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NOSTALGIA DE LA MAR

NOSTALGIA DE LA MAR

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Siendo marinero de tierra castellana adentro, con rechazo a la playa veraniega, menosprecio al salitre y aborrecimiento a las sombrillas, mantengo un indescifrable y reverencial amor a la mar, sin saber dónde está el origen de tal pasión, ni las razones de mi permanencia como sentimiento profundo que siempre me ha acompañado.

No sé si son las metáforas vitales y estremecedoras de sus tempestades, cuando la goleta personal que gobernamos zozobra en el infortunio y un golpe de dolor abre en nosotros vías de agua por los cuatro costados solo restaurables en el astillero del tiempo, haciendo posible el milagro de la resurrección.

Tal vez mi eterno maridaje con la mar se deba al aprendizaje de pequeñez y humildad a que me obliga su testimonio de grandeza y poderío, obligándome a llevar sobre los hombros la dulce carga de la inmensidad que abarca, empequeñeciéndome hasta reducir a un punto mi vanidad.

Puede ser su estremecedora belleza en la agitada bravura contra las rocas la causa de mi enamoramiento; o el contrapunto de la placida lisura en rojos atardeceres y complacientes despertares quien nutre mi complacencia, cuando la niebla ciega el horizonte y su estampa fantasmal se convierte en refugio de sueños y esperanzas almohadilladas en la fina arena que lamen las olas.

Tampoco sé si tal encantamiento tiene su origen en el misterio que siempre permanece bajo el azogue del espejo superficial que se extiende hasta donde los ojos no alcanzan, obligándome a soñar realidades existentes solo en la imaginación que siempre acompaña mi visión de la mar desde ventanas y balcones.

O, tal vez, sea debido, simplemente, a que me hice mardependiente una tarde de diciembre torrecialmente lluviosa en el acantilado isleño de Cabo Blanco, cobijado en un coche zarandeado por el viento, contemplando una cortina de agua con el alma en vilo, el cerebro bloqueado y el corazón latiendo con amores renovados por la nostalgia de una mar, testigo de mis cavilaciones.