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Mes: octubre 2019

DISCURSERÍAS

DISCURSERÍAS

Los discursos pronunciados por personas capacitadas para ello y respetuosas con el público que acude a ellos en academias y otros foros a deleitarse e ilustrarse, oyendo disertaciones bien estructuradas, tesis argumentadas, precisos contenidos y útiles conclusiones, son disertaciones que forman parte del verbo discursear.

Otra cosa es la discursería o mensaje de la nada, falto de lógica y raciocinio que permite al orador enlazar antecedentes y consecuentes en una secuencia ininteligible, donde las palabras y frases empleadas por el discursero en su perorata no tienen ni pies, ni cabeza, ni tronco ni extremidades.

Sumándonos a la teoría aristotélica de que el hombre es un animal político, es decir, social, mucho más que las abejas, estamos en condiciones de caricaturizar las palabras de los profesionales del autoservicio y no del servicio a los demás, en esta época electoral de barata demagogia que nos toca sufrir, en las que pueden oírse en los mítines estas discurserías:

“Conviene tener presente que el desarrollo armónico de todas las actividades, facilita la aportación de nuevas sugerencias que mejoren el aumento sostenido, en cantidad y calidad, de todo el movimiento sistólico endogámico y diastólico reglado en la verdadera dirección de progreso que todos anhelamos”.

“El rol que se nos exige cumplir satisface las demandas primarias de productividad e incentiva el empleo con aportaciones subestructurales indispensables en estos complejos momentos, porque la discordancia de los afines promueve la confusión de los opuestos y la sintonía con las predicciones es anticipo de lo inevitable si no ponemos espacios reticulares que amortigüen el descenso de la productividad decadente para estimular el cambio paradigmático anhelado”.

“Las experiencias previas a los procesos que condicionan el futuro que aseguramos, presentan obvias y esclarecedoras señales que demandan un fortalecimiento de las bases estructurales desarrolladas en tiempos pretéritos, aunque al inicio de nuestro empeño no sea posible acomodar el relanzamiento de las áreas afectadas por la discriminación que supone  alterar los factores excluyentes, en un proceso independientes de la propia actividad creadora”.

“La apreciación de las diferencias que sustentan las tendencias geopolíticas del proyecto que os acabo de presentar, no es obstáculo para la modernización del amplio espectro que sistematiza e implementa la regeneración de los tipos bursátiles protagonistas de la inquietante deflagración económica que las bases epidérmicas de la organización social provocarán en el epicentro del éxito que nosotros garantizamos”.

Cantinfleo entre ovaciones delirantes y músicas enlatadas hace años, que genera paroxismo enajenante en los asistentes.

QUIMERA

QUIMERA

Pasado el tiempo, mantenemos las mismas utopías de siempre, como si las hojas del calendario no conocieran el otoño y la verdad de la vida cotidiana siguiera ocupando el punto ciego de tu globo ocular, dando la espalda a la terca realidad. ¡Qué cosas tenemos las personas! Por supuesto que el mundo sería diferente si en las cúpulas del poder estuvieran los que deberían estar.

Conseguir que nos dirijan los mejores es la gran quimera que todos pretendemos, a la que se añaden otras como la honestidad en la vida pública, la igualdad de oportunidades, el respeto a otras ideas, la libertad de opinión, la protección del débil, la independencia del poder judicial o la aplicación del principio fundamental de mérito y capacidad para seleccionar los candidatos que promocionan internamente en la administración pública. ¿Pero qué nos hemos creído? Nada es como pensamos, ni como deseamos y ni cómo debería ser.

Si los puestos técnicos en la administración estuvieran ocupados por los más capacitados para ejercerlos, la prevaricación en las comisiones de selección no formarían parte de nuestras conversaciones diarias. Si los dirigentes políticos fueran seleccionados entre los ciudadanos más capaces y honrados, no estaríamos en el ranking de países con más amiguismo y corrupción. Si todos los jefes de departamentos universitarios fueran como queremos que sean, García Calvo nunca hubiera propuesto la demolición de la Universidad. Si los responsables educativos se parecieran algo a Don Francisco Giner, otro gallo cantaría a nuestra educación. Si los autoridades imitaran el estilo de Don Fili, discutiríamos menos entre nosotros y los bandos sólo darían nombre a una plaza de la ciudad.

Para ocupar un sillón en este país hay que dar muchas cabezadas al cabo del día, llevar durante años la cartera del jefe, reírle sus estúpidas gracias, soportar su mal humor, hacerle el trabajo sucio y tragar más sapos que grullas y culebras. Hay que trepar durante más tiempo que el requerido para fotografiarse luego en el despacho con el flash de magnesio, cuyo destello llenará el salón de humo denso, tóxico y sucio. Ingredientes necesarios para realizar la gestión que se tiene encomendada.

El trepa que busca acomodo institucional debe hacer voto de obediencia a sus promotores como única forma de sobrevivir a su incurable, penosa y mutilante incompetencia natural. Ineptitud que debe ocultar a sus inferiores engolando la voz para darle más resonancia gutural, apelando al Boletín Oficial para ejercer el poder porque su liderazgo natural no alcanza la patatera rosquilla de su líder cósmico.

Muchos que llevan años hablando de España siguen confundiendo estatura con grandeza, acomodados en poltronas con el carnet del partido entre los dientes que les impide hablar con claridad, empequeñeciendo el país que dicen agrandar, porque eso es algo que solo se consigue situando en puestos de gestión a los ciudadanos más competentes para ejercerlos, aunque no lleven rosas en la mano, gaviotas en la solapa, naranjas en el bolsillo, círculos en la frente o victoriosas banderas bicolores rodeando su cuerpo.

Lo triste, amigos, es que no hay forma de romper este vicioso círculo de incompetentes que nos rodea y escapar de él. Entre unos y otros están consiguiendo que nos interesemos más por las falsas reconstrucciones históricas que hacen casposos escribidores, que por las deliciosas aventuras que Gabo nos relata magistralmente de la familia Buendía. Pero los que todavía seguimos creyendo en un país gobernado por los mejores, mantenemos en el pebetero de nuestra vida la antorcha de la esperanza y lucharemos por hacer realidad lo que hoy se antoja inalcanzable quimera.

HERMANDAD DE CAMPANAS

HERMANDAD DE CAMPANAS

Poco antes de las ocho de la mañana llega diariamente a mi escritorio el latido metálico de las campanas, anunciando el nuevo día desde las espadañas litúrgicas con rito de nostalgia medieval, envolviendo el aire una música broncínea a golpes de badajo.

Mientras hoy tañen las campanas a tan temprana hora de domingo, dejo a un lado los quehaceres y me recojo en un antiguo rincón de la memoria para evocar con dulce melancolía los solitarios paseos vespertinos entre los puentes del Limmat, cuando el pulso de los campanarios desplegaba música ceremonial por el cielo nublado de Zurich.

Sucedía cuando que la última hebra de luz pespunteaba delicadamente el horizonte al contorno encendido de los tejados y el guiño cómplice de las velas daba la contraseña al viento, convocándonos a todos bajo el cénit metálico de las espadañas.

Convergían entonces los puntos cardinales en el vértice acuoso de las ondas que la vibración dibujaba en la superficie del lago, y las campanas anunciaban a todos, sin palabras, que el tiempo discurría, rogando insistentes al reloj que hiciera una pausa.

Cantaba con voz grave la verde catedral iluminada, respondiendo desde la otra orilla San Jacob y algo más lejos San Pedro, latiendo junto a ellos en la imaginación del paseante la gran campana de nuestra catedral, solidaria con aquella armonía de repiques atardecidos.

El hermanado pentagrama de bronce abría de par en par esclusas nostálgicas, precipitándose torrencialmente la vida entre las rendijas de los balcones hasta el pórtico de entrada, redimiendo lágrimas temblorosas en la pupila del emigrante herido, que destilaba añoranza tras los visillos.

Todos iban de camino hacia el secreto taciturno que desvelaba el campanario, sin advertir las últimas novedades en la Vía Láctea, ni darse cuenta de la noticia imprevisible acechaba presagiando un desplante de la vida.

Con ceremonial mansedumbre se alineaban las gaviotas en la barandilla festoneando el lago, y abandonaban los gallos las veletas para dar paso a nuevas alas que coronaban el templo volando sobre las cúpulas, mientras las estrellas descendían al borde marino  de las violetas pidiendo la redención de las cartas y circundaban el aire las notas del campanario alertando a los cisnes que desperezaban ceremonialmente su cuello junto al muro.

Era entonces, y solamente entonces, cuando la verdad sencilla quedaba al descubierto y se teñía el alma de recuerdos en las campanillas eucarísticas, cuando los monaguillos marcaban desde el altar los momentos litúrgicos, las mujeres cubrían sus cabezas con velos, se ocupaban los reclinatorios y largas colas ribeteaban los confesionarios.

POLÍTICOS Y POLITIQUEROS

POLÍTICOS Y POLITIQUEROS

De la misma forma que debemos distinguir candidatos y electoreros, también conviene diferenciar Políticos de politiqueros, aunque no tengamos opción de elegir a los primeros en las urnas electorales, por estar obligados a votar listas cerradas donde se mezclan unos con otros, sin darnos posibilidad de cribarlas dejando en el cernedor los candidatos gruesos y detestables para ser arrojados al estercolero social de donde nunca debieron salir.

Una cosa son los Políticos, así, con mayúscula; y otra muy diferente los politiqueros con minúscula por su pequeñez moral, diminuta capacidad y escasa competencia. Contándose los primeros con los dedos de una mano y los segundos en un ábaco de dimensiones astrales, porque no abundan los ciudadanos honrados, dispuestos a gestionar con generosidad, competencia y vocación de servicio público el interés común de los vecinos que representan.

Son los Políticos un bien necesario para la sociedad; y los politiqueros una peligrosa pandemia, -sin vacuna ciudadana posible mientras no se abran las listas electorales-, que amenaza con arrasar los valores democráticos fundamentales, mientras los ciudadanos no tengamos la posibilidad de eliminar la pandilla de electoreros desaprensivos que ensuciarán las candidatutas partidistas en el otoño electoral que se avecina.

El Político se diferencia del politiquero en que el primero se sacrifica por la comunidad que representa, y el segundo sacrifica los votantes a su voluntad. El Político tiende puentes; el politiquero abre desfiladeros. Uno habla; el otro grita. Uno sonríe; el otro frunce el ceño. Uno propone, escucha y negocia; el otro ordena y tiene sordera social crónica. El Político tiende la mano, el politiquero esconde una carta marcada en la manga. Uno es sincero y convincente, el otro mentiroso y confuso. El primero puede vivir de su trabajo; el segundo parasita a los vecinos por su incapacidad para de encontrar espacio en el mercado laboral; uno ejerce la política, el otro practica la politiquería; uno es “intocable”, al otro se le puede sobornar con un plato de lentejas; uno camina erguido, el otro se arrastra a los pies de su amo. El Político es tolerante, insobornable, justo, generoso y servicial; el politiquero es dogmático, corruptible, arbitrario, codiciosos y avaro.

El Político pretende el interés común y el politiquero el beneficio propio; el primero dialoga, el segundo confronta; el primero persuade, el segundo ordena, confundiendo autoridad con autoritarismo. Uno busca la paz, el otro fomenta la discordia. Hay Políticos en la izquierda el centro y la derecha; encontrándose abundancia de politiqueros en la derecha, el centro y la izquierda, porque en esto falla la teoría relativista y la geometría espacial, pues ambos se distribuyen indistintamente en el colorín político.

Manejan los politiqueros como nadie el lenguaje de la confusión, mezclando embustes con afirmaciones solemnes; falsas promesas con declaraciones de principios; y contradicciones perdidas entre frases sin sentido. Son personas que viven de la política y no para la Política. Es decir, que el oficio de los politiqueros no es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y ayudarles a vivir en paz con el bienestar y la prosperidad que merecen, sino yantar beneficios personales, libar prebendas y expulsar delatores de sus fechorías.

¡Ah!, y que no haya duda: tenemos politiqueros de todos los colores, escondidos en los rincones de cada partido político, sin que nadie se atreva a enfocarlos con un cañón de luz para ser vistos y expulsados a las tinieblas del olvido social, donde solo hay llanto, frustración y crujir de dientes.