SANSONES CARRASCOS
SANSONES CARRASCOS
Continúa la Feria Municipal del Libro luciendo en sus casetas magníficos ejemplares donde se cuentan las aventuras del señor Quijano, lo cual da pie a reflexionar sobre los sansones carrascos que juegan a lo que ignoran en muchas latitudes del planeta.
Sabemos que entre los ciudadanos normales abundan los quijotes tanto como escasea el quimérico caballero entre los dirigentes políticos locales, regionales y nacionales, donde hay sobreabundancia de carrascos, aunque no todos tengan grandes los cuerpos, caras redondas, narices achatadas y amplias bocas, como tenía el bachiller de la inmortal obra. En cambio, se parecen mucho a él en su donaire; en su regusto por burlarse de los visionarios; en su aparente talento; y en su natural condición maliciosa.
Asistimos estupefactos a la paradoja de ver como los actuales bachilleres cervantinos homenajean al Quijote, exhibiendo una preocupante y contagiosa enajenación mental transitoria, descubierta solamente por los incontables sanchos que están presentando en los juzgados la denuncia correspondiente, acusando a estos carrascos de faranduleros, porque “donde reina la envidia no puede vivir la virtud”. En el mundo de nuestros vecinos bachilleres, la codicia tiene brillo propio, sin necesidad de pulirla con extraños anticuerpos ni bálsamos de fierabrás, porque basta darles una pequeña mano con algún abrillantador político de cualquier signo.
Mientras esto ocurre, los carrascos mantienen su empeño en derrotar la utopía, disfrazándose para ello con camuflajes muy extravagantes que pretenden despistar a la concurrencia, mientras contemplan asombrados el desfile de oportunistas que sortean la fingida vigilancia de sus cómplices, contando con la íntima colaboración de curas y barberos que expurgan la biblioteca de los sueños y queman los libros causantes de tan hermosa locura.
El final de la historia será el de siempre: el día 22 la realidad vencerá, una vez más, a la utopía, y los nobles altruistas rodarán por el suelo, ante los carrascos que habrán engañado de nuevo a los quijotes, disfrazándose de blanca luna. Con la derrota a la espalda, se incorporará del suelo la cordura cansada de luchar y se hará vulgarmente humana. Tomará cuerpo mortal y recobrará el apellido entre el aplauso funerario de los carrascos que se complacerán por la nueva incorporación muchos a su interminable lista de desertores.
Así seguirá menguando la delgada fila de los que luchan por un mundo más quimérico y feliz. Así se reducirá el escaso grupo de idealistas que van quedando desperdigados por talleres, oficinas, escuelas, sanatorios y audiencias, con la bandera de la fantasía en la mano y su espíritu bombeando ilusión y energía en cada latido del corazón.
El epílogo de esta historia de caballerías nos desvela una inesperada y amarga verdad, al permitirnos comprobar que el loco quijote tenía menos razón que el cuerdo quijano, porque los encantadores, tramposos y perseguidores que denunciaba continuamente el caballero andante, existen de verdad y son reales, venciendo otra vez escondidos bajo los disfraces del bachiller, la sotana del cura y la bata del barbero.
Ellos dejarán en la cabecera doliente de su cama, el billete sin retorno para que nuestro héroe de leyenda emprenda su melancólico viaje final, acompañado por todos los defraudados ante el engaño colectivo al que les han llevado los ambaucadores.