ME HAN HABLADO DE DIOS
Un entrañable amigo sacerdote – por ese orden, primero amigo y luego buen cura – me ha hablado de Dios y de la fe necesaria para alcanzar la fe en lo imposible de percibir por otros medios que no sea creer-crear lo que no vemos, asegurándome feliz vida eterna a pesar de mi incredulidad, porque el testimonio de vida es aval de salvación más allá de la preceptiva obligación de creer lo que niega la razón.
A cambio, yo le he manifestado mi alejamiento de su fe y el rechazo a los dogmas y doctrina que él predica, inoculada en mi infancia con leche materna y catecismo parvulario, que mantuve durante años como dulce quimera, pensando que alcanzaría feliz vida eterna sin saber que tal presea era inalcanzable por inexistente, junto al espectáculo sobrenatural como adorno de una realidad incluyente de metáforas y consoladoras ilusiones en paraísos celestiales.
Pero ni el más incrédulo puede negar el valor espiritual, mérito cultural, relevancia antropológica, influencia social, alcance político, redentora esperanza y magnitud filosófica de las diferentes doctrinas en las que confían los humanos que en ellas han depositado su fe.
“Y si todo lo que te niegas a creer fuese cierto, Paco, y más allá de la vida te encontraras con Él, ¿que pasará?”, me preguntó mi querido Ángel, y la respondí parafraseando a Bertrand Russell: “Pues le saludaría cordialmente, recriminándole que no me hubiera dado suficientes pruebas y me obligara a creer cosas que la razón otorgada por Él rechaza”.
Lo importante de nuestra fructífera y larga amistad es el incuestionable afecto que nos guardamos y el respeto mutuo, porque su credulidad es tan sincera como mi descreimiento, y su fe tan comprometida con el mundo como mi lucha por valores eternos que perdurarán más allá de esta efímera vida, por lo que merece la pena toda desgarradura fraternal.