VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

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La indecorosa actitud mantenida contra los pensionistas por la secretaría de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, pidiendo jodienda para los pensionistas durante el acto institucional celebrado el pasado 5 de mayo en el Ayuntamiento de Alicante, quedará impune, como impune quedó el mismo deseo de jodienda para los parados, pedido a gritos por la diputada Andrea Fabra en el Congreso.

Indecentes actitudes y obscenos comportamientos ajenos a la militancia política, merecedores de pasar por la lavandería de valores humanos para limpiar los mugrientas deseos de tan despreciables sentimientos hacia otros seres de su misma especie socialmente marginados, que viven atenazados por la falta de empleo y la supervivencia digna en vejez que tienen merecida.

Más allá de su contingencia pública como de servidoras del pueblo que paga sus inmerecidas nóminas, está la condición humana de las personas, como categoría superior que las define, mereciendo en ambos casos ser calificadas como indecentes, en atención a su procaz comportamiento, obscena actitud, humillantes palabras y despreciable conducta, denigrante para la condición humana.

Expresar el deseo de que se jodan los parados y pensionistas, acredita una indigencia moral y déficit de valores humanos en esas personas, que las incapacita, anula e invalida para seguir perteneciendo a una raza con virtudes y mérito sobre los irracionales depredadores que se alimentan de otras especies animales más débiles que están a merced de los colmillos.

Personas con tales sentimientos no merecen representar a sus congéneres, bastándoles con ser embajadoras de ellas mismas en el país de nunca jamás, donde el desprecio colectivo las condena, aunque el poderoso dedo del capataz no las envíe al destierro de la memoria pública.

A VUELTAS CON LA SENTENCIA

A VUELTAS CON LA SENTENCIA

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De todos los hechos que suceden en la vida, sean buenos o malos, conviene extraer enseñanzas, con objeto de repetir los aciertos habidos y enmendar los errores detectados, porque de no hacer esto último se multiplicarán los disparates en experiencias futuras, con peores consecuencias cada vez.

La sentencia dictada contra el hato de ganado compuesto por la manada humana de cinco garañones sin descapullo mental, que van por la vida al acecho de carne fresca para consolar su calentura en nocturna caza furtiva, ha puesto de manifiesto el siguiente decálogo de enseñanzas:

  1. Que los jueces y magistrados tienen algo que ver con la lentitud de la justicia, que tantos beneficios reporta a ciertos encausados y daños causa a la justicia, manteniendo en tribunales a togados reiteradamente sancionados por demorar sentencias, debiendo las autoridades poner a trabajar a los servidores públicos gandules o mandarlos a su casa a descansar.
  2. No todo lo legalmente posible, técnicamente justificable y jurídicamente argumentable, es admitido y comprendido por la sociedad donde se aplican las decisiones judiciales, requiriéndose un esfuerzo legislativo que haga posible el acercamiento de ambos extremos.
  3. Si la ciudadanía, los juristas, las instituciones, entidades y asociaciones nacionales e internacionales censuran una sentencia judicial, algo habrá que hacer para que esto no suceda, más allá de las alegaciones jurídicas esgrimidas para justificarla.
  4. En un Estado de Derecho, conviene adecuar las leyes para que las resoluciones judiciales se ajusten todo lo posible al sentido común de los mortales, de forma que la libertad de interpretación de las mismas ocupe el menor espació posible en la decisión de quienes deben aplicarlas.
  5. El hermético corporativismo judicial es peligroso bumerán que puede terminar golpeando la cabeza de la judicatura, porque podría pensarse que obedece al compromiso implícito y oculto del “hoy por ti y mañana por mí”, poniendo al descubierto carencias morales y profesionales, nada deseables en el colectivo judicial.
  6. Un ministro reprobado y sin pruebas que justifiquen sus descalificaciones personales, puede ser tan peligroso como un tornado, por lo que convendría retirarle el bastón de mando para evitar que siga golpeando sin explicar la causa de sus bastonazos.
  7. Cuando el pueblo no comprende las sentencias judiciales; los magistrados no entienden las protestas ciudadanas; están en desacuerdo los juristas; y guirigaguean los periodistas en medio de tanto “jolgorio” y “regocijo”, habrá que hacer algo para que esto no suceda y todos se entiendan.
  8. Si la oscuridad, déficit o ambigüedad del Código Penal facilita sentencias opuestas al sentimiento común y su interpretación es contraria a la lógica convencional, urge modificar dicha norma para evitar interpretaciones judiciales contrarias a la concepción general de la vida práctica.
  9. Por dura, clara, firme y argumentada que sea una sentencia o el voto particular a la misma, debe utilizarse un vocabulario respetuoso con la situación y las personas, alejado de la terminología coloquial empleada en mentideros, tabernas, salas de espera, tertulias burlescas y patios de vecinos, donde predomina el “jolgorio” y “regocijo”, por mucho que las palabras empleadas figuren en el diccionario, sobre todo si el juez solo habla a través de las sentencias que dicta.
  10. En definitiva, debemos aprovechar la situación creada con la recurrible sentencia a la manada para mejorar el democrático Estado de Derecho, estando obligados los poderes del Estado a tomar medidas en esa dirección, porque de lo contrario estaremos abocados a un Estado de Deshecho, con todas las cárceles ocupadas solamente por “robagallinas” como dijo la máxima autoridad judicial, mientras los estafadores, evasores, corruptos, garañones, yernos azulados y demás especies depredadoras siguen campando impunemente por sus respetos.
¿ABUSO O VIOLACIÓN?

¿ABUSO O VIOLACIÓN?

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La última sentencia judicial del tribunal de la Audiencia Provincial de Navarra que ha juzgado a la manada, obliga a clarificar el oscuro concepto de violación para evitar interpretaciones subjetivas de jueces que lleven a la protesta social por incomprensión popular de sentencias dictadas por altos magistrados.

El diccionario académico define la violación como acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento. Algo que repite la enciclopedia jurídica, asegurando que es el más grave delito contra la libertad sexual, añadiendo que tal exceso puede ser vaginal, anal o bucal.

Los altos magistrados que han sentenciado a la “manada” juzgaron que hubo abuso sexual en los actos que realizaron, y no violación, sencillamente porque la sangre no corrió entre las piernas de la joven, ni hubo desgarraduras vaginales, ni perforaciones intestinales, ni lesiones en la glotis, ni la chiquilla clavó las uñas en los ojos de los garañones, ni cortó el pene a los depredadores.

Algo no funciona bien en un Estado de Derecho, cuando la máxima autoridad judicial asegura que a la cárcel solo van los robagallinas y los ciudadanos de tal Estado perciben el Derecho torcido, retorcido y alejado del natural sentido común, estando obligados los poderes del Estado a tomar medidas urgentes, porque de lo contrario estamos abocados a un Estado de Deshecho.

La ignorancia jurídica que nos asiste a los disconformes con la sentencia dictada, impide ver el margen de interpretación que cabe a los magistrados sobre los hechos relatados por ellos mismos en su sentencia, pues no alcanzamos a comprender lo incomprendido por ellos, ni dónde están las dudas, ni cuál debe ser la actitud del Consejo General del Poder Judicial con esos jueces, ante la sentencia dictada por los detestables hechos acontecidos la noche del 7 de julio de 2016 en el portal número 5 de la pamplonesa calle Paulino Caballero.

Cuando el Derecho Penal se opone al sentido común de los mortales, su interpretación es contraria a la lógica convencional y las sentencias son incomprendidas por el pueblo, urge modificar dicha norma jurídica para evitar interpretaciones judiciales contrarias a la concepción ciudadana de la vida práctica.

COMPLICIDAD DEL SILENCIO

COMPLICIDAD DEL SILENCIO

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La denuncia de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid por irregularidades en el Campus de la Justicia, que afecta directamente a su antecesora en el cargo, unido a las declaraciones de los principales líderes políticos afirmando que el presidente del Gobierno la mantiene en el cargo porque es una mujer que sabe demasiado sobre las andanzas del partido y de sus jefes en los últimos treinta años que lleva de militancia, obligan a denunciar el silencio cómplice de muchos afiliados de diferentes partidos, que callan lo que saben para seguir apareciendo en las fotografías o garantizarse futuro espacio en las mismas.

Al hilo de esto, cabe recordar que cuando Unamuno fue elegido por primera vez concejal del Ayuntamiento salmantino en 1917, un numeroso grupo de ciudadanos y amigos le ofrecieron un banquete en el que don Miguel intervino a los postres afirmando lo siguiente, con relación a las cuestiones que fueran tratadas en plenos y despachos consistoriales: “De lo que sí podéis estar seguros es que no guardaré secreto de nada. Diré todo lo que vea y oiga. Si entre aquellas cuatro paredes me dicen que hay cosas que no se pueden decir, lo diré allí y en la plaza pública”.

Actitud que contrasta con el silencio mantenido por los políticos del colorín nacional, temerosos de ser condenados al fuego partidista si rebelan trampas, mentiras, intrigas y corruptelas, convirtiéndose de esta forma en cómplices de dichas tropelías, al silenciar delitos que conocen, enmascarar la verdad y encubrir celadas, camuflando sucias negociaciones o disimulando cambalaches, como forma de cobardía social que sólo favorece a quienes se aprovechan del silencio de los sabedores, recibiendo estos a cambio deshonrosas migajas.

Es obligado recordar que el silencio ante el mal, representa el propio mal; que el pecado de silencio es cobardía pusilánime; que el silencio es complicidad; y, finalmente, que el artículo 259 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal afirma que quien presenciare la perpetración de cualquier delito público está obligado a ponerlo inmediatamente en conocimiento del juez de instrucción o funcionario fiscal más próximo al sitio en que se hallare, sin obligación de probar los hechos denunciados.

CORPORATIVISMO UNIVERSITARIO

CORPORATIVISMO UNIVERSITARIO

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La inmerecida valoración pública que está recibiendo la Universidad Rey Juan Carlos, con motivo del máster otorgado en tómbola in-docente por unos mercaderes de favores a la estudiante Cristina Cifuentes, nos obliga a rechazar las descalificaciones generalizadas que están recibiendo los profesores de dicha institución en diferentes medios y mentideros, sabiendo que son más las cátedras honradas asentadas en sus tribunas docentes, que los asientos de mimbre arrinconados en el desprecio colectivo.

Los detestables hechos llevados a cabo por estómagos agradecidos, intelectualoides de medio pelo y ciruelos sin pulpa mental, no pueden empañar el mérito docente, la talla intelectual, el docto sentir, la erudición y el compromiso formativo de los muchos que ocupan la tarima escolástica en dicha Universidad.

No han merecido sus profesores ser regidos por un mandatario degradado intelectualmente por haber plagiado un trabajo. Tampoco por quien fue destituido con moción de censura. Ni por el rector del “máster”, que intentó sobornar con dinero a su oponente electoral, antes de ser nombrado magistrado del más alto tribunal. Ni por el actual mandamás que dice, se desdice, vuelve a decir y desdecirse con solicitud de perdón, declarándose engañado por sus compañeros. Finalmente, tampoco merecen los profesores y alumnos la titularidad del nombre tallado en el frontispicio de la docta casa.

Somos mayoría los que confiamos en esa Universidad y en todas las demás como motores de regeneración social, estimuladores de creatividad, crisol de virtudes intelectuales y esperanza de futuro, pero también es cierto que el mayoritario sector universitario honrado debe superar la cobardía del silencio y el corporativismo enfermizo en defensa de quienes no merecen semejante amparo, porque tal protección perjudica a quienes disculpan y exculpan acciones rechazadas por la ética más elemental y el compromiso obligado con la verdad que deben atesorar quienes tienen la sagrada misión de formar a los futuros dirigentes sociales.

LA RESURRECCIÓN, SUSTENTO DE FE

LA RESURRECCIÓN, SUSTENTO DE FE

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La resurrección del Hijo del Hombre que hoy celebra la liturgia católica pertenece en exclusiva al personal espacio de la fe religiosa y es justificación de ella, porque como dijo el predicador y gran propagandista del cristianismo, Pablo de Tarso, sin la resurrección de Jesucristo la religión cristiana no tendría sentido.

Pero la realidad es que nunca llegará a probarse la resurrección de la segunda persona trinitaria como hecho histórico, encontrándose el automilagro en la capacidad de cada cual para creer – o crear – lo que no han visto, siendo la Iglesia fedataria de un hecho científicamente inexistente mantenido por la fe y rechazado por la razón.

Pero Mateo, 28; Marcos, 16, Lucas, 24; y Juan, 20, dejan muy clara la resurrección a los creyentes, sin convencer a los pobres descreídos para desgracia de ellos, pues su incredulidad los excluye del grupo afortunado de “dichosos que no han visto y han creído”, como dice San Juan.

No obstante, es curioso que el resucitado no se presentara a sus seguidores con el mismo aspecto físico ni la misma cara que los discípulos le habían visto durante los años que estuvieron con él. En caso contrario no puede entenderse que dos de estos amigos no le reconocieran cuando conversó con ellos camino de Emaús. Ni que su enamorada Magdalena le confundiera con un hortelano cuando se presentó ante ella. Ni que a los discípulos tuviera que mostrarles sus manos y costado para que le reconocieran, con ayuda del Espíritu Santo, claro. Ni que Tomás se viera obligado a meter la mano en la herida. Ni que los pescadores del Tiberiades sólo le reconocieran al sacar las redes llenas de peces siguiendo las instrucciones del “aparecido”, y no cuando se acercó a ellos.

Algo que explicaron a su modo y siempre desde la fe, Karl Rahner y Gómez Caffarena, abandonando cielo, cuerpo y ascensión, para fijar su atención en el eterno espíritu evangélico, mantenedor de lo racionalmente increíble, justificación de creencia, fundamento doctrinal, sostén de la iglesia y aliento del Cuerpo Místico, pues la fe en la resurrección es sustento de la propia fe.

PROCESIONES

PROCESIONES

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Todo empezó con Josué cuando el séptimo obedeció el mandato de Dios y se puso a dar siete vueltas seguidas alrededor de las murallas que rodeaban la ciudad de Jericó, para luego derrumbarlas sin esfuerzo a trompetazo limpio con el shofarim y la ayuda de Yahvé, por supuesto.

A partir de entonces le salieron imitadores por todos los rincones del planeta al profeta bíblico sucesor de Moisés, y las procesiones se impusieron en el hinduismo, judaísmo, islamismo y cristianismo, con actos a los cuales asistían personas que iban en filas de un lugar a otro con algún fin público y solemne.

El concilio de Trento, la Contrarreforma y los francisanos, sumaron el catolicismo a tales itinerarios, monopolizando su vertiente religiosa como elemento catequizador, reclamo de turistas, ocupación de cofrades, liberación de pecadores, exhibición de penitentes, satisfacción de curiosos y devoción de creyentes.

La escenografía patrocinada por una fuerte burguesía permitió exhibir ante los artistas las obras de arte de pintores y escultores, saliendo de aquellas Mandorlas los actuales Pasos procesionales que inundan estos días todas las ciudades españolas, desde Finisterre a Gata y desde Creus a Trafalgar.

En estos homenajes callejeros a Jesucristo y la Virgen, acompañados de ángeles, santos, patriarcas, apóstoles y mártires, se muestran imágenes redentoras de penas. Bellas esculturas de personas anónimas, convertidas en sagrados iconos por efecto del agua bendita derramada con el hisopo sobre cuerpos de madera policromada.

Procesiones donde pueden verse imágenes “bailando” a hombros de costaleros, ceriferarios con cirios, capataces dirigiendo, capirotes con antifaz incluido, estandartes bordados, pábilos ardiendo, coplistas ensaetados y encapuchados paseándose con cadenas en los pies, llevando cruces sobre los hombros o peregrinando descalzos por los adoquines con un cilicio en cada pierna como desagravio por el mal causado o agradeciendo un favor recibido, entre el asombro de espectadores, sorpresa de curiosos, aplauso de creyentes y abucheo de iconoclastas a penitentes, venerantes y asistentes.