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ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

ESCRIBIR PARA AMIGOS

ESCRIBIR PARA AMIGOS

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Escribir para ser leído por amigos exige humedecer la pluma en tinta del alma y pasar el pliego virtual de la pantalla por rincones inaccesibles del espíritu, para mostrar sentimientos propios sin vestimenta alguna, urdidos por afanes cotidianos que brotan de un corazón desnudo, sin más intención que compartir el vuelo con los amantes de la vida.

Las palabras, sin retoque alguno ni maquillaje, se encadenan gozosas en ocasiones al dictado de experiencias hermosas que embellecen con pinceladas de hermandad la existencia. Pero otras veces brotan doloridas, sudorosas y cansadas, con la hartura de la decepción y el desengaño de la frustración.

Me gusta escribir desde el ruedo, recibiendo el toro de la vida a puerta gayola, sabiendo que puede empitonarme una vez más como tantas veces ha ocurrido, pudiendo enseñar mis cornadas de guerra a quien solicite ver las cicatrices, porque nunca he callado lo que tenía que decir, ni silenciado el pensamiento, aun sabiendo que el morlaco buscaría mi cuerpo en la embestida.

No escribo pensando en el gusto de los lectores para complacer sus preferencias, sino con la esperanza de que los lectores se hermanen con los sentimientos que expresan mis palabras, aceptando que no son compartidos muchos de ellos y que molestarán a otros, por lejos que esté mi intención de abrir heridas en el pensamiento ajeno.

Al escribir no pretendo hallar consuelo a penas que no tengo porque la vida me sonríe, ni busco alivio a inexistentes pesares, ni persigo complacencias ajenas, sino alimentar de esperanza la comunidad que formamos los que todavía creemos en valores que contribuyen a la hermandad y felicidad entre los que el azar de la vida ha unido.

DOLOR FÍSICO

DOLOR FÍSICO

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Compiten cuerpo y alma en la partición desgraciada del dolor llevándose el primero la peor parte, porque el dolor del espíritu se reparte, puede hacerse participativo y consolarse con los sentimientos, afectos y palabras de quienes aceptan compartirlo. En cambio, el dolor físico, enajena, aísla y abandona en la intemperie a quienes lo sufren, dejándolos en manos de inservibles fármacos que contaminan la sangre y terapias analgésicas de escaso valor, exigiendo al enfermo hermanarse con el dolor y abrazarlo como fiel enemigo que usurpa la sonrisa.

Cuando el dolor convoca, es obligado acusar recibo del llamamiento, asistir a la cita, sentarse con él a la mesa y comer el plato amargo, tosco, trivial y humillante que pone delante, sabiendo que la indigestión está garantizada con esa paralizante coz que deja al enfermo con su dolor a solas.

La soledad de la persona dolorida es grande por la impotencia que el dolor genera en ella, por la frustración que la inhabilita para dar una respuesta eficaz y por su opacidad a los ojos de familiares y amigos, pues el dolor no puede observarse, ni medirse, ni prestarse, siendo lo más personal, intransferible e incomprensible que sufrirse pueda.

Cuando el suplicio se apodera del cuerpo del enfermo, hurta su voluntad, inhibe la capacidad de respuesta, niega la palabra, oculta la luz y paraliza el gesto, clavando su barbilla en el pecho y obligándole a entrecruzar los dedos pidiendo una explicación a tanto castigo inmerecido.

Sin indulgencia ni compasión alguna, el dolor traslada al doliente en parihuelas al verdadero país de nunca jamás, donde el llanto, la queja, el gemido, la desesperación, el lamento y las lágrimas, ocupan ese territorio habitado por condenados a la tragedia con su particular dolor a cuestas, porque nada hay más personal que el sufrimiento físico.

ENTRE TODOS

ENTRE TODOS

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No acostumbro a sentarme delante del televisor, salvo para informarme de lo que no me gustaría saber, a través de noticias que hacen retemblar el alma de indignación, con imágenes y palabras que despiertan sentimientos enfrentados a la razón que nos falta, sostenidos con razones que nada justifican, aunque pretendan explicarlo todo.

El azar me puso en la sobremesa de ayer ante la pantalla del televisor, donde una mujer con zapato plano y frescura juvenil, festejaba llamadas telefónicas de televidentes solidarios gritando “¡Tooooma!”, “¡Vámonoooos!” y otras expresiones acompañadas de rotundos gestos, mientras el auditorio respondía entusiasmado: “¡Llamada!”, cuando ella preguntaba: “¿Qué tengo?”.

No es fácil explicar el contradictorio sentimiento que despertó en mí el programa, por nutrirse con excesivas lágrimas, mostrar dolor al descubierto y aprovechar la baratura sentimental, mezclado todo con donaciones anónimas, solidaridad doméstica y respuesta de los ciudadanos a la llamada del vecino, mientras el Gobierno mira para otro lado.

Vinieron a mí recuerdos juveniles de Alberto Oliveras y su programa radiofónico “Ustedes son formidables”, que parcheaba desgracias a falta de recursos públicos para redimir a los marginados, sustituyendo derechos por caridad, mientras enjugaba con lágrimas las injusticias sociales.

Debemos salvar la dignidad humana en el escaparate público, preservar el anonimato de los menesterosos, guardar la confidencialidad de los empobrecidos y no hacer espectáculo con la desgracia ajena; pero también debemos alzarnos contra la injusta distribución del dinero común, para evitar que aumente un 27,9 % la asignación a los partidos políticos pasando de 66,2 millones de 2013 a los 84,7 del próximo ejercicio, mientras la sanidad se degrada, la educación se desprecia, las estafas se consuman y se abandona la ayuda a la dependencia.

LA FELICIDAD COMO PRESEA

LA FELICIDAD COMO PRESEA

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Sin ser joya, fetiche, gema, talismán o amuleto, es la felicidad presea buscada por todos los humanos, aunque muchos pretendan hallarla donde no se encuentra, otros crean que les lloverá del cielo sin conquistarla y algunos acudan a subastas de la vida para adquirirla, ignorando que la felicidad no puede comprarse en una taquilla.

Es un dulce sentimiento de abandono, un placentero estado de bienestar, un recogimiento que entumece, una emoción que conmueve los cimientos del alma y un suspiro que alienta dichosas bocanadas de paz, cuando la disposición hacia ella se hace realidad en la vida de quienes la merecen, alejándose de aquellos que pretenden sustituirla con sucedáneos de elevado coste en el mercado y bajo precio moral en los rincones del alma.

No es la felicidad planta que germine en terrenos baldíos de amor, sino en campos abonados con nitratos de cariño, fosfatos de generosidad, carbonatos de honradez y sulfatos de solidaridad, que expanden su condición bienhechora sin dejarse atrapar porque no es posible asirla eternamente y tomarla en propiedad, siendo como espuma sobre la mano imposible atraparla por mucho que cerremos los dedos en torno a ella.

No es la felicidad cosa nuestra, pero depende de nosotros alcanzarla, y podremos lograrla si respiramos aires solidarios, saciamos la sed con agua fraternal y nos alimentamos con el pan candeal de la hermandad, pero no será posible recuperarla acudiendo a lugares lejanos en el tiempo donde habitó entre nosotros.

La felicidad abomina el rencor, reprueba la soberbia, rehúye la envidia, desprecia el egoísmo, detesta la violencia, aborrece la mentira y maldice las guerras. Por eso, depende su presencia de la capacidad de olvido, del don de la humildad, de la alegría por el bien ajeno, de la entrega personal, de la sinceridad y de la paz.

EL DOLOR NOS DESTIERRA

EL DOLOR NOS DESTIERRA

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A la deportación política de disidentes, la expatriación laboral de emigrantes y exilio social de marginados, se añade un destierro interior que incapacita para toda respuesta y separa del entorno a quien lo sufre, llevándole al confinamiento anímico en la más profunda soledad, aunque el amor y compañía de las personas queridas consuelen, porque el dolor tiene reservado el derecho de admisión y no puede compartirse.

No hay extradición posible del dolor cuando viene de frente y por derecho a clavarse en el alma; cuando asoma el desamor, azota el abandono, defrauda la amistad, visita la parca o acosa la decepción. Tampoco hay redención para el dolor que flota sobre la inclemente contaminación de la sangre, el crecimiento enloquecido de las células, las atrofias irreversibles de médulas, el castigo de las trisomías  y todas las desviaciones insalubres sin respuesta para la algología.

El dolor condena al destierro cuando se enquista en el alma o en el cuerpo, haciendo girones la esperanza y desgarrando toda posibilidad de retorno a la paz interior, que pretenden reponer las consoladoras caricias y reconfortantes estímulos de las personas que nos aman, cuidan y protegen.

La convocatoria del dolor aisla el sufrimiento, segrega la congoja, aleja la esperanza, ampara la desilusión, impermeabiliza el pesimismo, quebranta el ánimo, exilia del exterior y provoca aflicción del espíritu, pero su abandono impulsa nuestro crecimiento interior cubriendo espacios de la vida desconocidos mientras el dolor estuvo ausente.

Cuando el tiempo o el bisturí cicatrizan el suplicio, se recuperan estímulos vitales perdidos durante el tormento. Aprendemos a engrandecer las pequeñas cosas de la vida. Tenemos en cuenta lo que antes no percibíamos. Estimamos el valor de los gestos cotidianos. Y descubrimos la eternidad del amor cotidiano.

CARTA AL PRESIDENTE

CARTA AL PRESIDENTE

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Mi respetado presidente:

Le escribo esta carta abierta en mi bitácora como desahogo de conciencia personal, sabiendo que mis palabras no van a llegar a su destino, ni pasarán de los amigos que visitan esta casa virtual que ya les pertenece.

Me dirijo a usted motivado por el hundimiento personal al que me han llevado las fechorías de su multimillonario tesorero Bárcenas, acrecentado por el desconocimiento que usted ha declarado tener de sus truhanerías, porque es difícil creer que un registrador de propiedades no registrara los bienes ajenos que tenía en su propia casa, ni llevara contabilidad de los sobres que desaparecían del cajón de su mesa. Discúlpeme, señor, pero no le creo, aunque mantenga la esperanzadora certeza de que usted no se ha llevado ni un lápiz que no le perteneciera.

Ni pícaros ni tontos merecen mi aprecio, pero si tengo que elegir entre ambos me quedo con los granujas porque los imbéciles no tiene redención, y debe ser usted muy necio para no darse cuenta de la mierda que ha pasado diariamente durante años por la puerta de su despacho, o muy cínico para negar lo que todos creemos.

Le pido, señor, que no insulte más nuestro sentido común porque estamos hartos de mentiras, falsas promesas, incumplimientos de contratos electorales y recortes. Le pido en nombre de millones de ciudadanos, que corte de una vez esta sangría de dolor, decepción y frustración que tenemos, porque de lo contrario todos nos arrepentiremos de lo que pueda suceder, y no merecerá usted el perdón por el naufragio.

Le pido que aproveche la oportunidad única que le brinda la historia para hacer justamente lo contrario de lo que está haciendo, esperando que su conciencia camine en sentido opuesto al nos obliga a marchar a los inocentes de la tragedia.

Le pido que elimine privilegios de los que menos sufren las medidas que usted aplica, porque les sobra todo aquello que les falta a quienes su Gobierno está reduciendo a la nada material, nulidad social, ruina personal y hundimiento familiar.

Le pido que exija sacrificios a los depredadores del reino, dirigiendo la tijera hacia quienes disponen de más tela económica que cortar, y deje en paz con su mendrugo de pan a los que sólo reclaman sobrevivir.

Le pido que evite especulaciones abusivas de usureros sin escrúpulos, más preocupados por la eslora de su barco que por los masivos desahucios que imponen a los desvalidos, sin mover una pestaña.

Le pido que aumente la carga impositiva a los propietarios de las grandes fortunas del país, exigiéndoles una mayor contribución, evitando que sean los indefensos ciudadanos quienes alimenten la caja común, mientras los defraudadores toman piña colada en paraísos fiscales.

Le pido que elimine las subvenciones oficiales a organizaciones de libre afiliación, como son los partidos políticos, sindicatos, iglesia y patronal, empleando esos millones de euros en beneficio del pueblo, su legítimo propietario.

Le pido que rebaje los sueldos y privilegios de políticos profesionales, eliminando de sus cargos a los incompetentes que van por las alfombras oficiales con el carnet del partido en la boca como único mérito para gobernarnos, por mucho que miren al cielo, enviándoles a sus puestos originales de trabajo donde realizarían un servicio más eficaz a la patria que dicen amar y defender.

Le pido que acabe con los herejes políticos y corruptos que infestan los partidos; que ejemplarice la vida pública; y que no juegue a la sumisión del timorato. Niéguese a la obediencia debida. Declárese insumiso a todo aquello que cause dolor a sus convecinos. Rechace el saludo de los mediocres. Evite la vulgaridad política, y pasará a la historia como el gobernante que liberó a su país del lodazal en que estaba enfangado por obra y gracia de los corruptos y el capitalismo feroz que terminarán por devorarlo todo.

Si se niega a liberarnos, la moral pública no se abrirá paso entre la mierda que nos rodea para reflotar el país sobre la voraz arena movediza que terminará engulléndonos a todos irremediablemente, incluido usted y todo su séquito, como ocurrió en las revoluciones de 1879, 1917, 1948 y 1959.

Ahora o nunca llegarán al pueblo soberano estas gracias que esperamos del presidente. Tenga la seguridad de que si en estos momentos de dolor resignado, indignada frustración, decepcionante futuro, inmerecido castigo y sufrimiento injusto, usted se empecina en seguir por el camino del hundimiento social, nadie va a rescatarnos del pozo deprimente donde nos entramos.