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CIENCIA Y FE

CIENCIA Y FE

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El nacimiento hoy de la primavera que anuncia el milagro de los trinos y los pétalos, es buen momento para reflexionar sobre el origen de los huevos que dan vida a las aves y el polen que fecunda los cerezos, buscando en la ciencia y la fe el origen de la vida, pero deslindando los ámbitos que pertenecen a cada cual, aunque se entrecrucen ramificaciones en sentidos contrapuestos, interfiriéndose subjetivas creencias personales derivadas de la fe, con objetivas constataciones científicas del método científico.

El conjunto de creencias personales y dogmáticos principios de una religión, no se armonizan con los conocimientos obtenidos mediante la observación sistemática de la realidad y el científico razonamiento hipotético-deductivo que conduce a los principios, leyes y teorías que explican y justifican el mundo.

La fe se fundamenta en la existencia de un ser supremo, del cual emanan el resto de creencias que conforman certidumbres virtuales indemostrables científicamente, atribuyendo a ese Dios súper-poderes extraños al ser humano, explicaciones inexplicables de fenómenos desconocidos y alivio para la angustia generada por el incierto futuro que nos espera al emprender el gran viaje.

Dios explica, consuela y compara nuestra finitud perecedera con su infinitud perpetua, aunque esta no sea evidente ni demostrable para la ciencia, porque la realidad de diez mil años de homo sapiens dice lo contrario que predica la fe como don de Dios, es decir, que quien cree en Él lo hace porque Él quiere, como hizo con el decimotercer apóstol nacido en Tarso de Cilicia y evangelizador de gentiles.

Ciencia y fe no pueden ir de la mano porque la primera exige pruebas verificables para aceptar hipótesis explicativas, mientras la segunda se apoya en Dios para resolver los problemas, como sucede con el origen de la materia, que los creyentes atribuyen a Dios, mientras los científicos declaran su ignorancia sobre el tema.

ACOSO LABORAL

ACOSO LABORAL

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El cobarde, injusto, abusivo y detestable acoso laboral del patrón a los subordinados, tiene como finalidad producir miedo en los trabajadores, para lograr el sometimiento incondicional de los asalariados a su voluntad o conseguir la renuncia de estos al puesto de trabajo.

Para alcanzar su objetivo, los acosadores utilizan sutiles métodos de hostigamiento y violencia psicológica, nunca siempre fáciles de demostrar, porque muchas agresiones se disfrazan con insinuaciones confusas, ambigüedades calculadas o amenazas privadas, sin testigos, ni grabaciones, ni documentos, que permitan demostrar el acoso, negado siempre por quienes lo practican.

El sueco Leymann optó en los años ochenta por llamar mobbing lo que no era más que persecución, dulcificando el término para limar las espinas de palabras como cazar, acorralar, cercar, intimidar o atenazar, que se clavan en el cuerpo y alma del 15 % de los trabajadores en activo, elevándose esta cifra en la mujeres.

Los jefes enmarcan el acoso en la legalidad, asignando al trabajador acosado objetivos difíciles de alcanzar, fijándole plazos imposibles de cumplir, dándole sobrecarga de tareas, rebajándolo de categoría profesional, modificándole sus responsabilidades, asignándole labores ingratas, discriminándolo en el trato personal, ninguneándolo, ocultándole información para inducirle al error, infravalorando su trabajo, bloqueando su carrera profesional o rechazando sistemáticamente sus ideas.

El acoso tiene su origen en causas muy diversas, que pueden ir desde la divergencia política, religiosa o sexual, hasta la negativa del trabajador a participar en acciones deshonestas, pasando por rebelarse ante la manipulación, tener otra nacionalidad o ponerse enfermo.

En todo caso, se trata de un abuso jerárquico que lleva al deterioro personal, desgaste profesional y quiebra psíquica del acosado, concluyendo en angustia, depresión, insomnio, irritabilidad, inseguridad, desestimación, quiebra familiar, paro y soledad irreparable, sin causa oficial que justifique la ruina personal del trabajador hostigado.