Se han ido de nuestras manos las cartas de amor manuscritas, aromatizadas con tiempo de espera, que alentaban temblores para evitar la lejanía acortando la distancia con renglones escritos en penumbra consentida, testigos mudos otorgados por el recuerdo que hacían posible el milagro de la presencia, porque las palabras recogidas en el papel llevaban dentro del sobre un pedazo del alma enamorada.
La dolorosa entrevista radiofónica a un grupo de ancianos en una residencia, me obliga a pensar que mi generación hizo débiles y egoístas a sus hijos por resolverles todo, no enseñarles a luchar, esforzarse y renunciar. Y ellos no aprendieron a ser generosos, solidarios y sacrificados, a pesar del ejemplo recibido. Tampoco a ser cuidadosos, agradecidos y respetuosos con la generación que está llegando a la estación término.