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CUMPLEVIDA

CUMPLEVIDA

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El Calendario Zaragozano anuncia hoy la festividad de los santos Cirilo, Alejandro, Audaz y Verónica, pero nada dice sobre el cumpleaños que hoy celebra el amigo inseparable que siempre va conmigo, ayudándome a sobrellevar esta vida de la mejor forma posible, más cercana cada día al gran misterio que ya di por desvelado en la retoñada juvenil.

Conmigo van también todos los que ya quedaron perdidos por el camino y los que aún marchan rodeándome, por lejanos que de mí se encuentren, porque “Ningún lugar está lejos” para los que se aman, como saben aquellos que en su aniversario recibieron mi regalo de la mano entrañable de Rae, llevada hasta su puerta por la gaviota de Bach.

Amigos de infancia, juventud, madurez y jubilación, que hoy hacen corro en torno a esta bitácora para tirar sesenta y siete veces de las orejas a quien ha merecido en la vida muchos tirones por sus errores, imprudencias, desmanes y arbitrariedades, sin tener en cuenta sus faltas porque llegó antes el indulto de los amigos que la solicitud de perdón.

Felicidad, que hoy llega hasta la mesa de este bloguero envuelta en celofán esperanzado por alcanzar un año más de vida en paz consigo mismo, junto a la inquietud por ignorar el nivel de la pendiente que ya desciende este soñador sin retroceso posible, manteniendo la confianza en la dicha que aún espera en medio de la jubilosa jubilación que le reporta un bienestar no alcanzado en el tiempo ya abandonado.

Enhorabuena, pues, a este abuelo de virtuales nietos, que ha visto crecer felices a sus hijos, sin otra ocupación que hacerlos revivirlos, enjugando algunas veces lágrimas con promesas de resurrección para ocultarlos del dolor y elevarlos en la vida.

ALOIS ALZHEIMER

ALOIS ALZHEIMER

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No todos los investigadores tienen la suerte de que su apellido pase a la historia acompañando a la enfermedad investigada, al aparato inventado o al fármaco descubierto, como le sucedió al doctor Fleming, oculto tras la penicilina; a Tesla, escondido en las bobinas de los motores de corriente alterna; o a Watt, manipulando en el sótano la máquina de vapor para mejorar el trabajo de Newcomen.

Este no es el caso del psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer, cuyas aportaciones sobre la demencia senil le permitieron inscribir su nombre en manuales, enciclopedias, periódicos, boletines oficiales y centros bautizados con su apellido a lo largo de todo el planeta, hasta el punto de ser más famosa la enfermedad, que el descubridor de la misma.

La “tontuna del abuelo”, que tantas veces oímos decir en nuestra infancia, para describir la desmemoria de los ancianos, el olvido de los rostros familiares, la pérdida de orientación y las actitudes extrañas de los pacientes, pasó de la jerga del pueblo a los tratados de enfermedades neurológicas, permitiéndonos el dominio de un término alemán más difícil de pronunciar que su homólogo español tradicional.

Todo comenzó un día de 1901, cuando Alois Alzheimer se acomodó frente a su paciente Auguste Deter, tras ser llevada al hospital por su marido después de observar éste durante algún tiempo comportamientos extraños en ella, como olvidar cosas, sentirse perseguida y ver objetos ocultos.

Uniéndose a la nómina de los inmortales, un día como hoy de 1915, Alois abandonó este mundo en Bratislava a la edad de 51 años, siendo llevado a la eternidad por un mal estreptococo que le contaminó la sangre, provocándole una insuficiencia renal que derivó en irregulares diástoles causantes de un ataque cardiaco irreversible para su vida.