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DROGAS

DROGAS

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Leo en un rincón del periódico que dos jóvenes han muerto a causa de las drogas, por adulteración y sobredosis, mientras los grandes traficantes del veneno deben estar celebrando en lujosas mansiones los beneficios de tan lucrativo negocio, sin enterarse ni mover una ceja por tan penosas defunciones.

Declararse enemigo de las drogas es una de las condiciones sociales exigidas al vecino, para condecorarle en la solapa civil con el título de buen ciudadano y persona de orden, temerosa de contagiarse con la blanca peste negra vergonzante y destructiva de personas, que ya están destruidas por la sociedad.

Desde Adán y Eva, que vivían felices en el paraíso terrenal, el ser humano no ha dejado de buscar paraísos artificiales para ahuyentar el dolor, acompañar la soledad y evitar el abandono, con remedios caseros rudimentarios o estimulando últimamente la vida con opios relajantes, heroínas liberadoras, cocaínas euforizantes, alcoholes hilarantes, pastillas gozosas, infieles “marías” o humeantes “chocolates”.

Drogas no, mil veces no y otras mil que tampoco. Vale. Pero la actual situación de tráfico y consumo de estas sustancias que envenenan el cuerpo y descuartizan el alma, obliga a pensar que la mejor solución sería que los Estados productores y/o consumidores cogieran el toro por los cuernos y lo doblegaran, como hizo Ursus con el morlaco en presencia de Ligia y todo el pueblo.

Mirando la historia y echando un vistazo al mundo que nos rodea, vemos que la “ley seca” americana multiplicó el crimen organizado durante los catorce años que estuvo vigente, consiguiendo su derogación que desaparecieran las mafias, se redujeran los precios, disminuyera la delincuencia y se moderara el consumo.

En algunos países musulmanes como Arabia Saudita se prohíbe la ingesta de alcohol, castigando severamente con cárcel a quienes incumplen el veto, propinándoles latigazos y sentándolos en el potro árabe. En Kuwait se conforman con la cárcel. Y en Qatar se deporta a los borrachos, mientras el resto del mundo “progresa adecuadamente” publicitando y consumiendo alcohol.

Estas experiencias me autorizan a pensar que legalizando y controlando debidamente el consumo de drogas se arruinaría a los traficantes, disminuiría el consumo, se evitarían abusos, se eliminarían estafas, aminorarían los delitos, menguaría la explotación, desaparecería el mercado negro, se limpiaría el dinero opaco, bajarían los precios, no habría muertes por adulteración, y los jueces, carceleros y policías tendrían más tiempo para dedicarse a otros menesteres.

SOLEDAD FINAL

SOLEDAD FINAL

Al rodearme José Antonio con sus palabras en un abrazo solidario, unido al incondicional amor filial a la madre que tantos días humedeció la almohada con lágrimas de viudedad al verlo partir hacia el Infanta, no he tenido más opción que tomar la pluma para verter el sacudimiento interno que su recuerdo puso en la orfandad que compartimos, aunque jamás paseáramos juntos por el Patio Central.

Con su pregunta ha vibrado la fibra de Ángel y volado el recuerdo de José María a lejanos recuerdos junto al río Henares, haciendo posible el hermanamiento de nobles sentimientos en la pantalla virtual. Gracias por ello a quien propició la ocasión de tal encuentro y me dio la oportunidad de parafrasear los versos del poeta recordando ¡qué solos se quedan los viejos!

La inevitable soledad de la muerte a la que nos enfrentaremos todos en solitario y sin compañía alguna, por muchos que sean los que toman nuestras manos en el andén del último viaje, no justifica el abandono en la sala de espera de la estación de quienes nos han llevado hasta donde ahora estamos.

Abandono en algunos casos familiar y siempre profesional, sin comprensión alguna, en un alarde de despilfarro social y laboral que nadie evita, muy superior al despilfarro de la megalomanía política en obras faraónicas inservibles.

Aparcar en un rincón la experiencia lúcida de quienes han ido abriendo paso a los que hemos ido detrás; despreciar la sabiduría no contenida en libros ni en aulas universitarias; subestimar sabios consejos; postergar maduras opiniones; desdeñar la pericia demostrada, y rechazar la veterana voz ilustrada, son delitos sociales sin posible redención y actitudes que sólo conducen al suicidio moral de una sociedad ciega y sorda por voluntad propia.

Pero más triste es olvidarse de abrazar cada día a quienes todo lo han dado por aquellos que los olvidan. Más ingrato es olvidarse de corresponder a todos los bienes recibidos. Y más doloroso es abandonar a quienes saborean amargamente la soledad, porque los hijos que todo han recibido de ellos le niegan el tiempo que a ellos pertenece y el cariño que merecen.

“¿Tienes padres todavía?”, preguntaba José Antonio a todos sus compañeros en el libro de caras amigas, sin esperar respuesta. Y yo aconsejo a los afortunados que pueden abrazar a sus padres todavía, que no pierdan el tiempo porque su soledad no espera y una vez pasado el rubicón de la vida no cabe el arrepentimiento.