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RESULTADOS ELECTORALES

RESULTADOS ELECTORALES

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A pocos meses de la catarata electoral que se avecina, es buen momento para comenzar las reflexiones sobre distintos aspectos que configuran los procesos electorales, como son las leyes que los rigen en nuestro país, las candidaturas partidistas, la campaña electoral, los resultados y las consecuencias, comenzando por una primera petición inalcanzable, cabeza visible de las que vendrán después, tan quiméricas como necesarias, que no recibirán luz verde parlamentaria.

Conviene poner atención al analizar los resultados electorales o consultas de opinión ciudadana, cuando los datos finales de la votación o las respuestas a preguntas se expresan en porcentajes, porque esto puede dar lugar a equívocos si faltan los datos numéricos de participación en el proceso.

Afirmar que la inmensa mayoría de participantes, representada por el 66,6 %, está de acuerdo o en desacuerdo con algo, dice poco a favor de esa votación, ya que puede tratarse de una muestra formada por un censo de tres personas, en la que dos opinaron una cosa y la tercera la contraria, invalidándose el resultado por razones obvias.

Situaciones como la anteriormente caricaturizada y otras similares, obligaría en todas las votaciones a fijar un porcentaje mínimo de participantes censados en la misma para validar una consulta, con objeto de evitar que una minoría de ciudadanos decida por la todos los vecinos, aunque esa condición tenga pocos visos de hacerse realidad.

En ocasiones, la situación es aceptable, aunque no esté fijado un porcentaje mínimo de participación, como está sucediendo en las elecciones generales celebradas en España, con un porcentaje de participación en torno al 70 % del censo. De hecho, en las elecciones de 2011 fue del 68,94 %; en 2015, el 73,2 %; y en 2016, participaron 24.161.083 representando el 69,84 % del censo electoral.

Pero no siempre sucede esto. Así, por ejemplo, en la aprobación del Estatuto Catalán se proclamó que fue aceptado por la mayoría absoluta de catalanes con el 73,24 % de los votos, sin dejar claro que se abstuvo de votar la mayoría absoluta de la población, pues de un censo de 5.310.103 catalanes, solo participaron en la votación 2.594.167, minoría absoluta representativa del 48 % del censo, es decir, que todos los ciudadanos catalanes tuvieron que aceptar el Estatuto aprobado por una minoría de ellos.

Algo parecido ocurrió en la consulta promovida por los dirigentes de la organización política Podemos para decidir si sus dos principales líderes debían seguir en sus puestos orgánicos o abandonarlos. En la página Web de la organización se aportaron entonces los siguientes resultados: “Sí: 128.300 votos (68,42 %); No: 59.224 (31,58 %); con 652 votos en blanco, sobre un total de 188.176 votantes”. Esa es toda la información que aportaron, pero convendría que hubieran dicho también que los inscritos eran 487.772, es decir, que solo votaron el 38,6 % del “censo” ocultando su opinión 299.596 inscritos (el 61,4 %) por razones que van desde el desinterés por el tema planteado hasta lo que cada cual pueda imaginar sobre la continuidad de Irene y Pablo. Si sumamos los inscritos silenciosos a quienes votaron “No” o “en blanco”, nos resulta que apostaron por la continuidad de la pareja 128.300 inscritos, representativos del 26,3 % de ellos, expresando su disconformidad o expresivo silencio 359.472 personas representantes del 73,7 % de los inscritos. Recordemos que en los Anexos I y II de los Estatutos de Podemos se establecen distintos porcentajes mínimos de participación según las particularidades de la votación: 0,2 %, 1 %, 3 %, 10 %, 20 %, 25 %, 30 %.

Estos dos últimos ejemplos son una muestra de los muchos que podríamos recoger, aunque no invaliden las reglas democráticas, pero tal vez convendría fijar un porcentaje mínimo de votantes para validar una consulta, sobre todo si esta tiene singular importancia para los ciudadanos a quienes va a afectar la decisión tomada, siendo conscientes del riesgo que propuesta representa.

Ni la Constitución ni la Ley Orgánica del Régimen Electoral General vigente desde el 17 de enero del presente año, contemplan un porcentaje mínimo de participantes en los procesos electorales. Tampoco la Comisión de Venecia en su Código de Buenas Prácticas establece ese porcentaje mínimo de participación y aprobación, lo que permite concluir que en España todas las elecciones son válidas, sea cual fuere el número de ciudadanos que participen en la votación.

La reflexión sobre las listas cerradas elaboradas por los partidos políticos para su propio uso, merecen enciclopedia aparte, en la partitocracia que tenemos.

SOBRE EL LIMO

SOBRE EL LIMO

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Tendido sobre el limo donde nos obligan a sobrevivir los mercaderes de vidas ajenas, contemplo el lodo que nos envuelve sin poder anticipar un final a la resignación compartida, porque el cieno nos impide levantar el vuelo como aves fénix y alzarnos sobre los escombros con un abrazo solidario que haga posible la resurrección.

Ello no será posible mientras el tubo de ensayo se empeñe en confirmar que las gotas de lluvia son idénticas en todas las latitudes, mientras dos lágrimas de diferentes pupilas son esencialmente distintas, aunque ambas estén constituidas por el mismo fluido lacrimoso.

No puede culparse al azar de que la luna ruede herida por un cactus, ni es responsable el colibrí de que las espinas se hayan trasplantado de los cardos a las rosas, porque quienes han desviado el rumbo del dolor son los mismos que deformaron el pensamiento en las carpintería evangélica, extirpando con gubias los nudillos de quienes llamaron a la puerta de la justicia social.

Sabed, amigos, que las flores tienen color, aroma, encanto y belleza, pero unas celebran desposorios y otras entierran a los muertos; unas acompañan suntuosas ceremonias palaciegas y otras destilan savia roja de amapolas en las chabolas; unas palidecen en las fotografías en sepia y otras verdean en los amores adolescentes.

Y la misma campana que hoy festeja una vida nueva congregando a todos los vecinos al sur de la espadaña, mañana reunirá a los mismos asistentes con golpes de badajo funerario para ahogar el aire silvestre en el cementerio, provocando tempestades de cuarzo sobre los adoquines y confundiendo la estela de los cometas con dentaduras enajenadas que huyen del seno de la vida a la tierra madre.

VOTAR Y OPINAR

VOTAR Y OPINAR

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Votar en unas elecciones democráticas consiste en otorgar la confianza a un candidato presentado a representar al pueblo, es decir, expresar de forma secreta la preferencia de cada cual mediante una papeleta electoral introducida en la urna. Además, opinar, consiste en expresar el parecer personal sobre algo cuestionable, sin certera evidencia.

Por otro lado, voces sabias y democráticas aseguran sin vacilar que una grandeza democrática consiste en dar el mismo valor a cada uno de los votos emitidos por los ciudadanos, de manera que cada votante puede optar libremente por entregar su papeleta al candidato que prefiera. Dicho esto, vamos con el juego.

Si polemizan los políticos en campaña electoral, ¿por qué no vamos a discutir civilizadamente los ciudadanos sobre aspectos electorales dignos de reflexión? Abramos, pues, la polémica, con el único animo de animar el debate, agitando pilares democráticos y provocando réplicas intelectuales que nos enriquecerán a todos.

La democracia otorga  libertad de opinión a todos los ciudadanos para que cada uno diga lo que quiera sin ofender al prójimo, lo cual permite opinar a todos los vecinos, permitiéndome decir que el voto no es más que una opinión personal e intransferible, traducida en papeleta electoral que se introduce en una urna a través de una rendija, para decir de forma anónima quién debe ocupar el cargo político que se somete a votación, siendo emitido el veredicto de acuerdo con la opinión subjetiva del votante.

Hasta aquí todos conformes, pero demos paso a la polémica admitiendo que todos los votos tienen el mismo valor, pero negando que todas las opiniones valgan lo mismo y deban ser tenidas en cuenta de igual forma, ya que la inteligencia y el nivel de conocimientos de los opinadores determina el valor y mérito de los veredictos pronunciados sobre la cuestión objeto de consideración.

Vale que todos los ciudadanos tenemos derecho a opinar sobre lo que nos apetezca, pero no todas las opiniones tienen el mismo valor, ni deben ser tenidas en cuenta de igual forma, porque los conocimientos, la experiencia, el talento de las personas y su personalidad, determinan el valor de las opiniones y el respeto que merecen, aunque algunas no merezcan ningún respeto porque quienes lo merecen son las personas, no las opiniones, por mucho que aspiren a ser respetables.

Es decir, si aceptamos que el voto es una forma de opinar, y que las opiniones no tienen el mismo valor, es difícil aceptar que los votos otorgados por los diferentes ciudadanos valgan lo mismo, concluyendo que las elecciones democráticas son un fraude de imposible solución.

Queda abierto el debate y el desacuerdo. ¿Quién toma la palabra?

¿PACIENCIA O BARRICADAS?

¿PACIENCIA O BARRICADAS?

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En plena campaña electoral mi voluntad se mueve confusa entre aguantar pacientemente los envites que van a llegarnos de los mitineros, o pedir ayuda a los vecinos para montar barricadas, preludio de una revolución que nos lleve a tomar la bastilla política, hoy en manos de ineptos esféricos, es decir, personas incapaces por donde quiera que se las mire.

La razón que gobierna mi cerebro orienta las neuronas por el recto camino de la cisura de Rolando donde las leyes democráticas tienen el asentamiento, sugiriéndome paciencia, es decir, capacidad para sufrir y padecer lo que venga, sin alterarme. Pero el instinto que mueve mis vísceras, alienta en el corazón latidos revolucionarios contra una campaña electoral que va a llevarse de nuestros bolsillos ¡41 millones de euros! – que tiene  bemoles la cosa – impulsándome a montar parapetos que impidan el paso de los vividores a costa del sudor ajeno.

¿Es momento de paciencia o de confrontación abierta contra la política que hacen nuestros políticos, sin duda alguna los más corruptos e incapaces de nuestra historia?.

Dando paso a la razón, puedo decir que en estos momentos necesitamos masivas dosis de paciencia. Preciado elixir que nos ayudará a soportar la que se nos viene encima en los próximos días. Paciencia para no responder con violencia al despilfarro y la farsa que llegará a diario a nuestras casas, perfumada con el cinismo del agua milagrosa procedente del mismo manantial que blinda mercenarios columnistas y pone micrófonos en sus manos para justificar lo injustificable.

Pero si abro las esclusas de mis venas, el caudal de indignación acumulado me pide montar barricadas en todas las autovías, carreteras y caminos vecinales por donde vayan a pasar las caravanas electorales. Si doy voz al instinto, el cuerpo reclama mi voluntad de reventar los mítines y bloquear las cuentas corrientes de quienes sobrevuelan por encima de la crisis después de fumigarnos con ella.

¿Barricadas o paciencia? That is the question, que diría don Guillermo por boca del príncipe de Dinamarca. ¿Es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera política
o armarse contra un mar de adversidades
y darle fin en el encuentro?

Esta es la cuestión que yo dejo hoy en mi bitácora, teniendo muy clara la respuesta.

PRIMERAS CLAVES DE LA CAMPAÑA

PRIMERAS CLAVES DE LA CAMPAÑA

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En la infancia me atufaba el monóxido de carbono producido por la incompleta combustión del cisco que alimentaba los braseros, alrededor de los cuales ahuyentábamos el frío y aliviábamos los sabañones.

Hoy me atufan las declaraciones de los líderes políticos,  trayendo a mi pituitaria extraños efluvios que me hacen pensar en la aparición de un nuevo lenguaje político durante la próxima campaña electoral, generado por malas experiencias anteriores, desde que los ochocientos  mil puestos de trabajo prometidos por Felipe estuvieron rebotándole durante años en la cabeza.

Igualmente, la experiencia ha enseñado a los políticos que las mentiras sobre titulaciones universitarias  exhibidas por Roldán, no tienen futuro en las urnas. El cinismo del jefe de la Guardia Civil puso en sobreaviso a los ignorantes de las últimas listas electorales, animándoles a incluir en sus biografías un nuevo término inexistente en el diccionario,  apareciendo así múltiples “tienestudios”, ciudadanos iletrados que ocultaban descaradamente su ignorancia tras esa cortina de humo, aparentando poseer títulos inexistentes que les han permitido camuflar en esa ambigüedad falsos currículos profesionales.

De esta forma sabemos que la responsable de la campaña de Rubalcaba, Elena Valenciano, dice en su página Web que  “tiene estudios” en Derecho y Ciencias Políticas, vamos que asistió a unos cursos acelerados en una academia privada sobre esos temas o que ha leídos algunas páginas en libros no acreditados.

Anteayer nos han dicho los líderes políticos, sin querérnoslo decir, el lenguaje que van a utilizar al presentar sus propuestas de gobierno para los próximos cuatro años. Camps hablaba de “aspiraciones” de su partido y Rubalcaba veía posible crear empleo en la próxima legislatura.

Oído esto, no habrá promesas ni compromisos, sino ambigüedades y trampas dialécticas, es decir, aspiraciones, deseos, sueños, afanes, anhelos, proyectos, o sea, humo, nada.

Así, la derecha “aspirará” a crear tres millones y medio de puestos de trabajo; a la izquierda le “gustará” mejorar la educación; le “encantará” a la derecha recuperar un millón de pequeños empresarios; y la izquierda “anhelará” mantener el Estado de bienestar;….  ¿Seguimos? No vale la pena. Esto es lo que nos espera hasta que se nos acabe la paciencia y la indignación nos empuje a tomar la Bastilla.