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CONFIDENCIAS ANTE EL ORDENADOR

CONFIDENCIAS ANTE EL ORDENADOR

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Aquí estoy, ante la pantalla en blanco del ordenador con la incertidumbre como prólogo de mi reflexión diaria, sin saber qué pensamiento comenzaré a deletrear en renglones sucesivos, ni las palabras que emplearé para dar vida a la idea que pretendo verter, ni por qué la expresaré con unos términos y no con otros que harían el mismo oficio.

Ignoro los vocablos a utilizar para expresar el respeto intelectual que me produce enfrentarme a la forma de expresar el sentimiento que quiero dejar cada día en mi bitácora, como temblor anímico cercano al tartamudeo, sobre todo cuando no tengo a mano el hueso de médula espiritual necesario para verter el estremecimiento.

¿Con qué palabras puede explicarse el fracaso de la vulgaridad retórica o el descabello inmerecido de la estética, cuando se pretende maridar concepto y forma en lacónica frase literaria con aspiración a ser gustosa composición de armonía interior, belleza retórica, ilustrada exposición y melódica ortofonía sin afectación pedantesca?

A todo escritor le complace ser leído, pero cuando me siento cada madrugada frente al ordenador no pienso en los lectores, sino en hermanar las letras del diapasón alfabético con el teclado, para conciliar ropaje y cuerpo, palabra e idea, hechura y pensamiento, de forma que sea deleitosa para los lectores, quedando plenamente satisfecho con el placer que me produce el intento.

 

SOLEDAD SOÑADA

SOLEDAD SOÑADA

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La carencia involuntaria o voluntaria de compañía es lo que distingue la negra soledad de la soledad soñada, siendo la primera hermana del desamor y la segunda inspiración amorosa, sin que ambas exijan necesariamente el enamoramiento de otra persona, pues la propia vida es objeto de amor, igual que la belleza, el perdón, la paz o la amistad.

Sea cual fuere la soledad prendida, esta es siempre personal e intransferible, tanto en la dicha y como en el infortunio, pero la soledad soñada elige los destinatarios donde se hospeda, exigiendo especiales condiciones de alojamiento para acampar en el alma que demanda su presencia.

Este aislamiento emocional pide sosiego de espíritu, amor sin cautela, serenidad de ánimo, entrañable recuerdo, nostalgia redentora y corazón abierto a la felicidad que reporta el silencio recogido, la calma alentadora, el alejamiento de la prisa, la ceguera del artificio y el destierro de la bisutería, para acercarse de puntillas a la penumbra de una vela encendida, a la música estremecida y a los pétalos verdecidos.

La soledad soñada no necesita luz, ni reverso de imagen en el espejo, ni sombra de pensamiento, porque le basta seguir el rastro del amor para embargar espíritus con irremediable dicha, alzando puentes levadizos hacia el nuevo mundo que espera tras la huida del bullicio, recuperando el estado basal donde se encontraba la vida antes de partir hacia la agitación anímica.