ENVEJECER

ENVEJECER

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Nadie se atreve a poner con certeza una cruz en su calendario personal señalando el comienzo de la vejez, pero todos los que estamos en la sala de espera sabemos que el envejecimiento es inevitable, que se va instalando en nosotros de rondón, que nos encoge en futuro y advierte sobre la inutilidad de los pretenciosos cantos de sirena anunciando eternas juventudes espirituales.

Envejecer es un proceso que sólo pide vivir como requisito ineludible y caminar sin descanso por la vida hasta llegar a la estación término, sufriendo una irreversible agonía de años que se aproxima inexorablemente a su inmediato término, porque se madrugó más en la vida, como le sucede a las rosas marchitas de madrugada.

Pero no todo es frustración y desánimo, porque el envejecimiento alimenta una ternura desconocida en la juventud.  Recorta la distancia en las relaciones humanas facilitando el acercamiento. Serena el ánimo que destierra la excitación. Mejora la comprensión facilitadora del entendimiento. Amortigua la rivalidad. El amor gana terreno al apasionamiento. Y la intransferible sabiduría de la experiencia sustituye a las más eruditas enciclopedias.

Envejecer es irse acostumbrando a renunciar a la vida sin perder ocasión de renacer en las vivencias de cada día, porque la olvidada muerte desatendida en la infancia, toma cuerpo real en la vejez siguiéndole de cerca los pasos a la edad, para interponer la guadaña en su camino al primer descuido de la suerte.

ARMISTICIO

ARMISTICIO

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Se cumplen hoy noventa y cinco años del Armisticio de Compiégne, en que aliados y alemanes decidieron suspender las hostilidades de la primera gran barbarie mundial, sentándose frente a frente, vencedores y vencidos, en un vagón de tren aparcado en el bosque de Compiégne.

La firma del documento no implicaba un compromiso fraternal de ayuda mutua, colaboración recíproca, renuncia a futuras guerras y acuerdo de paz duradera, sino un descanso transitorio para reponer fuerzas y lanzar años después un nuevo ataque más brutal que el anterior, sellando cínicamente el cese de hostilidades con una firma falsificada.

Seis horas se dieron de plazo para acabar con los disparos, exigiendo los aliados que las tropas alemanas se retiraran de los países invadidos a más de 30 km del Rin, y entregaran 5.000 cañones, 25.000 ametralladoras, 3.000 morteros, 1.700 aviones, 5.000 locomotoras y 150.000 vagones de ferrocarril.

Así concluyó el 11 de noviembre de 1918 la locura comenzada el 28 de julio de 1914, a causa del ciego imperialismo de las políticas exteriores llevadas a cabo por diferentes países europeos, utilizando como pretexto para la matanza, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del imperio astro-húngaro.

El balance final de la salvaje carnicería, arrojó la cifra de nueve millones de muertos, la desaparición de algunos imperios, el nacimiento de nuevos estados, la creación de la Sociedad de Naciones y – ¡ojo! – porque la radicalización de los nacionalismos europeos y los problemas derivados del Tratado de Versalles, fueron el caldo de cultivo para la Segunda Guerra Mundial.

NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

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El judío polaco Herschel Grynszpan, asesinó al secretario de la embajada alemana en París, Erns vom Rath, el día 7 de noviembre de 1938, dando a los nazis de la Sección de Asalto la oportunidad de venganza contra los judíos, aparentando que se trataba de una acción popular de carácter espontáneo por parte de ciudadanos alemanes.

Así fue como dos días después, en noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 los miembros de esa organización lincharon y expoliaron a miles de judíos, haciendo tristemente histórica esa matanza nocturna, cuyo patético eco resuena en las páginas de la historia como “la noche de los cristales rotos”.

La cabeza visible de tales pogromos fue Joseph Goebels; los ejecutores, la SA, la SS y las Juventudes Hitlerianas; el palmero, la Gestapo; y el ordenante mayor, director de la música cristalera, criminal aplaudido y genocida sin juicio, fue el canciller del Reich, Adolf Hitler, que complacido paseó entre cientos de sinagogas destruidas y miles de comercios saqueados, pisoteando los vidrios rotos de los escaparates y ventanas, que sustituyeron los adoquines en las aceras.

El siniestro resultado de tan devastadora carnicería, dejó 91 ciudadanos judíos asesinados en las calles y 30.000 de ellos hacinados en repugnantes celdas de campos de concentración de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau, haciendo cola a las puertas de las duchas exterminadoras, antes de pasar a los hornos crematorios.

DOLOR FÍSICO

DOLOR FÍSICO

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Compiten cuerpo y alma en la partición desgraciada del dolor llevándose el primero la peor parte, porque el dolor del espíritu se reparte, puede hacerse participativo y consolarse con los sentimientos, afectos y palabras de quienes aceptan compartirlo. En cambio, el dolor físico, enajena, aísla y abandona en la intemperie a quienes lo sufren, dejándolos en manos de inservibles fármacos que contaminan la sangre y terapias analgésicas de escaso valor, exigiendo al enfermo hermanarse con el dolor y abrazarlo como fiel enemigo que usurpa la sonrisa.

Cuando el dolor convoca, es obligado acusar recibo del llamamiento, asistir a la cita, sentarse con él a la mesa y comer el plato amargo, tosco, trivial y humillante que pone delante, sabiendo que la indigestión está garantizada con esa paralizante coz que deja al enfermo con su dolor a solas.

La soledad de la persona dolorida es grande por la impotencia que el dolor genera en ella, por la frustración que la inhabilita para dar una respuesta eficaz y por su opacidad a los ojos de familiares y amigos, pues el dolor no puede observarse, ni medirse, ni prestarse, siendo lo más personal, intransferible e incomprensible que sufrirse pueda.

Cuando el suplicio se apodera del cuerpo del enfermo, hurta su voluntad, inhibe la capacidad de respuesta, niega la palabra, oculta la luz y paraliza el gesto, clavando su barbilla en el pecho y obligándole a entrecruzar los dedos pidiendo una explicación a tanto castigo inmerecido.

Sin indulgencia ni compasión alguna, el dolor traslada al doliente en parihuelas al verdadero país de nunca jamás, donde el llanto, la queja, el gemido, la desesperación, el lamento y las lágrimas, ocupan ese territorio habitado por condenados a la tragedia con su particular dolor a cuestas, porque nada hay más personal que el sufrimiento físico.

INMORALIDAD, MEDIOCRIDAD Y CODICIA

INMORALIDAD, MEDIOCRIDAD Y CODICIA

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El honrado caballero manchego habló por boca del poeta pidiéndonos sostener la armonía de la vida, el orden social y la justicia distributiva, sobre dadivosa bacía, yelmo protector y honesto halo. Pero los sanchopanzas que rigen la ínsula peninsular han pervertido el mensaje quijotesco del manchego, codiciando la bacía, debilitando el yelmo y viciando el halo.

Inmoralidad, mediocridad y codicia son los pilares que han sostenido y continúan manteniendo en despachos reales, institucionales, financieros, sindicales y sociales, el estado de corrupción que se expande irremediablemente como mancha de aceite, sin que las alfombras puedan ya recoger tanta basura acumulada.

La falta de escrúpulos exhibida por los mediocres en las poltronas dando vía libre a una codicia impune a todo castigo, ha dejado a seis millones de ciudadanos al pairo de la vida, ha desbordado los comedores sociales, ha provocado suicidios, hacinado alumnos, sentenciado enfermos crónicos y pervertido la democracia, encerrándola en el festivalero día de las urnas.

El antídoto que puede salvarnos del envenenamiento social producido por la mezcla corruptiva de inmoralidad, mediocridad y codicia, es un cóctel formado a base de ética, competencia y honestidad, difícil de preparar en estos momentos de turbación, porque los boticarios encargados de fabricar ese fármaco se han diluido en el conformismo, anestesiados por la resignación y domesticados por la mansedumbre, acusando una grave parálisis social irreversible.

EXTRANJERO INTERIOR

EXTRANJERO INTERIOR

Camus

Ser extranjero en el propio entorno sin participar en gestiones que afectan a la sociedad donde habita y mostrarse indiferente a la realidad absurda e inasequible que rodea al protagonista, es el argumento de la primera y mejor novela de Albert Camus, que vio la luz en 1942, cuando el autor argelino-francés cumplía los 29 años.

Nacido en Mondovi el 7 de noviembre de 1913, alcanzó el éxito en la juventud de sus 44 años, cuando la comisión danesa decidió concederle el Premio Nobel de Literatura, por su habilidad para poner sobre el papel los problemas que se plantean las personas en sus conciencias, derivados del absurdo de la condición humana.

El extranjero Meursault, cometió un crimen que consideró absurdo, considerándose inocente y guardando silencio ante su ajusticiamiento, sin mostrar arrepentimiento ni sentimiento compasivo, debido al aburrimiento que sentía ante la vida y la muerte, justificando su actitud en que “si uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo se muere”.

Hijo de “pies negros”, Camus aprendió español con su madre, analfabeta y sorda, recordando de su padre el asco que le produjo un fusilamiento que presenció. Y de su maestro guardó profundo agradecimiento, que mostró dedicándole su discurso al recibir el Premio Nobel, tras superar una tuberculosis que le impidió realizar el examen de licenciatura y abandonar el Partido Comunista para acercarse al movimiento anarquista libertario y enfrentarse a Jean Paul Sartre.

Un desgraciado accidente de coche acabó con su vida el 4 de enero de 1960, cuando ya había rechazado el cristianismo, el marxismo, el existencialismo y toda ideología que levantara los pies del suelo, alejando al ser humano de su propia condición, dejándonos El Malentendido de la Muerte feliz que tuvo un Extranjero en medio de La peste, junto a La caída, El exilio y el reino de Calígula y el Estado de sitio para Los justos.

AGUSTÍN LARA

AGUSTÍN LARA

Lara

Llamado “músico poeta” y “flaco de oro”, el mexicano Agustín Lara vino a la tierra con el siglo y abandonó este mundo el viernes 6 de noviembre de 1970, tras pasar muchos años de su vida recordando ciudades españolas, bailando chotis por los arrabales y amando a muchas mujeres, aunque él nos dijera que solamente una vez 
amó en la vida, 
solamente una vez 
y nada más, porque 
una vez nada más 
en su huerto brillo la esperanza que alumbró el camino
 de su soledad.

Esa mujer amada fue María Félix, a quien rondó una noche triste que pasaba por su balcón hiriendo el alma, mientras la luna se quebraba sobre las tinieblas de su soledad para irse donde ella se fue, sufriendo por no saber con quién estaba y pregonando que la quería en una noche de ronda de las que hacen daño, dan pena y obligan a llorar.

Mientras trabajaba en cabarets, la corista Estrella le cruzó la cara con una cicatriz y fue testigo de fusilamientos policiales sin pruebas ni juicios que los justificaran, hasta encontrarse con el tenor Arvizu que dio vida a sus canciones, popularizando eternas coplas en el programa radiofónico “La hora íntima de Agustín Lara”.

Madrid le brindó la oportunidad de hacer a su chulona emperatriz de Lavapiés y bañarla con vinillo de jerez, mientras el general Franco le ponía una casa en Granada para agradecerle que su canto se hiciera gitano en esa tierra, ensangrentada en tardes de toros, donde las mujeres de sangre y sol, conservan el embrujo de los ojos moros.

Finalmente, un accidente que le destrozó la pelvis dio paso al derrame cerebral que se lo llevó a la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores de la Ciudad de México, donde reposa tras pasar 71 años entre pentagramas, cabareteras, copas, toreros, humo y cantantes.