CAÑETE, EL INCOMPRENDIDO
El ministro Cañete no merece la extrema dureza con que algunos medios de comunicación le han criticado por estar aplaudiendo verónicas gaditanas y estoconazos en el hoyo de las agujas a morlacos, junto al jefe del Estado, mientras las llamas flambeaban la piel de toro llevándose por delante vidas humanas y parque nacionales.
Los censores ignoran que el pobre ministro Cañete no ha tenido más opción que obedecer a pies juntos y en primera posición del saludo, las instrucciones llegadas de la Presidencia del Gobierno ordenándole que se dejara en paz de tonterías y acudiera a la corrida de toros del sábado en Cádiz.
A él, – al ministro me refiero -, le hubiera gustado cumplir con sus obligaciones y mostrar solidario espíritu, – del que va sobrado -, a las familias de los dos brigadistas muertos en el incendio, pero el que manda, manda, y no tuvo otra opción que sacrificarse viendo como los muñecos trágicos de la tauromaquia lucías sus trajes ante las reses bravas.
El ministro de Agricultura hubiera preferido controlar personalmente la evacuación de 5.000 personas en La Gomera, pero los toros, son los toros; la diversión, es la diversión; y las órdenes, son órdenes; que la obediencia y el festejo también forman parte del poco sueldo que recibe el inocente Cañete.
Sabemos que el responsable de Medio Ambiente presentó la dimisión a Rajoy por obligarle a ir a los toros, en vez de estar presente en la extinción de incendios en los parques nacionales de Garajonay, Doñana y Cabañeros, pero se olvidó enviar la carta de dimisión por tener que acompañar al rey de España en el festejo.
Eso sí, al rey nadie le obligó a ir a los toros, faltaría más. Pero acudió a la corrida porque lleva los cuernos en la sangre, para demostrarnos que esos borbónicos genes son la causa del aborrecimiento que Sofía siente por la fiesta nacional, pues bastante tiene ya con las lidias domésticas que ha sufrido en palacio.