ADOLESCENCIA

ADOLESCENCIA

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Un buen amigo me expresaba ayer su malestar con las actitudes mantenidas por su  adolescente hijo, en paso vacilante por la turbulenta “edad del pavo”, donde toman cuerpo ritos iniciáticos que sorprenden y desconciertan al aspirante que pretende seguir un atajo para hacerse hombre, sin percibir que es tarea larga, difícil y dolorosa.

Es la adolescencia un puente colgante, inestable y resbaladizo entre dos orillas de obligado tránsito, donde se balancean y tiemblan almas esperanzadas de futuro, pero inseguras, sin asidero y a merced de agitaciones internas, vientos inesperados, turbulencias vitales y tempestades anímicas.

Cobran fuerza en la adolescencia pasiones triviales y sueños prefabricados que se cuelan de rondón en la voluntad del púber, para hacerse incombustible deseo en forma de modas, ordenadores, motos, decibelios musicales y pandilla, acompañando las primeras caricias furtivas, los iniciáticos desequilibrios etílicos y la sobrevaloración del grupo.

Encerrados en desmedida soberbia, desdeñosos a los consejos, rebeldes a toda imposición y doloridos por incomprensiones incomprendidas, muestran su altanería con andares cachazudos, respuestas extemporáneas, posturas arrogantes, sobrado menosprecio y provocaciones a los adultos que más detestan, representados por padres y profesores, que les imponen disciplina familiar y académica.

Deslumbrados por el descubrimiento de su cuerpo, pretenden evitar el primer acné y las espinillas adolescentes, ignorando que el éxito y el fracaso en la vida futura se desliza en la adolescencia sobre el filo de una navaja, sin que pubescente perciba que gran parte del adulto que será, cuajará en el arcilloso molde de su adolescencia.

Hablan, opinan, juzgan, califican sin recato, critican con osadía y se mueven entre la audacia de luchar por ser adultos y el temor de llegar a serlo, sin encontrar la comprensión que esperan en los adultos porque estos han perdido la memoria de sus años adolescentes.

ALFRED NOBEL

ALFRED NOBEL

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El científico holmiense Alfred Bernhard Nobel vino al mundo un día como hoy de 1833 dispuesto a hacer saltar por los aires todo lo que se pusiera al alcance de la dinamita que inventó, derramando lágrimas desconsoladas por el empleo que los humanos dieron a ese producto, matándose con él unos a otros.

Treinta y cuatro años tenía Nobel cuando descubrió un nuevo sistema para mover masas rocosas con poco esfuerzo, mezclando nitroglicerina con esponjosa tierra de diatomeas que absorbía y estabilizaba la nitroglicerina dando seguridad a un explosivo invento, que fue comercializado en tubos de cartón.

Alfred aprovechaba sus descansos para escribir poesía en inglés y escandalizar a los puritanos con su tragedia en prosa “Nemesis”, considerada escandalosa, provocativa y pecaminosa en su época, sin demasiado fundamento ni razones que justificaran la destrucción pública de la obra.

Un año antes de que un ataque cardiaco se lo llevara por delante, Nobel escribió su testamento el 27 de noviembre de 1895 en el club sueco-noruego de París, declarando que los 31 millones de coronas que representaban los intereses de su fortuna,  se utilizaran en premiar a los mejores literatos, fisiólogos, médicos, físicos, químicos y luchadores por la paz que hubiera en el mundo.

Como agradecimiento a su donación y para inmortalizar el recuerdo del científico sueco, se dio su nombre a un asteroide, a un cráter lunar y a un elemento químico.

SUSAN FLESCHE

SUSAN FLESCHE

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Ahora, que muchos magnates, especuladores y dirigentes políticos americanos se oponen a la reforma sanitaria de Obama, conviene recordar a la primera mujer india que obtuvo el doctorado en Medicina en los Estados Unidos con veinticinco años de edad, convirtiéndose en la médica de los indígenas de su tribu omaha, que sobrevivían confinados en una mísera reserva de Nebraska.

Trabajó sola, sin descanso y gratuitamente, por la salud de los miembros de su tribu, de día y de noche, sábados y domingos, en verano y en invierno, sin otro aliciente que curar enfermos, consolando a los incurables, haciendo reír a los niños y ayudando a morir a los agonizantes.

Todo ello combinando sabiamente la medicina aprendida en las aulas universitarias de la Facultad de Medicina de Pensilvania, con las recetas aprendidas de sus abuelos, que utilizaba para aliviar dolores y hacer más larga y feliz la vida de quienes le rodeaban, en el hospital que fundó en Walthill, el primero en una reserva india financiado con fondos privados, dos años antes de morir.

CUMPLEAÑOS DE LA «RUBIA»

CUMPLEAÑOS DE LA «RUBIA»

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La «rubia» que enamoró a los españoles durante siglo y medio, estuvo pasando de mano en mano y de bolsillo en bolsillo desde 19 de octubre de 1868 hasta el primero de enero de 2002, cuando dejó su sitio en los monederos a una joven moza con nombre de varón.

Definida como “pieza que vale dos reales de plata de moneda provincial”, antes de ser peseta oficial, hizo “peseteros” a los isabelinos que lucharon contra los carlistas, porque Isabel II pagó con ella a quienes lucharon por ganarle el pulso al aspirante real Carlos María, aunque en la moderna historia de España otros despreciables “peseteros” hayan arruinado el país a base de estafas, abusos, robos y despilfarros impunes.

Fue el hacendoso ministro de la peseta Laureano Figuerola, quien decretó la defunción del escudo certificando el nacimiento de la peseta, un día como hoy de hace 145 años, aprovechando la implantación del Sistema Métrico Decimal y la seducción que produjo en el pueblo la joven rubia que enamoró a todos con sus encantos y la gracia de Dios.

Hoy la pobre dama anda desaparecida y confinada en el Sahara Occidental, donde el rasd todavía se mantiene como peseta saharaui. La peseta murió, pero hoy la recordamos con un ¡viva la peseta!, los nostálgicos de la rubia que tantos años compartió nuestra vida.

ALEGRÍA REDENTORA

ALEGRÍA REDENTORA

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La alegría es una emoción mal definida, muy sentida y felizmente vivida por quienes han tenido la gozosa oportunidad de disfrutar la compañía de esta inseparable hija de la felicidad, hermana jubilosa de la algazara y pariente próxima del regodeo alborozado.

Contrapuesta a la tristeza, es la alegría oasis en el pedregal de la amargura y dichoso puente sobre las turbulentas aguas de la vida, cuando el dolor aflige, la pesadumbre enturbia las pupilas y el insomnio se recuesta en la almohada, alimentando pesadillas y sinsabores de penas redimibles en su frescura.

Deslumbra la alegría el infortunio y aleja la adversidad desprevenida, cegando la desgracia con resplandores esperanzados, al tiempo que pone velos a la desdicha, alienta la melancolía, evita la aflicción, reconforta las tribulaciones y aleja el desconsuelo, dando paso a la serena paz interior liberadora.

Pero no vive sola, porque la alegría busca siempre compañía para compartirse y no tiene horarios, ni normas, ni ataduras. Tampoco aparece en las guías de ocio, ni se compra en taquilla alguna, ni provoca risotadas, ni se deja ver entre las copas de madrugada.

Es apátrida, transfronteriza y habla un lenguaje universal. Sobrevive al poder, a la sabiduría, a la violencia, al sexo y la riqueza. Va más allá de la fiesta, el humor, el chiste y la risa. Derrama su esperanza sobre el dolor, lame las heridas del alma y levanta el vuelo al mínimo roce insolidario sobre su piel, porque es ave delicada que anida en los corazones enamorados.

INCOMPETENCIA Y CINISMO DE LA PRIVATIZACIÓN

INCOMPETENCIA Y CINISMO DE LA PRIVATIZACIÓN

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Los dirigentes políticos han justificado la privatización de nuestras empresas diciendo que buscaban liquidez en las arcas públicas para solventar el déficit, cuando la realidad apunta en otra dirección, ya que carecería de sentido vender un negocio que estuviera dando pingües beneficios a su propietario.

Los verdaderos argumentos de la venta han sido la incompetencia y el cinismo de los mandatarios elegidos para gobernarnos, que han malvendido nuestros negocios por la baja rentabilidad y balances negativos de los mismos, asegurando que en manos privadas iban a prosperar y dar mayores beneficios de los proporcionados por su gestión.

Es evidente, pues, que el problema no estaba en las empresas, sino en los gestores de las mismas, puestos en las cabeceras de dichos negocios por los ciudadanos a través de las urnas con evidente falta de acierto, porque hemos estado dejando el patrimonio común en manos de gestores de diferente colorido, con probada incompetencia para ello.

Reconocer esto desconsuela, indigna, frustra y decepciona, aún más, si añadimos que los mandamases han utilizado la democracia a su antojo, haciendo de ella una meretriz cuyos servicios hemos pagado los ciudadanos con nuestros votos, utilizados cínicamente por ellos en su propio beneficio.

Desde que se aprobó el 28 de junio de 1996 el Programa de Modernización del Sector Público Empresarial, el SEPI ha eliminado del ámbito público más de 50 empresas que pertenecían al pueblo, entre las que se cuentan: Gas Natural, Telefónica, Tabacalera, Endesa, Repsol, Argentaria, Red Eléctrica, Aceralia, Iberia, Aldeasa, Enagas, Santa Bárbara, Transmediterránea etc.

Y curiosamente, han pasado a gestionar las empresas vendidas, los mismos que las vendieron, encontrándonos a José María Aznar, Martín Villa, Luis de Guindos, Pío Cabanillas y Elena Salgado en Endesa; a Felipe González en Gas Natural; a Rodrigo Rato y Eduardo Zaplana en Telefónica; a Miguel Boyer, Ángeles Amador, Ángel Acebes y José Folgado en Red Eléctrica; Luis Carlos Croissier en Repsol; etc.

Todos ellos, con sueldos millonarios, status privilegiado y mucho poder en la sombra, que no sabiendo gestionar empresas públicas han pasado a directores, asesores y consejeros de las mismas empresas, una vez privatizadas.

OSCAR WILDE

OSCAR WILDE

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Si Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde hubiera nacido el 16 de octubre de 2013, en lugar de venir al mundo este mismo día de 1854, en plena época victoriana, su vida hubiera sido más feliz, provechosa y larga, pues el conservadurismo, la infelicidad, el abandono y la intolerancia del tiempo que le tocó vivir, acabaron con el ingenio de este escritor irlandés, cuando apenas había cumplido los 46 años.

Mientras retrataba a Dorian Gray, poetizaba con poesías y destacaba en sus obras teatrales la importancia de llamarse Ernesto, contraía matrimonio con la aristócrata Constance que custodió los dos hijos del matrimonio, luego abandonada por Oscar Wilde entregado a una vida licenciosa en el bajo mundo londinense compartiendo lecho con jóvenes amantes masculinos, hasta que a mediados de 1891 conoció a Bosie, un estudiante de Oxford llamado Alfred Douglas, del cual se enamoró profundamente.

Los dos procesos judiciales que sufrió fueron un linchamiento público, siendo detenido sin fianza, embargados sus bienes y condenado ejemplarmente a dos años de trabajos forzados incluidos, por cometer delito de indecencia y pervertir a la juventud con ayuda del proxeneta que le facilitaba los jovencitos.

Así pagó sus relaciones amorosas con efebos prostitutos y Bosie, que tanto escandalizaron a la puritana clase media británica, expandiendo la caza del homosexual por Europa y obligando a emigrar a muchos sodomitas de sus lugares de origen, para evitar seguir los pasos de Wilde.

Sin rencor en su alma, escribió desde la cárcel: “Entré a la prisión con un corazón de piedra; pero, ahora mi corazón se ha roto… y la piedad ha entrado en él. Ya sé que la cosa más grande y más hermosa del mundo es la piedad. Y he aquí por qué no puedo guardar rencor a quienes me condenaron, ni a nadie; pues sin ellos yo no habría conocido todo esto”.

Después del encarcelamiento de Wilde, Constance cambió su nombre y el de los hijos, llevándoselos a Holanda para desvincularlos del escándalo, obligando a Óscar a renunciar a su paternidad y no verse con Alfred, si quería recibir apoyo económico.

Wilde y Douglas convivieron cerca de Nápoles tres años antes de la muerte de Óscar, hasta que sus familias les amenazaron con no enviarles fondos de subsistencia si seguían viviendo juntos, provocando la separación de ambos y el final de la relación.

Óscar Wilde pasó el resto de su vida en París, sobreviviendo con el falso nombre de Sebastián Melmoth, acogido por un sacerdote irlandés de la Iglesia de San José que terminó bautizándolo, convertiéndose al catolicismo.