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SI WERT FUERA ESTUDIANTE

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

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Contra viento sociales,  tempestades parlamentarias, mareas de profesores, desplantes de alumnos, pañueladas de padres, empujones de periodistas, barricadas de sindicatos, y quejas de costureras, churreros y aguaderas, el menistro Wert multiplica gratuitamente la crispación en un país muy crispado por los recortes, proponiendo una ley innecesaria, inoportuna e inadecuada, aprovechando que él se encuentra fuera del sistema educativo y no va a sufrir las consecuencias de su norma.

La mínima calificación obtenida por el menistro Wert en el barómetro del CIS con una nota de 1,76, permite asegurar que si el pilarista José Ignacio fuera alumno de Secundaria sería desviado hacia profesiones laborales alejadas de la Universidad y no podría estudiar la carrera de Derecho que cursó al abandonar el pilarismo.

Si Wert fuera estudiante, no pasaría ninguna de las selecciones que él mismo exige superar a los alumnos de 8, 11, 15 y 17 años, porque la puntuación de 1,76 que ha obtenido en el  examen social de los ciudadanos, no permite otra opción.

Si Wert fuera estudiante, carecería de amigos en el colegio porque no querrían jugar con él los compañeros en el recreo, le harían poco caso los profesores y los padres no le invitarían a fiestas de cumpleaños de sus colegas.

Si Wert fuera estudiante, iría solo a las manifestaciones convocadas por él mismo a favor de su ley, siendo despreciado por esquirol, disuelto con gases lacrimógenos por policías-padres y abucheado por los peatones.

Si Wert fuera estudiante, sus progenitores se avergonzarían del 1,76 obtenido por su hijo en la reválida ciudadana que él ha rescatado del pozo negro antieducativo con la propuesta de una evaluación sancionadora, selectiva y segregadora.

Si Wert fuera estudiante, no querría ser itinerado a los trece años hacia caminos profesionales que siendo adolescente rechazó y pediría las oportunidades de futuro que ahora niega a los jóvenes que sufrirán en las aulas su ley educativa, inspirada en fueros españoles y palomas espirituales.

SANGRE DE PRESIDENTES

SANGRE DE PRESIDENTES

Según me explica un amigo taurino, cuando el torero recibe el tercer aviso se queda sin morlaco, avergonzado y abucheado por el público. Eso va a ocurrirle al Gobierno si no cambia la faena de aliño que está haciendo al pueblo.

Los “indignados” ya dieron su primer aviso, acompañados por los desahuciados. Luego sacaron pañuelos y cohetes los mineros. Y ahora están colgando las batas los médicos, dejando la tiza los profesores, sacando pancartas los funcionarios y aguantando porrazos y disparos de goma los manifestantes.

Mantienen los puños cerrados los parados y están los desesperados a la espera de nada sin esperanza alguna, siendo éstos los más peligrosos, porque quienes no tienen nada que perder están dispuestos a perderlo todo, incluso su propia vida, como intentó hacer ayer un trabajador al prenderse fuego en Israel.

Los políticos deben saber que hubo un tiempo no muy lejano en que se combatió el orden establecido con magnicidios de máxima altura, para derrocar el sistema.  Eran tiempos con amplía capa social en el umbral de la pobreza que exigía la regeneración de España y la mejora de las condiciones de vida de la población.

Fue entonces cuando cayeron asesinados tres presidentes del Gobierno, salvándose de milagro el propio rey Alfonso XIII en 1906 y el general restaurador borbónico, Martínez Campos.

Los primeros ministros tiroteados que derramaron su sangre con macabra fortuna para ellos, fueron: Cánovas del Castillo, en 1897; José Canalejas, en 1912; y Eduardo Dato, en 1922, aunque después vendría algún «vuelo» más, por causas diferentes a las anarquistas.

No se trata de dar un aviso a navegantes sordos, pero sí de recordar páginas de nuestra historia moderna para ser tenidas en cuenta por quienes piensan que la resignación del pueblo es infinita, sus lágrimas inagotables, la paciencia ilimitada, eterna la mansedumbre y la obediencia ciega.