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Etiqueta: brasero

SALAMANCA LA BLANCA

SALAMANCA LA BLANCA

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El azar puso frente a mí una columna de humo blanco que oscilaba a merced del viento, llevando la curiosidad mis pasos hasta un monstruo de hierro que bufaba echando humo por diferentes respiraderos como si de una inmóvil máquina de vapor se tratara, a punto de expandir sus cenizas por los aires.

Dice bien la canción cuando dice que a la blanca Salamanca la mantuvieron los carboneritos rurales que iban y venían de un lugar a otro, en tiempo se sequía social, cuando los troncos de encina se ahumaban en túmulos cubiertos de tierra, hoy sustituida por el hierro que deja toberas al descubierto para liberar el humo en dispersas nubes blancas, sin otro oficio que carbonizar la madera vegetal que aún templa cuerpos en invierno con cisco en brasero removido donde la badila “firma” “escarbones”, alimenta fraguas y vitaliza pucheros en cocinas abiertas el cielo, ahumadoras de embutidos milagrosos.

Negrura vegetal de carboneritos entrañados en Villalba, Matilla de los Caños, Robleda y otros pueblos salmantinos que atestaban los vagones ferroviarios llevando el carbón de encina y cisco de roble a diferentes puntos de la geografía española, manteniéndose los carboneritos en el insomnio de las cabañas, con carne de matanza y vino de pitarra.

Oficio en extinción por empuje de combustibles fósiles líquidos y kilowatios de centrales eléctricas, que han enterrado las carboneras rurales en musgo y barro, olvidándose los enterradores de recordar a los pupitres que fue el carbón durante siglos sustento de vida, cuando la electricidad era inalcanzable quimera, los gases combustibles desconocidos, la respiración vaho doméstico y los sabañones amigos.

PROBANDO PROBADURA

PROBANDO PROBADURA

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Llámese probadura, chichas, picadillo o como prefieran los catadores de carne de cerdo picada y pimentada, como primera degustación del puerco que ha estado cebándose en la cochiquera doméstica, hasta que un matarife, ayudado por familiares y vecinos hacen posible la matanza tradicional, festejo feliz para todos los participantes en ella, menos para el animal que acaba embuchado en sus propias tripas.

A una cata de fritura carnívora con huevos fritos sin puntilla, nos invitaron los alcaldes de Matilla de los Caños y Villalba, buenos amigos que aprendieron a jugar al tute con los dos forasteros invitados al convite, mientras Pili manejaba con sabiduría el figón, Antonio ponía el vino y el párroco del pueblo sobrellevaba junto al brasero de cisco, el catarro que se había apoderado de sus narices.

El cornetín de órdenes nos llevó a todos los parásitos a la mesa para degustar chichas rojas o blancas, según que terminaran embuchadas como chorizos o salchichones, coloreados por capricho del pimentón o blanqueados con pimienta por ausencia del rojo condimento, acompañadas de huevos fritos, estando los tres productos recomendados por los cardiólogos para eliminar el colesterol de los vasos sanguíneos.

Tratamiento de efectos curativos inmediatos, no por los colesterolíticos alimentos que contribuyen a cerrar el paso a la sangre por los conductos vasculares, sino por el placentero espacio creado en torno a la mesa, fruto de la fraternal amistad que unió a los comensales entre chistes, risas y bromas, mientas yantamos y libamos cuantas chicas pusieron en los platos y vino en las copas.

Alzo desde esta bitácora mi copa por Belén, recordándole a Ciriaco el cántaro de néctar de uvas que nos debe, porque el doctor Santos hizo bien su trabajo, poniendo ella la valentía necesaria para hacer posible el nuevo encuentro que todos anhelamos para abrazar a la querida alcaldesa del pueblo.

BRASERO

BRASERO

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He merendado al calor del brasero en casa de Carmen y Agustín, el escultor salmantino más creativo y de mayor personalidad artística que tenemos entre nosotros, aunque él se sonroje y mire para otro lado.

Hacía años que no me sentaba a una camilla templada con un brasero bajo las cortinas de las faldillas, aunque la calidez procediera de una resistencia eléctrica y no de la combustión de cisco, como tantas veces hice para templar la  infancia.

Aquel brasero era hijo natural de la hoguera, nacida a campo abierto para entibiar a pastores, campesinos, cazadores y soldados. Las llamas imposibles en chozas y estancias, obligó a recoger las brasas de la hoguera en una cazuela o barreño para introducirlas en los hogares, dando así origen al brasero.

Calefactor de la pobreza a golpe de badila, era la forma más económica de ahuyentar el frío. Cálculos de la época afirmaban que una libra de carbón  hacía subir diez grados la temperatura de 10.799 metros cúbicos de aire, lo que significaba que una habitación de siete varas de largo, seis de ancho y cinco de alto, alcanzaba una temperatura superior en diez grados a la exterior, quemando solamente media libra de carbón por hora.

El brasero fue durante años punto de encuentro doméstico, lugar de obligada convivencia, espacio inevitable de diálogo y compañía amparadora a la luz de una vela o lamparilla. En torno al brasero se rezaba el rosario en familia, se escuchaba rutinariamente el “parte”, se acallaba el silbido del viento en la ventana,  se entretenían las horas con “el zorro, zorrito”, “Ama Rosa” y “Matilde, Perico y Periquín”, se aplaudían los goles de Matías Prat y se digería el cocido diario, sustento de una larguísima postguerra de hambre y estraperlo.

Hule limpio a golpe de estropajo y bayeta, antes de la partida de brisca, mientras la abuela remendaba calcetines con lentes de todo uso y leía el devocionario cada día como hábito heredado del tío sacerdote-relojero y curandero.

De aquellos años rescato el brasero, cobijo de sórdidas esperanzas inalcanzables, salvación de témpanos, protector de escarchas y consuelo de sabañones, a golpe de “firmas” y “escarbones” que dejaban “cabrillas” en las piernas femeninas, calenturas rojas semejantes a un rebaño de cabras.

La combustión incompleta nos hacía correr pasillo adelante al vaho helado de la calle, con el mareo en la cabeza, el dolor en la frente y el vómito en la garganta, intoxicados por indeseables “tufos”, que aparecían sin avisar.

RETRUÉCANOS

RETRUÉCANOS

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RETRUÉCANOS

Diantres, caracoles, córcholis, rayos, centellas y retruécanos, eran interjecciones repetidas en los tebeos de mis días infantiles, cuando al abrigo del brasero pasaba largas tardes del invierno oyendo la radio en la sala de estar, junto a la alcoba donde una cama “turca” esperaba la llegada del visitante, cuando nos comíamos las cosas de jugar al no poder jugar con las cosas de comer.

Pero no son los ¡retruécanos! admirativos que expresaban sorpresa, enojo o malestar los que vienen hoy a este diario, sino figuras retóricas literarias como la última frase del párrafo anterior, que dan tanto juego en las adivinanzas cuando anuncian, provocando sonrisas, algo que directamente declarado ensuciaría castos oídos o delicadas creencias. Por eso los ateos caen más simpáticos cuando se despiden diciéndole adiós a Dios.

Dar un mensaje y a continuación otro diferente usando las mismas palabras aleja el aburrimiento generado por la cotidianidad monótona, cíclica y permanente, que obliga a responder como no sospecha el sujeto que espera nuestra respuesta. Así, cuando una mujer nos dice que su hija se aburre, sólo cabe lamentarnos que su hija sea burra, aunque ella no nos entienda y atribuya nuestro sentimiento al aburrimiento de su hija.

Tampoco es lo mismo para nuestra vecina decirle que se atormenta a que la tormenta se avecina, y hay quien confunde la aberración con una ración de ave. Pero que los recién casados estén tranquilos porque recibirán las dos cosas: el disco de amor y el mordisco, junto a los ocho mil quinientos euros iniciales de la hipoteca de quinientos ocho mil euros que habían solicitado para vivir en Consuegra, olvidando el marido que le tocará vivir con la suegra, teniendo toda la familia en la Mancha sin tener una mancha en la familia, a donde llegaron con una gorra de viaje tras hacer el viaje de gorra, pagado por su amigo Segundo Díez Alcala que vive en la madrileña calle Alcalá, 10, 2º, cerca de los que toman el sol en la puerta del metro porque no pueden tomar el metro  en la Puerta del Sol.

Mientras algunos se pasan días trabajando sin beber otros se están días bebiendo sin trabajar, observando a dos viejas en bicicletas sobre dos bicicletas viejas, mientras comentan que el cura tiene sida, pero que el sida se cura, rodeando una negra encinta con una cinta negra.

No faltan quienes tienen canastos, tos y canas, que duermen cuando no toman café y toman café cuando no duermen, y van a ver a la profesora de inglés sin poderle ver las ingles a la profesora, ya que la vecina de encima les impide tener a la vecina encima, porque no se mueven entre gente menuda sino entre menuda gente que piensa con el sentimiento y siente con el pensamiento, como dijo quien lo dijo.