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AGRADECIDOS A LA IGLESIA

AGRADECIDOS A LA IGLESIA

Debatía amigablemente con un amigo sobre las fechorías perpetradas por la Iglesia a lo largo de la historia y la inverosimilitud de sus dogmas, sin poder convencerle con mis argumentos, sino todo lo contrario. Fue él quien logró llevarme al redil del Mal Pastor al persuadirme con su falta de razones de lo contrario que él pensaba y confirmar mis convicciones.

Uno de sus más firmes argumentos era que debíamos estar agradecidos a la Iglesia por el cambio  que había dado, pues hoy ya no quemaban a nadie en la hoguera, como le sucedió a la pobre María Pampana que ardió viva en la pira inquisitorial por comer una gallina en Cuaresma. Vaya, pues, mi agradecimiento por lo buena, generosa y santa que es la Iglesia. Me refiero a la Iglesia institucional, claro, no a la Iglesia Cuerpo Místico, ni a las nobles ovejas que pastan solidaridad evangélica, renuncia, sacrificio y entrega al prójimo, entre las que se encuentra, por ejemplo, mi querida sor Raquel.

No obstante, quedaron algunas cuestiones por aclarar que recibirán luz en próximos encuentros, como puede ser la necesidad de identificar ya de una vez el lugar donde está el cuerpo de la Virgen desde que María subió en cuerpo y alma al cielo, sin ayuda de propulsores que la sacaran de la órbita terrestre.

Quedamos también emplazados para hablar de los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos, dominaciones, poderes, potestades, santos espíritus, palomas y demonios. También dejamos pendiente conversar sobre dogmas que repugnan a la razón y de otras cosas por el estilo que dentro de mil años serán vistas como los dólmenes y menhires  que hoy contemplamos los terrícolas.

Si el tiempo lo permite, le pediré igualmente que me diga dónde se encuentra el infierno y la forma de saber quiénes están allí, para hacerme una idea de los amigos que me esperan en tan cálido lugar, porque una vida eterna en solitario y ardiendo, estimula poco la espera y resulta escasamente placentero.

En resumen, voy a pedirle que me aclare, explique y justifique, aquello imposible de entender, aclarar y razonar, fuera de la fe que todo lo justifica, demuestra y evidencia, por muy irracionales que sean las verdades que defiende.

¡Ah!, se me olvidaba: quien esto firma fue monaguillo, catequista, comulgante diario, predicador en iglesias, profesor de Cursillos de Cristiandad, ponente en jornadas eclesiásticas y lector empedernido de Caffarena, Rahner, Cardedal, Sobrino, Miret, Alegría, Llanos, Arias, Roncalli, Jaspers, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo el de Tarso y muchos otros, en tiempos pasados.