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Etiqueta: aniquilación

GUERRA TEMPLADA

GUERRA TEMPLADA

1962-2008_Ayer-Hoy_361

Entre la guerra caliente que pone muertos en el campo de batalla y la guerra fría que advierte a los vivos lo que puede ocurrirles con los arsenales guardados, está la guerra templada que mata sin pegar un solo tiro ni lanzar misiles contra la indefensa población, porque su sistema de aniquilación es a través de leyes firmadas por quienes no tienen escrúpulos en diezmar la población si mejoran con ello su cuenta corriente.

A veces no basta con gritar más alto para acallar el ronquido del hambre, ni desempolvar pesadillas en la sombra da respuestas a los interrogantes que deja la miseria en paredes y pancartas, cuando la duda garabatea palabras inasequibles al libro sagrado y el pentagrama social entona consignas inaudibles para los depredadores.

La paz de los tratados evita resplandores de bombas en las noches negras de la barbarie, es cierto. Pero es más verdad que la sinrazón de la mortal guerra fría extermina sin pólvora almas inocentes mostrando los colmillos tras la sonrisa de hiena, sin disparar con plomo a cuerpos anémicos condenados a muerte por una ambición amparada en leyes exterminadoras.

El incesante goteo de suicidios griegos a los pies de Atenea cumple mandato de quienes contemplan indiferentes desde su olimpo la mortuoria secuencia de vidas abandonadas, inaccesibles a periódicos y pantallas televisivas para evitar contagio de la epidemia fúnebre que se expande entre sus gloriosas piedras. Callar es cobardía y mirar para otro lado, apocamiento, cuando la sangre grita rebeldía contra al látigo financiero que fustiga inclemente la espalda dolorida de un pueblo que pide limosna para sobrevivir.

DESPRECIABLES CAPRICHOS

DESPRECIABLES CAPRICHOS

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No es posible callar y no es bueno que callemos, cuando desde la ventana que da al patio exterior vemos la pobreza, oímos quejidos y sentimos escalofríos en la piel imaginando que podríamos ser nosotros quienes sufrimos la agonía del hambre en nuestros hijos, como lacerante espada que nos parte en dos por vesánicos caprichos de los depredadores que conducen a la hambruna.

Son tales caprichos, determinaciones arbitrarias no justificadas cuando se toman por antojo, que causan daño a las personas, librándose lo caprichosos de los daños ocasionados por los abominables caprichos que se toman, con la misma frialdad que un matarife sacrifica corderos en el matadero.

Porque macabro capricho es rearmarnos hasta los dientes con refinamiento de muerte y aniquilación, cuando bastaría con eliminar el gasto armamentístico para erradicar el hambre en el mundo.

Desigual capricho es poner quirófanos con flujo laminar a disposición de selectos enfermos, mientras otros se desploman a las tumbas desde las lista de espera en los hospitales, como insectos rodando por el suelo después de la fumigación.

Detestable capricho es obligar a las personas dependientes a ser independientes hasta que desaparecen, mientras los dependientes del trabajo ajeno siguen abusando de plusvalías y quienes dependen de la hucha ciudadana continúan ordeñando la vaca.

Execrable capricho es que algunos desahucios acaben en suicidios, cuando se trata de un simulacro de homicidio provocado por quienes lucen en sus carteras tarjetas con etiqueta negra, explotación roja, desvergüenza amarilla y militancia multicolor.

Reprobable capricho es eliminar folios y lapiceros de los juzgados; suprimir combustible y pan en los colegios; y cerrar plantas en hospitales, al tiempo que se mantienen sueldos, indemnizaciones y privilegios a los “cajeros” responsables de la tragedia.

Injusto capricho es la distribución de riqueza colectiva que permite medir esloras de barcos de recreo en kilómetros, cuando bastaría un metro para alimentar a los que mueren por no tener un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Cincelemos, pues, sobre todas las lápidas que esperan inquietas los cuerpos de los depredadores, estas palabras como epitafio: “Aquí yace quien provocó lágrimas negras en ojos blancos enrojecidos por la sangre”.

MATANZA DE GATOS

MATANZA DE GATOS

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El periodo comprendido entre la caída del Imperio Romano y el descubrimiento de América fue el más tenebroso de la historia humana, caracterizado por persecuciones, matanzas, guerras y condenas, bajo el dominio de la cruel y siniestra Inquisición, de cuyas fechorías no se salvaron ni los gatos.

Estos felinos fueron acusados de ser desleales, falsos, diabólicos y cómplices de las brujas, que debían ser exterminados por su relación con el maligno, de las formas más espantosas, como decapitación, apaleamiento, desuello, lapidación, despellejamiento, descuartizamiento o aplastamiento.

Estas atrocidades se mezclaban con otras más elocuentes, como hogueras donde los gatos eran quemados vivos; con ollas, donde eran hervidos en aceite; con iglesias, desde cuyas espadañas eran arrojados contra el suelo; o con casas, donde eran emparedados vivos para ahuyentar los malos espíritus.

La superstición rural llevó a los campesinos a incinerar gatos para fertilizar el campo, arrojando sus cenizas sobre la tierra cultivada, al tiempo que aseguraban  la fecundidad de los animales que pisaran las cenizas, siendo acusadas de herejes, expropiadas y torturadas, las personas que tuvieran felinos.

Pero los inquisidores no repararon en las consecuencias de la aniquilación, pues el exterminio de los gatos provocó una proliferación incontrolada de ratas de tal calibre que se llevó por delante a treinta millones de personas, con motivo de la peste negra transmitida por tales roedores.