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Etiqueta: Bastiagueiro

CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

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Ignoro si dice verdad la copla que canta a Sevilla por su sabor especial, pero tengo sobradas razones para asegurar que Coruña tiene un olor especial, mezcla de salitre, aletas, nubes inquietas, luces grises, cálida niebla y viento húmedo, testigos de mi nuevo encuentro con una tierra acogedora que impide a los visitantes ser forasteros.

Repetido goce de cantones, riazores, torres hercúleas y golfeo zapateiro, felizmente acompañados por dos queridos polizones que este año que han colado amorosamente en la bodega del viaje para hacernos más feliz la estancia en este hermoso paisaje con olor a mar desescamado en la madrugadora lonja.

Tiene Galicia embrujo de bruxas liberadoras de satanes y malos espíritus que arden en fuego de santas compañas, como las que me abrazan afectuosas siempre que vengo a restaurar las heridas frente a este mar que golpea las rocas, poniendo a prueba los percebeiros que arriesgan su vida por un puñado de euros.

Volver a Coruña es renacer a la juventud de un amor prematuro que se hizo duradero, cuando las íntimas olas Bastiagueiro fueron testigo de la primera caricia furtiva y el futuro incierto se hacía perceptible sueño en la posible quimera de lo inalcanzable, sin prevenir la feliz descendencia que se antojaba entonces tan lejana.

Paseos atardecidos, envueltos en húmeda neblina con olor esperanzado, que hoy retornan encanecidos por una vida cansada de ir de mano en mano, en busca de un paradero donde esparcir nostalgias recuperadas al pisar de nuevo la espiritual tierra firme que Galicia pone a nuestros pies desde Cebreiro a Finisterre

VIAJAR

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Un colega danés que coincidió conmigo en Bruselas, me preguntó irónicamente un día si con cincuenta años todavía viajaba, queriendo decirme que a esa edad ya tendría que estar cansado de viajar, y no le faltaba razón a este amigo. Confieso que me cuesta viajar a lo desconocido, después de haber rodado de un sitio para otro durante muchos años, hasta el punto que algunas veces al despertarme por la mañana tenía que pensar dónde me encontraba.

A medida que aumenta la edad, disminuye en mí la apetencia viajera por descubrir paisajes nuevos, pero se mantiene intacto el deseo de repisar queridas tierras, abrazar amistades duraderas, revivir entrañables recuerdos, entonar viejas canciones, desempolvar vivencias imborrables y colorear fotografías en sepia, llevándole la contraria a Ralph Waldo Emerson para quien viajar era el paraíso de los tontos, porque vagar por el mundo hace a los hombres discretos, como decía Cervantes, negando que los viajes sean la parte frívola de las personas serias, en opinión de la señora Swetchine.

Una patología viajera consiste en viajar por viajar, siendo un error confundir  desplazarse con viajar. En el primer caso se trata de un traslado similar al de la maleta donde se transportan los enseres. Viajar es conocer, curiosear, patear, empaparse, preguntar, digerir, aprender, dialogar, anotar y descubrir, negando así la topofobia unamuniana, que hace huir a los viajeros de su lugar de origen aunque vayan rumbo a la nada.

Evocando páginas dormidas, recuperado nostalgias perdidas, recreando el alma, reforzando amistades y recibiendo cálido aliento, he llegado un año más a Galicia para emborracharme de mar, pelotear La Zapateira, embriagarme de aroma salubre, visitar A miña casa, saborear zamburiñas, cegarme con atardeceres, pisar la lonja y recordar en Bastiagueiro los primeros pasos de un amor que ya dura cuarenta y siete años.