PROFETA REDENTOR
Se cumplen ya veinticinco años que el santo libertador de la pobreza, Ignacio Ellacuría, fue obligado en El Salvador a dejar abandonada su lucha por la paz, a cambio de ocupar una página en la historia y el espacio merecido en los altares populares, gracias a los usureros financieros y descerebrados militares que ordenaron al vesánico coronel René Emilio Ponce reunir a lunáticos del batallón Atlácalt, para ametrallar cobardemente al mayor defensor del pueblo salvadoreño.
El jarrillero portugalujo Ellacuría fue escritor, filósofo y catedrático, para el mundo intelectual. Hombre de Dios, teólogo ético-profético y jesuita, para la Iglesia. Pero fue, sobre todo, alma generosa, corazón amante y valiente espíritu, que vivió la doctrina cristiana encarnada en los hermanos, lejos de alfombras, capelos, mitras, casullas, báculos, intrigas vaticanas, lujos y poderes temporales, porque el reino de Dios estaba donde Ignacio lo encontró.
Los ordenantes de la matanza y los salvajes matarifes ignoraban que con sus mandatos y disparos daban vida eterna a quien asesinaron a balazos, porque su incapacidad mental les impidió ver la realidad de una santificación popular que Ignacio se ganó con el brutal acribillamiento que sufrió, junto a los que allí quedaron a su lado encharcados de sangre.
Este luchador por la paz y libertador de los pobres, merece hoy un recuerdo agradecido por su testimonio de entrega generosa a una causa que la Iglesia jerárquica ha dado por perdida hace siglos, sostenida por fieles católicos que trabajan en silencio en las barricadas de la vida siguiendo el ejemplo de Ellacuría y todos los santos ignorados que han dado la vida por sus hermanos.