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NUEVO ABUSO POLÍTICO

NUEVO ABUSO POLÍTICO

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Hacer mal uso de algo, utilizándolo de forma excesiva, injusta o indebida, es abusar de quienes sufren las consecuencias de esa mala utilización. Es decir, que si un político hace mal uso del dinero que pertenece al pueblo, está abusando del poder que los ciudadanos le otorgan en las urnas, y merece castigo por ello, aunque una coraza de impunidad le libre de la sanción.

Ha sido mucho el despilfarro institucional habido durante años y excesiva la potestad de los políticos para disparar con pólvora ajena, meter la mano en la caja común, malversar fondos públicos y abusar de la democracia hasta pervertirla, convirtiéndola en una meretriz vendida al mejor corruptor.

La noticia que ha rodado desde Sevilla al cabo de Creus, pasando por Peñas, Finisterre y Tarifa, hasta terminar en Gata, ha dejado a los ciudadanos honrados sin aliento ni capacidad de respuesta, al enterarse que la Junta de Andalucía va a pagar la defensa de los altos cargos imputados en el fraude de los EREs., porque así lo autoriza el Reglamento del Servicio Jurídico del Estado, según ha dicho el portavoz del ejecutivo andaluz, don Miguel Ángel Vázquez Bermúdez.

Ante tal situación caben tres reflexiones:

1ª. La Junta de Andalucía no pagará nada, sino que el gobierno andaluz tomará – sin pedir permiso – dinero de los contribuyentes para hacer efectivo el pago de la defensa a los presuntos delincuentes que robaron el dinero destinado a quienes van a pagar los gastos.

2ª. Un Reglamento no puede contemplar la posibilidad de que los ciudadanos paguen los gastos originados por la defensa judicial de imputados en un fraude y hurto de dinero que pertenece a los propios ciudadanos que pagan la defensa de quienes les han perjudicado.

3ª. El pago de la defensa lo ha decidido un Gobierno formado por hipotéticos defensores de los trabajadores pertenecientes al PSOE e Izquierda Unida, con el fin de proteger a presuntos defraudadores y ladrones del dinero que pertenece a los trabajadores.

No es que vivamos en un mundo al revés, habitamos un mundo enrevesado por la malicia, pervertido por la ambición, dominado por el cinismo y capitaneado por un grupo de abusadores que campan por sus respetos pisoteando la voluntad popular y los derechos ciudadanos, con impunidad insultante y soberbia desmedida.

IMPUNIDAD

IMPUNIDAD

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La falta de castigo para quienes cometen delitos es el mayor daño que sufre la  justicia al desigualar los ciudadanos ante ella, sin que estos puedan hacer nada por evitarlo, salvo consolarse en la mentira oficial de que todos somos iguales ante la ley.

La impunidad de algunos bandoleros ofende a la condena de los reclusos y representa el injusto beneficio que se otorga a ciertos delincuentes liberándoles de sufrir el castigo que merecen, pues la exención de la pena merecida es el premio que reciben los malhechores por realizar sus fechorías.

Supone también un acicate para potenciales forajidos, animándoles a cometer acciones semejantes siguiendo el ejemplo de los impunes transgresores, convencidos en la liberación de su pena, sobre todo si los desmanes se hacen desde una poltrona política o financiera.

Hoy sale gratis violar la ley a muchos infractores de guante blanco y mano negra, que roban y estafan sin dar cuentas a nadie, sabiendo que la dama desequilibrará la balanza y se quitará la venda para mirar hacia  otro lado ante la indignación popular que nada vale, pues los infractores tienen luz verde para hacer cuanto les plazca.

Es la democracia quien paga los platos rotos y las consecuencias de la impunidad que disfrutan los bandoleros políticos y financieros, cuando los tribunales de justicia utilizan las leyes para amedrentar al pueblo exigiéndole su cumplimiento con sentencias condenatorias, mientras otorga a las cúpulas dirigentes la impunidad, como trofeo a sus diabluras.

APALABRADOS

APALABRADOS

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Apalabrar es el concierto que hacen las personas de palabra, por el cual se comprometen a mantener entre ellas un determinado compromiso, quedando apalabrados los sujetos que sellan el pacto. Pero también, apalabrados es un divertido juego virtual con el que  pasan el tiempo algunos diputados populares de la comunidad de Madrid, despreciando el dolor de los enfermos, la indignación de los sanitarios y el desacuerdo de los madrileños con la privatización de la sanidad que se estaba votando, mientras esos dos caraduras jugaban despectivamente con el sufrimiento de quienes les han sentado en una poltrona que no merecen.

Pero no es lo más grave que Bartolomé González y María Isabel Redondo hayan cometido un pecado político tan vulgar, trapacero, vasto y grosero, sino que la petición de clemencia solicitada por ellos les haya sido concedida, sin tener en cuenta que su delito no merecía el perdón político otorgado.

Este nuevo ejemplo de perversión democrática que ha permitido asociar al pecado político el inmediato indulto, redimiendo a los burladores de la expulsión inmediata del escaño, hace pensar en apalabramientos y chantajes internos que justifiquen la impunidad de tales acciones, eximentes del castigo y penitencia que merecen.

Las palabras de la apalabrada María Isabel Redondo: “Lamento mucho lo sucedido. No volverá a suceder. Lo siento”, nos recuerdan las que indultaron de su castigo al rey, exigiendo la diputada el mismo perdón concedido al monarca, porque la justicia política debe ser igual para todos. ¿O no?, pregunta la señora.

TAMBIÉN SE NOS FUE MARÍA TERESA

TAMBIÉN SE NOS FUE MARÍA TERESA

Era previsible, pero también se nos fue María Teresa sin haber comenzado a vivir, cuando la juventud de sus veinte años era preludio de larga felicidad junto a su familia y amigos. Ha volado María Teresa de esta vida al encuentro de Katia, Rocío, Cristina y Belén, dejándonos huérfanos de justicia, mientras los culpables señalan con el dedo al que tienen enfrente para eludir el castigo que merecen.

El dolor, indignación y lágrimas que el aplastamiento de cinco niñas en el Madrid Arena ha provocado, contrasta con la impunidad y cobardía de quienes pudieron evitar esas muertes y no lo hicieron. Empresarios sin escrúpulos, cegados por la codicia, en complicidad con irresponsables políticos que ahora huyen de la quema como las ratas de un naufragio.

La muerte ayer de María Teresa ha provocado la suspensión temporal de la falsaria comisión de investigación municipal con que los populares pretenden engañar a los ciudadanos, maquillando el incumplimiento de obligaciones legales de los compañeros políticos que pastan con ellos en el pesebre del cinismo, la soberbia y la mentira.

La imágenes de la tragedia son tan elocuentes que no admiten discusión posible sobre los hechos que se empeñan en negar los organizadores del funeral. Las declaraciones de policías, sanitarios y bomberos evidencian la negligencia política de los que pretenden escurrir el bulto. Y las palabras de los supervivientes niegan el indulto a los comisionados de la farsa y cierran las puertas de la misericordia hacia quienes asientan sus posaderas en inmerecidas poltronas municipales.

LA FUERZA DEL MIEDO

LA FUERZA DEL MIEDO

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El miedo no es más que una perturbación angustiosa del estado de ánimo de cada cual, a la que se llega cuando nos acecha un riesgo o un daño que puede ser real o imaginario. Sentimos miedo por el recelo o aprensión que tenemos a que nos suceda lo contrario que deseamos.

De esta forma, el miedo mutila la esperanza, oscurece la voluntad, anula la razón, nubla el pensamiento, incapacita para la acción, genera resignación y anula la rebeldía. Esto lo saben bien quienes explotan el miedo colectivo en su propio beneficio, haciendo de la injusticia nuestra condenación.

El miedo es el gran nubarrón que oscurece las iniciativas. El responsable de que hagamos lo contrario a lo que nos dicta la conciencia.  La palabra que habla por nosotros obligándonos a decir lo contrario de lo que pensamos. El miedo es, en definitiva, quien nos lleva a los dioses, somete nuestros deseos a la voluntad ajena y justifica la obediencia debida.

Es fácil concluir, pues, que el miedo al castigo nos condena al silencio. El miedo a la muerte nos amarga la vida. El miedo a movernos nos lleva a la parálisis. El miedo a protestar nos reduce a la impotencia. El miedo a recordar la historia nos produce amnesia. El miedo a caminar en las manifestaciones nos produce cojera. El miedo a coger las riendas nos deja mancos. El miedo a pedir justicia nos hace mudos. El miedo a escuchar la voz de los sin voz nos vuelve sordos. El miedo a ver la realidad nos deja ciegos.

Y así, cojos, mancos, mudos, ciegos y sordos, vamos con nuestro miedo a cuestas por la vida mientras los beneficiarios del temor colectivo se hacen dueños de nuestras vidas, manteniéndonos escondidos tras los visillos de las ventanas domésticas, sin atrevernos a salir a la calle, esperando con resignación de corderos la llegada del ángel exterminador que nos lleve al matadero.

VIERNES DE DOLORES

VIERNES DE DOLORES

Es difícil encontrar mayor prueba de identidad ideológica entre el gobierno popular y la cuaresma católica de la mostrada por los validos gubernamentales, que han transformado las reuniones semanales del Consejo de Ministros, en viernes de dolores para los ciudadanos, donde a la incertidumbre del castigo que se nos viene encima se une el dolor de la sanción, sin que nadie pueda redimirnos de un pecado que nunca cometimos.

No obstante, tiene su gracia al macabro dolor de amanecer cada viernes con la duda de saber si al terminar la asamblea de la Junta Recortadora, mantendremos la ropa o quedaremos sin calzoncillos, descamisados y con los pantalones en la mano, – es decir, en paños menores -, por efecto de un nuevo tijeretazo, tan lacerante como inesperado.

El actual gabinete está consiguiendo hacer realidad el cuento de la ratita, llevándonos de recorte en recorte y de susto en susto, a la espera del hachazo definitivo que termine por decapitar el pequeño resto de esperanza que nos queda en una salvación imposible.

Lo que no sabemos es si nos quieren dulcificar el tormento dándonos los recortes a pequeñas dosis semanales, o si el ejecutivo no sabe por dónde va y camina improvisando sobre la marcha los tajos, a la espera de un milagro celestial que no llegará nunca.

No obstante, deben tener cuidado los leñadores que cortan y dan leña, porque tanta  agonía interminable puede terminar con la rebelión de los agonizantes, dispuestos a quemar las naves para que no puedan ser utilizadas por quienes navegan en ellas aumentando cada viernes la desesperación de galeotes condenados sin causa, sin culpa y sin razón.