”, es decir, “El trabajo os hará libres”, que traducido a su lenguaje decía: “De aquí no saldréis vivos”.

Y así sucedió para todos internos que durmieron hacinados es sus barracones, antes de pasar a los hornos crematorios para destilar humo funerario en las páginas más negras de la historia de la humanidad, hasta que el ejército soviético liberó a los condenados que allí quedaban el 27 de enero de 1945, fecha de la esperanza y del fin de la barbarie, que permanecerá siempre en nuestro recuerdo, como propuso la Unesco declarando este símbolo del holocausto como Patrimonio de la Humanidad en 1979.