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Etiqueta: carpe diem

EL SER HUMANO

EL SER HUMANO

bueno

El oficio más antiguo que existe no es el de ramerío sino el de ejercer como ser humano, algo que no se hace por voluntad propia, sino impuesto por deseo de los progenitores que deciden traer al mundo descendientes, para complacerse en los sucesores y prolongar la especie humana.

El ser humano es un extraño omnívoro, travestido del mono, algo trastocado, bastante trastornado y muy deformado. Perecedero sin redención, bípedo contingente, codicioso insaciable, mártir de sí mismo, soberbio con la naturaleza, inquilino de la Tierra, presunto omnisapiente, náufrago en la vida y cuadrúpedo mental que tropieza cien veces con la misma piedra.

Ejecutor de tareas básicas comunes a otros seres celulares, nace, crece, se reproduce, muere, desaparece y es olvidado, por mucho que pretenda alojarse en la memoria generaciones posteriores y hacerse eternamente perdurable en ficticios paraísos celestiales de felicidad perpetua.

El ser humano viaja sin sexo definido con su eterna insatisfacción sobre los hombros, curioseando por los escaparates en busca de la eterna juventud y la vida perdurable en la pasajera existencia, oponiéndose al inútilmente al ineluctable destino que le espera.

Camina perdido en soledad, sin brújula vital que le oriente, con careta de júbilo para ahuyentar temores y buscando asidero en la prisa de cada día, pretendiendo lograr su particular carpe diem en la agitación que esteriliza el proyecto de regresar a la paz amparadora del vientre materno, donde la sangre nutre la esperanza del renacimiento.

Ignorante de su procedencia y su destino, el ser humano es ajeno a su eventualidad, íntegramente perfectible, genéticamente contradictorio, autocoronado rey del universo con aspiraciones divinas y ambición de eternidad, ignorando que su extinción beneficiaría a la propia especie y al resto de seres vivos, como testifican las guerras y el deterioro de la naturaleza que provoca con sus acciones.

ACORDAOS DE VIVIR

ACORDAOS DE VIVIR

A veces conviene hacer un alto en el camino, detener los pasos, levantar la cabeza y mirar alrededor. Es necesario, de cuando en cuando, respirar hondo, moderar el ánimo, serenar el espíritu, examinar la conciencia, madurar los proyectos y sacar lecciones de experiencias propias.

Esta sencilla terapia permite clarificar la situación, despejar la niebla y retomar con más fuerza la vida, tras reflexionar sobre la falta de nuevas oportunidades existenciales en paraísos existentes sólo en los catecismos. No, amigos, no debemos aspirar a una vida mejor después de haber vivido, ni tampoco en tiempos futuros terrenales.

Pasamos la vida esperando lo mejor del futuro sin darnos cuenta del tiempo perdido anhelando la felicidad que hemos ido postergando, hasta que la aspiración a una vida descansada y feliz se centra en la jubilación, sin terminar de cumplirse el deseo porque los huesos oponen resistencia y las deserciones de familiares y amigos no ayudan a preparar el camino, retrasando la llegada de la vida que hemos esperado toda la vida.

Apartad, pues, los «después»,  “luegos”, “más tarde”, “cuando…”, y aprovechad el momento actual, tratando de encontrar el mayor bienestar aquí y ahora, porque el futuro a nadie pertenece, pero somos dueños absolutos del presente. Sed felices hoy porque la vida pasa al galope como un tren desbocado por la estación, sin detenerse a recoger viajeros despistados con el futuro que no alcanzarán nunca, porque cuando llegue será ya presente.

Dicen que la muerte es la gran socializadora porque a todos nos iguala, llega en las mismas condiciones y la afrontamos con idéntica soledad, pero también la felicidad socializa todo al no estar en venta, ni poder comprarse en taquilla alguna.

«Hay que vivir» dice la canción, y «Carpe diem» pregona el popular eslogan sin la fuerza necesaria para convencernos, porque los arponazos ideológicos infantiles dejan algunas huellas imborrables de cielos inexistentes fuera de las pilas bautismales.