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ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

ANCIANOS AL MORTUORIO

ANCIANOS AL MORTUORIO

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El ministro de finanzas japonés, Taro Aso, ha encontrado la clave para resolver los problemas económicos de su país, pidiéndole a los ancianos la recuperación del espíritu kamikaze, y estos le han respondido que se suba al avión suicida él con toda su familia y se estrellen contra el monte Fuji, porque lo que sobran en el mundo no son ancianos, sino hijos de puta.

Este genocida encorbatado de 72 años, al que le falta bigote, flequillo y cruz gamada, ha pedido a los ancianos que den prisa en morir para que el país pueda ahorrarse los gastos de atención médica que merecen quienes han llevado a Japón donde ahora está, aunque este miserable pida ahora su exterminio por vía de urgente muerte natural.

Cabe suponer que la próxima petición de tan práctico asesino potencial será el exterminio de los enfermos crónicos, de los retrasados mentales, de los mutilados, de los presidiarios, de los parados y de todos aquellos organismos vivos improductivos para las arcas de la clase financiera que representa este macho de cabra montesa, que pretende cornear a los ancianos.

Alguien tendría que decirle a tan pérfido econhumano que las personas no son fríos números abstractos en asientos contables, ni materia prima para fabricar jabón. Que las personas tienen nobles sentimientos desconocidos para él, entre los que se encuentra el amor a la vida y el deseo de que ésta se prolongue junto a los seres queridos.

Nunca la condición humana estuvo tan degradada, ni los sentimientos tan degenerados, ni el desagradecimiento por los servicios prestados fue mayor. Nunca la perversión de valores llegó a tales cotas, ni el desprecio a la vida humana mereció tanto deseo de muerte rápida para quien la pide a los demás.