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AÑOS SESENTA EN EL INFANTA

AÑOS SESENTA EN EL INFANTA

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bien

La conversación con un amigo del Infanta me lleva a la década de mi primera juventud, cuando las tapias, silbatos, poliburós y castigos hicieron posible una amistad duradera entre los que compartimos “pitracos”, listas, recreos, vacunas, misas, capones, “partes” y filas, sin más esperanza que sobrevivir a la desgracia que había llamado prematuramente a nuestra puerta.

Recuerdos imborrables de una década vividos con pasión juvenil en el colpicio, unidos a temores infundidos por los regentes que zarandeaban nuestra indiferencia ante los acontecimientos extramuros que convulsionaban el mundo, como hizo el padre Esteban reuniéndonos en la capilla para rezar por la paz mundial con motivo del bloqueo cubano en la crisis de los misiles.

Fue Marcelino, don Marcelino, quien nos informó después de cenar en el dormitorio, sobre el asesinato de Kennedy, sin que la noticia nos impidiera reunirnos en la “familia” para escuchar “Ustedes son formidables”, antes del toque de silencio y cuando el inspector desaparecía.

Las revueltas en la ciudad universitaria encabezadas por Tierno, Aranguren y García Calvo, las comentábamos en interminables paseos de ida y vuelta por la “ciudad prohibida” comiendo pipas compradas en “la señora”, haciendo carambolas en los billares, tomando cañas de cerveza en la “bodega”, o el “Rumbo” y jugando al futbolín tratando de imitar a Santisteban.

Bailamos las primeras canciones de Lennon, McCartney, Harrison y Ringo, en el “Gua”, “Guetary”, “Consulado”, “Paraninfo”, “Jóvenes” y “Estudio”, donde también sofocamos inquietantes ardores juveniles, hoy tan adormecidos con el paso del tiempo que ni la propia Bibi los haría despertar en el cine Roma.

Rezamos hasta cansarnos “por el éxito del Concilio”; fumamos cigarrillos en la adoración nocturna; nos inquietaron con la eternidad infernal en los ejercicios espirituales; y cantamos “tamtumergos” y “pangelinguas” cada vez que don Hilario se sentaba al órgano, para que nos fuera bien a los intrépidos de “Olimpiada del saber” con Daniel Vindel, mientras Luis Llach, Paco Ibáñez, Raimon, Laboa, Cano y Sisa cantaban otras cosas.

Nadie nos informó de la revolución de Mao ni de los asesinatos de Luther King, Malcolm X y Che Guevara, pero nos arrodillamos pidiendo inútilmente por la salud y vida de Juan XXIII, mientras algunos pasábamos orgullosos del “hipódromo” a las “familias”, como Neil Armstrong de la Tierra a la Luna.

A quienes fundamos el curso de Preuniversitario, nos daba impronta de poderío poder fumar sin escondernos en váteres, ni tirar las tobas ante la presencia del inspector, y nos alentaba más saltar por la ventana de la primera “familia” los domingos por la noche, que ir a una manifestación contra la guerra de Vietnam o ver cómo se levantaba en Berlín el muro de la vergüenza, porque nosotros teníamos nuestra propia tapia cercando el colpicio.

GARCÍA CALVO, IN MEMORIAM

GARCÍA CALVO, IN MEMORIAM

Por correo amigo ha llegado hasta la pantalla de mi ordenador la muerte de García Calvo, produciéndome el sacudimiento interno que genera un suceso inevitable que a todos espera, por inesperada que sea siempre su llegada a nuestra vida. Hoy también “doblan las campanas” por los miles de jóvenes que un día seguimos los pasos de este luchador por la utopía, más allá de toda realidad.

Se ha ido el último intelectual rebelde de una generación irrepetible, que se sublevó desde la cátedra contra el abuso del sistema, las mentiras del régimen, el poder establecido y la falta de libertades, pagando por ello el alto precio de la deportación docente, junto a Tierno Galván y López Aranguren. Heroísmo socio-intelectual que consuela la soledad de Isabel Escudero, a quien abrazo hoy desde mi bitácora.

El compromiso de Agustín con la verdad le llevó a decir que no tenía más principios que la repugnancia con la mentira, apagando con su testimonio de vida los rumores que corrieron por las redacciones de periódicos, difundidos por despachos impositivos, a los que respondieron con sus donaciones muchos ciudadanos anónimos, agradecidos por entregarles, sin pedir nada a cambio, el poema “Libre te quiero”, que siempre he llevado conmigo, desde que tuve ocasión de agradecérselo personalmente.

Su mayor legado intelectual no fueron los tres premios nacionales acreditados por sus ensayos, novelas, traducciones o el himno de la Comunidad de Madrid por el que Leguina le pagó una simbólica peseta, sino el ejemplo que dio a todos de compromiso social por la liberación del pueblo, desconocido hoy en las tarimas universitarias, donde reina el silencio y la complacencia de quienes debían liderar la revolución social que exige el insolidario, depredador, injusto y mutilante sistema que nos gobierna.

PASO A LA JUVENTUD

PASO A LA JUVENTUD

A diferencia de los alimentos rancios que con el tiempo terminan por autodestruirse, los políticos añejos son pegajosos y no se descomponen por sí solos. Esta inmortalidad obliga a empujarlos por el barranco del olvido hasta despeñarlos políticamente. Algo que será fácil para los diez millones de ciudadanos que están empeñados en conseguirlo, aunque ellos no les hagan caso, ….de momento.

Quienes tienen vocación de futuro no pueden aceptar el portazo que se da a los jóvenes en los partidos. Quienes piden renovación se niegan a seguir viendo los mismos rostros en los carteles. Quienes han apostado por un cambio real rechazan ver a los jóvenes colgando sus ilusiones al sur de las pancartas que sostienen en las manifestaciones. Quienes han dejado jirones de piel bregando por la justicia social no pueden tolerar el patrimonialismo político de líderes vitalicios que engañan a los jóvenes con promesas que nunca llegan acumplirse. Quienes han luchado por la igualdad de oportunidades tras sufrir muchas desigualdades, están dispuestos a destaponar los diques que los viejos ponen a la esperanza y fortaleza de quienes pueden hacer realidad el sueño de alcanzar una sociedad más justa, más libre, más solidaria y más democrática.

No fueron los jóvenes quienes marcharon detrás de Tierno Galván, García Calvo y Aranguren por las avenidas de la Ciudad Universitaria en 1965, sino que los profesores se pusieron delante de ellos cuando ya llevaban varios días en marcha. Fueron los jóvenes quienes hicieron posible el mayo francés del 68, el fin de la guerra del Vietnam con sus protestas, la consolidación de los derechos civiles con su movimiento, la primera crisis del comunismo con la primavera de Praga, la revolución cultural china con Mao a la cabeza y la recreación de los espacios de cultura dando su vida en la plaza de Tlatelolco.

En estos momentos necesitamos a los jóvenes más que nunca, porque sólo su temeridad, arrojo, generosidad y valentía harán temblar a banqueros, especuladores, corruptos y politiqueros, sostenidos con la prudencia, el miedo, los intereses y la cobardía de políticos rancios, permitiendo que se mantengan donde están y que continúen en su trono riéndose de la mayoría silenciosa por los siglos de los siglos, amén.

UNAMUNO Y ARANGUREN

UNAMUNO Y ARANGUREN

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Este año nos recuerda que llevamos setenta y cinco años sin ver por el Campo de San Francisco la silueta inconfundible del pensador que murió de mal de España. Una enfermedad erradicada de la clase política, para desgracia de quienes sufrimos a diario sus disparates, aborrecemos los cambalaches que enjuagan en leyes contaminadas, pagamos sus salarios y mantenemos por obligación sus privilegios.

También nos recuerda que llevamos quince años sin ver en la pequeña pantalla el ingrávido cuerpo esquelético del mayor heterodoxo cristiano del último tercio del pasado siglo. Abulense, tolerante con todo menos con la dictadura que lo mandó al exilio, como hizo con don Miguel el primo del Directorio monárquico.

Esta coincidencia de aniversarios, es un buen pretexto para recordar a estos dos cultivadores de la juventud, hermanados por coincidencias del destino. El más joven, casi nonagenario al despedirse de nosotros, siguió las huellas que dejó el vasco. Y ambos fueron heterodoxos, inconformistas, agitadores de conciencias, leales a su pensamiento, críticos, incomprendidos y con dudas y puntos suspensivos en su fe.

También ambos fueron represaliados por sendas dictaduras y desterrados por causas similares. Uno a Fuerteventura y el otro a California, simplemente por decir lo que pensaban sin pensar antes lo que decían, olvidando que en tiempos de ira y represión los cristianos que les precedieron se ocultaban silenciosos en las catacumbas. Sus virtudes cívicas les llevaron a defender con vehemencia los derechos y dignidad de las personas, manteniendo intacto su amor a la vida.

A los dos les fue reconocido en vida su compromiso y virtudes cívicas. Savater agradeció al profesor de ética su dignidad docente al caminar delante de él por la avenida Complutense contra las gorras grises del entorno, mientras pacumbral aplaudía a ese feo cristiano por llevar su intelectualidad hasta el límite de la fe y ser el mayor finalista de la vida. Don Miguel, en cambio, fue aclamado por todo el pueblo salmantino cuando regresó del destierro y proclamó la República desde el mismo balcón donde estuvo colgada una detestable y demagógica pancarta. Ambos murieron viejos, cansados y desmoralizados, es decir, desertando de la vida por falta de ánimo y de moral para seguir luchando, pero reafirmando su nietzscheana alegría por todo lo que habían vivido, exhibiendo una grandeza de alma aristotélica exclusiva de los grandes espíritus, tan lejanos de falsas modestias, como afirmó Victoria Camps en su día.

Pero no todo son coincidencias. José Luis pudo reunir ética y la estética en un puño, como le recordó José María Valverde cuando se fue detrás de él hacia el exilio. En cambio, don Miguel no fue capaz de unir las dos españas porque una de ellas dejó helado su corazón, horas antes de que el año de la barbarie diera su último portazo.

Como profesores universitarios, tensaron el arco dialéctico contra la derecha política, sin advertir que ésta intentaría transformar sus flechas ideológicas en bumeranes, para dirigir su trayectoria hacia los aliados de las acusaciones. Pero los manipuladores ignoraban que tal adulteración era imposible porque un bumerán sólo vuelve al punto de partida si falla el blanco, y ellos tuvieron setenta años clavadas las flechas en su coraza, haciendo cuerpo solidario en la historia local y nacional.

Ahora, ambos están siendo imitados patéticamente por los dirigentes políticos actuales, sin que ellos puedan denunciar tanto plagio y falsificación de sus ideas, porque más allá de la gran frontera no hay espacio para la réplica. Creador y promotor del término “talante”, Aranguren lo acuñó con su ejemplo, sin sufrir calentones inoportunos que hicieran pensar en otras disposiciones de ánimo. Y el incondicional amor a España de Unamuno es utilizado con detestable cinismo por quienes mantienen la contagiosa obsesión de politizar paranoicamente las Instituciones y los tribunales de justicia.

El mejor tratamiento a todo ello es sentarse delante de un espejo a plena luz del día con un libro en la mano, dejando a un lado los santos, los policomics y las linternas.