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JOVEN ANCIANO

JOVEN ANCIANO

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caras

La casualidad puso ayer delante mis ojos en la pantalla televisiva a un joven hablando con palabras de ancianidad a la que nunca espero llegar, aunque la vida me conceda la desgracia de ser inservible centenario en manos ajenas, sin posibilidad de encontrar una enfermera como la de Johnny cuando dejó su fusil y le taparon la cara.

Tales fueron las palabras de este joven anciano, que sospeché tratarse de un truco mágico en la que un viejo reviejo se había puesto careta joven para disimular su rostro ajado, pero no fue así. Se trataba de la imagen real-real de un joven-joven, que se expresaba con ideas de viejo-viejo, sin que el director de escena gritara ¡corten!, y el responsable de emisiones de la Bola del Mundo en Navacerrada, cortara la emisión.

Yo, que tantas veces he pedido a mis hijos y alumnos rebeldía y fuerza para luchar contra todos los molinos de la vida, me encontraba ante un joven anciano moralmente moribundo, resignado a su injusta desgracia, que daba paternales consejos de confesionario a otros jóvenes con voz doblada por el miedo, pidiéndoles paciencia bíblica, humildad evangélica, esperanza en providenciales sortilegios, apuntillada con el deseo de que tuvieran suerte en la lotería y les acompañara la fortuna de un braguetazo que les resolviera la vida.

El discurso de este anciano de veintitantos años hubiera ganado un concurso galáctico de monólogos, provocando carcajadas en los marcianos, fraternales paisanos de este ejemplar de fauna extinguida, del que afortunadamente solo queda él como muestra en la Tierra.

MAESTRO ANTHONY HOPKINS

MAESTRO ANTHONY HOPKINS

La realidad se hace más hermosa que la ficción en este joven anciano de setenta y cinco años, cuando se sienta frente al piano y deja volar su imaginación sobre las blanquinegras teclas de su caja de resonancia, componiendo melodías eternas, inimaginables en el ficticio doctor Lecter de los silenciosos corderos.

Pocos saben que Hannibal, el personaje frío y sanguinario que le llevó al óscar, nada tiene que ver con el compositor musical cálido y fraternal que es en realidad Hopkins, nombrado Sir en 1992 por gracia de su graciosa majestad la reina inglesa Isabel II.

Tuvo que aparecer en su vida la colombiana Stella para que don Antonio hiciera realidad el sueño de su madre que siempre quiso que el niño fuera concertista de piano, ocupándose el actor-compositor de tocar diariamente el piano, improvisando melodías y componiendo «And the waltz goes on», que nos ha emocionado a todos bajo la batuta de André Rieu.

Actor que escribe en el pentagrama hermosas composiciones. Loco de cordura que pinta sobre el lienzo con estilo singular y personalidad propia. Ciudadano que abandonó el alcohol para colaborar con proyectos solidarios. Ecologista que ha puesto su nombre en las listas de Greenpeace. Y soñador que vive emocionado sus últimos años de vida bajo el sombrero blanco que le ha dado fama universal