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«ES DE LA MONCLOA»

«ES DE LA MONCLOA»

Se celebraba la mañana de ayer el ¿juicio? contra el magistrado Baltasar Garzón, cuando sonó el teléfono móvil de un ¡miembro del tribunal!, comentando el presidente don Joaquín Giménez a micrófono abierto a su compañero: “Es de la Moncloa”. Hizo luego un aspaviento de sorpresa y apagó el micrófono entre carcajadas. Bien por el magistrado.

Mal, quiero decir. No, mal no, muy mal, porque no es de recibo acudir con el teléfono abierto a un tribunal, cuando está prohibido hacerlo en salas de cine y conciertos, donde los timbrazos son motivo de amonestación al propietario del aparato. Por eso desconcierta nuestro sentido común que se permitan impunemente musiquillas durante la vista de un juicio, salvo que éste sea un acto frívolo, teatral o patéticamente cómico. ¿Lo es?

Muy mal, porque las risas del magistrado presidente ofenden al acusado, comprometen a los otros miembros del tribunal, incomodan a los abogados, enojan a los periodistas y mortifican al pueblo que no entiende ciertas cosas que pasan en la justicia, aunque no pueda decirse que ésta es un cachondeo porque se acaba a la sombra con el pijama a rayas sobre la piel.

 Muy mal, porque si es verdad que desde la Moncloa se llama directamente a un miembro del tribunal que está juzgando a quien hizo temblar los cimientos de Génova cuando el jefe supremo ocupaba la séptima planta, no estaríamos hablando de una democracia bananera, sino de un estercolero nacional en estado de putrefacción.

Y muy mal, porque si se trata de una broma del presidente Giménez en pleno juicio, es que este señor tiene poco juicio y carece de capacidad para juzgar siquiera la calidad de los chistes más burdos y groseros que pueda imaginar la mente de un desquiciado.

Humor del malo, si así fuera. Humor rancio, acre, con sabor a naftalina. Humor tan inoportuno como los chistes en un velatorio. Humor que merece la reprobación inmediata del Consejo General del Poder Judicial, si todavía le quedan fuerzas para enmendar el linchamiento jocoso a que está siendo sometido un juez que merece mayor respeto.

No cabe duda que las togas judiciales dan poder, mucho poder; pero poca, muy poca sabiduría.