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VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

Durante los cuarenta años de falsa paz impuesta por la dictadura, a los militares jóvenes descendientes de quienes combatieron a bayoneta calada en las trincheras de Brunete y del Ebro, – que no habían participado en guerra alguna -, se les «suponía el valor» en su hoja de servicios. Hoy los militares profesionales de todos los ejércitos parecen acreditar el valor con su presencia en  “guerras pacíficas” donde algunos pierden la vida.

Pero las guerras no hacen valerosas a las personas que en ella participan, siendo así que un ciudadano pacifista puede ser más valiente que otro belicista. Quiero decir que el valor no se adquiere en las guerras ni en academias militares, ni es patrimonio de los ejércitos profesionales. Un pueblo levantado en armas civiles tiene más valor que un ejercito con armas de guerra.

La técnica militar y la disciplina cuartelera no hacen a las personas más valientes que la entereza civil, siendo así que defiende mejor su independencia un pueblo libre sin capacidad de ataque, que otro armado carente de valor cívico, como le sucedió a los atenienses, hoy en desgracia.

Considero al valor cívico como verdadero valor y virtud del pueblo. Pueden los militares poner a prueba su arrojo en la guerra, pero el valor cívico que lleva a la rebeldía y a la revolución, tiene más fortaleza que el de los vehículos blindados y armas de larga distancia.

En los cuarteles no se enseña valor, sino disciplina, subordinación y obediencia. Y el valor militar no consiste en acudir a una guerra, sino en tener valor civil para evitarla. Por eso los conflictos bélicos me parecen actos de cobardía. Y por eso, igualmente, me parecen muy cobardes los caudillos que envían ciudadanos al matadero.

El valor militar se acredita con heridas, mutilaciones y muertes, haciendo a los soldados héroes a la fuerza. En cambio, el valor cívico consiste en dar la vida por la patria sin hacer que el enemigo la dé por la suya. El valor cívico consiste en desvivirse por la nación que se habita. Vencerse a sí mismo en la lucha diaria contra el pesimismo. Perseverar en la batalla por una sociedad más justa. Dominar tentaciones espurias que degeneran la condición humana. Combatir la mediocridad, el nepotismo y la incompetencia. En una palabra, participar en la guerra civil contra todo lo detestable que nos rodea.

El valor cívico consiste en sustituir a los seis soldados que izaron la bandera en la isla de Iwo Jima, por valientes civiles que levanten en nuestra sociedad la bandera de la justicia, la honradez y la solidaridad, como signo de victoria sobre la corrupción, el abuso la explotación y el engaño.

DON FILI

DON FILI

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El 7 de octubre de 1879 vino al mundo en Salvatierra de Tormes el más grande político que Salamanca ha dado a España, y quiero recordar hoy a don Filiberto Villalobos acercando a la cabecera de la bitácora, a este ciudadano ejemplo de todo lo bueno.

Hablamos de un hombre cabal, es decir, alguien honrado, sincero, leal y generoso. Honrado, porque no se llevó de la política ni un lapicero que no fuera suyo. Sincero, porque la verdad fue siempre su bandera. Leal, porque siempre mantuvo sus convicciones liberales, su respeto a la Constitución y su fidelidad a la República. Y generoso, porque repartió cuanto tuvo, con aquellos que lo necesitaban.

Esta persona encarnó el retrato machadiano del hombre bueno. El amigo que nos hubiera gustado tener siempre con nosotros; el compañero de viaje que ahora nos falta; el contertulio que echamos de menos a diario; el consuegro amable que se nos fue; el médico que añoramos a la cabecera de la cama; el consejero de nuestros pasos. Y,¡cómo no!, el político que quisiéramos resucitar, aunque ahora pareciera un extraterrestre en el Gobierno, un perturbado en el Parlamento o un infiel en el Concejo.

Político tolerante con la derecha cedista; cercano en las relaciones personales; comprensivo con los disidentes; respetuoso con las minorías; tenaz en la defensa del interés común; protector de los débiles; violento contra el sectarismo; y querido por todos.  Fue popular, que no populachero. Benéfico, no limosnero. Dialogante, sin ser ingenuo. Poderoso, sin poderío. Tan admirado como sencillo. Discreto, siendo famoso. Recto, pero indulgente. Más prudente que arrojado. Antes leal que vendido. Tan Quijote como Sancho. Y en sus comportamientos, humano, siempre humano.

Hombre firme, como un  tronco, en sus principios; pero flexible, como los juncos, ante las peticiones de los menesterosos que llamaban a diario a la puerta de su casa. Vehemente contra la explotación de los desfavorecidos y pródigo en favores a quienes necesitaran su ayuda. Irritable con las demoras en decisiones políticas urgentes y paciente con los enfermos que hacían cola en la antesala de su consulta. Exigente con la Reforma Agraria y solidario con los desafortunados. Comprometido en cuerpo y alma con la educación pública. Altruista, trabajador, austero y salmantino militante.

Puedo decir también que este hombre tendió puentes entre los discrepantes. Alentó el encuentro de pensamientos divergentes. Humanizó los despachos ministeriales. Permitió a los desprotegidos pisar las alfombras oficiales. Subvencionó de su bolsillo comedores sociales. Fue un descreído cristiano que hizo creer a los ciudadanos en sus representantes, a los enfermos en su médico, a los creyentes en otro paraíso y a todos, en el grandeza de ser hombre.

Por fidelidad a sus ideas, puso la cartera de Instrucción Pública sobre la mesa del Presidente y se vino tranquilamente a Salamanca, cuando la derecha no le dejó eliminar las clases de religión del Bachillerato. También fueron sus certidumbres personales quienes le dictaron la carta que escribió a su jefe político para decirle públicamente que no estaba de acuerdo con él, cuando votó a favor de la pena de muerte. Pero antes de dejarlo todo, para ser encerrado en la cárcel por la derecha más negra de nuestra historia, salpicó de escuelas públicas toda la provincia.

Hoy su recuerdo da nombre a la antigua calle dedicada a los héroes de Brunete, dignificando el callejero urbano, maltrecho por las bayonetas caladas en las trincheras de la irracionalidad.

Este republicano honrado tuvo la valentía política de marcar el camino que debían seguir los políticos que le sucedieran en el tiempo. Pero unos espesos cardos han crecido en el sendero borrando sus huellas, y las piedras que dejó como señales se las ha llevado el viento, junto a las promesas electorales que golpearán nuestros tímpanos en la inmedita campaña electoral.