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Etiqueta: asesinos

TEMOR AL SER HUMANO

TEMOR AL SER HUMANO

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Llama la atención que el mayor temor del ser humano, sea al propio ser humano, es decir, al animal de su misma especie, porque en lugar de protegerse mutuamente entre ellos, se lían a cinturazos, castigos, torturas, cañonazos y tiro limpio, para apropiarse unos de los bienes que pertenecen a otros.

Aparte de balazos, mordazas y prisiones empleados contra los rebeldes, habladores y luchadores, el grupo privilegiado y minoritario de terrícolas que gobierna a la inmensa mayoría de bípedos oprimidos desde las instituciones y entidades financieras, pervierte las bases de la convivencia y el derecho, en su propio beneficio.

Hoy se teme más al ser humano que a las tempestades, los desastres naturales, los terremotos, las inundaciones, las dentelladas de felinos, las epidemias exterminadoras, las picaduras de insectos o las mordeduras de cobras. Hoy el ser humano teme a los sartenazos que puedan venirle de animales de su misma especie, pero distinta ralea.

Se teme a los políticos que engañan, a sus decretos exterminadores, a su efecto institucional contaminante de podredumbre y a sus órdenes de guerra. Se teme a la codicia insaciable de los banqueros, a los millonarios sin escrúpulos, a los empresarios explotadores, a los capataces y los verdugos.

Se teme a los terroristas asesinos, a los politiquicías represores, a los violadores lapidarios, a los mercaderes humanos, a los matarifes exterminadores, a los fríos ametralladores, a los torturadores inclementes, a los maltratadores, a los matones a sueldo, a los mercenarios, a los explotadores y a otras subespecies degeneradas de la raza humana, que pueden arruinar la vida del vecino por una sola lenteja.

HÉROES Y ASESINOS

HÉROES Y ASESINOS

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Al héroe y al cobarde no los separa el filo de una navaja, pero al héroe y al asesino los distingue el jefe que da la orden de matanza. Si el patrón tiene medallas en la pechera, el asesino se convierte en héroe por obra y gracia de la ley; pero si ordena la muerte alguien desprovisto de condecoraciones, el matarife es condenado por asesino.

Tal es el caso del exótico príncipe Enrique, nietísimo de su graciosa majestad Isabel II, que puede ser declarado héroe nacional de guerra por matar a un talibán en Afganistán, lugar donde se encuentra madurando este joven bebedor y juerguista, que se niega a llevar fotos de mamá Diana en la cartera militar.

La heroicidad de “Big H” ha consistido en disparar contra el afgano varios misiles desde un helicóptero Apache, cuando el talibán corría a campo abierto por la zona de Helmand, mientras el hijo de Carlos patrullaba con un grupo de amigos por aquellos parajes.

Acto heroico sin precedentes en la historia militar inglesa, en la que el heredero a la corona ha dado al pueblo un ejemplo de valentía, jugándose la vida mientras liquidaba una pulga a cañonazos para hacerse merecedor de condecoraciones y honores por parte de su abuela.

Lo que está en juego no es el asesinato, ni la “heroicidad” en acto de guerra, protagonizada por este miembro de la Familia Real, sino la legitimidad establecida legalmente y aceptada socialmente, que autoriza a rendir honores a quien mata en nombre de grandes palabras usadas como calderilla por los administradores de la paz. Los mismos que fabrican armas y las venden a quienes ponen en las dianas de sus mortíferas pantallas, antes de apretar el botón rojo de la consola, sin riesgo alguno para el matarife.