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DÉFICITS PARA SALVAR EL DÉFICIT

DÉFICITS PARA SALVAR EL DÉFICIT

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Preocupa a los políticos de todos los colores que nuestro déficit público esté por encima del 7 % del Producto Interior Bruto, lo que representa unos 73.000 millones de euros que se están pretendiendo enjugar aumentando otros déficits vitales más importantes que el de las macrocuentas del Estado, con grave deterioro de la convivencia social y el bienestar ciudadano.

No es bueno para el país reducir el déficit económico aumentando el déficit juvenil que expulsa del país a nuestros jóvenes, porque en ellos está el futuro que ahora desprecian quienes cierran con el cemento armado de su cara dura la salida del túnel, mostrando una irresponsabilidad histórica que merece la condenación a eterna a galeras.

No es bueno para el país reducir el déficit público transformando en morgues los hospitales, abriendo escuelas en barracones, dotando los juzgados con lapiceros sin punta o poniendo esterillas en el suelo para los discapacitados, sino persiguiendo el fraude fiscal, anulando la Sicav, evitando los refugios de pisos vacíos, devolviendo las autonomías uniprovinciales a su lugar de origen, eliminando senadores, reduciendo miles de concejales y suprimiendo las subvenciones a partidos, patronal, sindicatos y fundaciones.

Con eso bastaría para superar todos los déficits económicos imaginables, pero no se hace nada en esa dirección, pudiendo hacerlo todo, lo cual obliga a pensar en segundas intenciones ocultas a los ciudadanos que están pagando las cuentas de los platos rotos por quienes sonríen en la cubierta de los barcos con una piña colada en la mano, mientras en la bodega sudan sangre los inocentes remeros.

RIESGO DE NAUFRAGIO

RIESGO DE NAUFRAGIO

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Vivimos la aventura de la vida viajando juntos en un barco, rumbo a la estación término que a todos nos espera y sin posibilidad de obtener el billete de vuelta al punto de partida, por mucho empeño que pongamos en conseguirlo.

Viaje fugaz, irreversible, desconocido, sorprendente y fatal, para todos los embarcados en el cascarón de la vida, aunque algunos naveguen en camarotes de lujo, otros duerman en cubierta,  bastantes compartan la bodega con roedores, muchos trabajen de marineros y la mayoría ocupe las hamacas, manteniéndonos todos ellos a las órdenes del capitán, que a su vez obedece incondicionalmente al armador.

Todos los embarcados, – y embarcados estamos todos -, dependemos unos de otros, aunque los armadores, equipo de gobierno, orquesta de palmeros y ocupantes de opulentas suites, piensen lo contrario, creyendo erróneamente en salvaciones imposibles para ellos, si el barco se va a pique con la proa rumbo a la fosa abisal de la revolución popular.

El armador como dueño del dinero, y el capitán que dicta instrucciones a la marinería y pasajeros, deben saber que el barco donde navegamos puede naufragar y llevarnos al destino final, con fatales consecuencias para todos, incluidos armadores y patronos, porque si la nave se hunde en una revolución no habrá salvación para nadie.