JEFES Y JEFECILLOS
La conversación que mantuve ayer con un amigo me anima a confirmar la importancia que tiene en todas las organizaciones la persona que golpea la voluntad de sus subordinados con el bastón de mando, siendo determinante para el buen o mal funcionamiento de la misma, que a su frente haya un jefe o un jefecillo. Esto es obvio por mucho que algunos se empeñen en mantener que lo fundamental son las mimbres, sin darte cuenta que éstas no saben hacer los cestos.
Tampoco existe aparato automecánico que funcione si un motor no activa su movimiento. Ni los vagones, por lujosos que sean, circulan si una locomotora no tira de ellos. Esto ocurre en la vida social, política, empresarial y doméstica, incluso. Cualquier organización humana navegará o naufragará, según el timonel que marque su rumbo. Con un jefe al frente llegará a buen puerto, pero con un jefecillo acabará encallada en rocas con la quilla destrozada y los marineros saltando por la borda.
En los partidos políticos, a los jefes acostumbran a llamarlos líderes; en las entidades bancarias, presidentes; en los hospitales, gerentes; en los centros educativos, directores; y en las pequeñas empresas, simplemente, eso, jefes. Dime qué jefe tienes y te diré como funciona tu empresa, tu departamento, tu servicio, tu centro o tu hospital.
El jefe impregna la organización de sus propios valores. Pero si carece de ellos, se irá devaluando lenta y progresivamente hasta convertirse en un erial. No puede exigirse aquello que no se da, ni solicitar virtudes que a uno le faltan, porque el subordinado responderá negativamente a la demanda.
¿Qué organizaciones sociales o profesionales tiene reconocido prestigio? Los que están bien regidas, en manos de personas responsables, trabajadoras, cumplidoras del horario y profesionalmente competentes.
Y no basta con que el jefe sea el más enterado en la materia. Ha de ser un buen gestor, tener facilidad para las relaciones, buena comunicación, ser emocionalmente inteligente, capaz de conformar un grupo de trabajo eficaz, saber rentabilizar las habilidades de cada subordinado en beneficio del proyecto común, tener las cualidades personales de un líder natural y ser un ejemplo a seguir por los subordinados.
¿Es este el caso de tu jefe? No, pues a sufrir lo menos posible la frustración de tener encima de ti un jefecillo el tiempo que permanezca en el cargo, dando órdenes absurdas, cometiendo abusos de autoridad para encubrir su incompetencia y haciendo propuestas de trabajo que degraden tu inteligencia. No obstante, si un día te pide que recojas agua con una criba, mándalo a la mierda.
A pesar de todo, conviene saber que los jefecillos no quedan exentos de pena y suplicio, porque el día que le pican el billete, precisamente cuando más necesitan una sonrisa, cuando más desean que los teléfonos sigan sonando y que la gente los salude por la calle, esto no sucederá. Tal fue el drama que vivió un personaje muy poderoso en esta ciudad cuando tuvo que abandonar el sillón. Emocionado y triste, me confesó un día que lo encontré dando vueltas a la Plaza con su soledad a la espalda, que la gente se cruzaba de acera para no saludarle.
Este es el sino que le espera al déspota profesional y al jefe que oculta su incompetencia en el nombramiento que tiene colgado en su despacho. Así acabará quien considera que la vida se reduce a un sillón titulado, y piensa que el poder es eterno, porque sólo el afecto es capaz de traspasar las fronteras del alma y ayudar a que la vida discurra serena y feliz, hasta que seamos llamados al valle de Josaphat.