REINO SIN REY
Dar un golpe de Estado llevándose por delante la voluntad ciudadana, provocar una salvaje guerra fratricida y ahogar las libertades de los leales al régimen derrocado, llevaba en el mismo lote contradicciones legales que nadie se atrevía a denunciar por insultantes que fueran. Esto sucedió en el franquismo, ocho años después de la vergonzosa derrota de los dos bandos, porque en las guerras sólo vence la sinrazón.
Tal contrasentido legal tuvo lugar en España hace sesenta y cuatro años cuando el 93 % de los votantes aprobaron en referéndum la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado durante el verano de 1947, que establecía en su primer artículo la concepción de España como unidad política de un Estado católico, social y representativo, que, de acuerdo con su tradición, se declaraba constituido en reino.
Pero fue un reinado muy singular, único y fraudulento, porque en tal reino no reinaría un rey, sino la persona que determinaba el segundo artículo otorgando la Jefatura del Estado al “Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, don Francisco Franco Bahamonde”.
Es decir, que los españoles de la época habitaban en un reino, sin rey, administrado por una cohorte de silenciosos monárquicos, reconvertidos por obra y gracia de los cañonazos en seguidores fieles de sí mismos, con el pretexto de apoyar al victorioso militar sublevado.
Muerto seis años antes Alfonso XIII en Roma, un dictador sin corona ni corte real, instauraría un extraño modelo de Estado ilegal que homologaron él y sus innumerables siervos e incondicionales beneficiarios del contradictorio régimen monárquico-dictatorial, recordando que también jugó a ello Miguel Primo de Rivera con el Borbón Alfonso, para justificar el sin sentido.
No obstante, tuvieron suerte los españoles con el modelo impuesto por el Generalísimo de los ejércitos de tierra, mar y aire, porque su lugarteniente Carrero Blanco intentó nombrar rey a Franco el 1 de octubre de 1942, siguiendo los pasos de Espartero, que fue Jefe de Estado regente durante la minoría de edad de Isabel II, gozando el honor de ser el único militar que ha recibido el tratamiento de Alteza Real.
De haber prosperado la idea del almirante asesinado, la madre de la concursista bailadora hubiera reinado en España junto a al garañón del marqués. Afortunadamente, – ¡qué cosas! – Franco se contentó con pasearse bajo palio por las alfombras religiosas, de iglesia en iglesia, como Santísimo sin corona.
En medio de tanta arbitrariedad, abuso, ignorancia, ilegalidad y confusionismo, el falangista Fernández Cuesta tuvo la inspiración necesaria para resolver la situación ante sus camaradas definiendo el régimen establecido como ¡reino republicano! Tampoco se quedó atrás el inventor del grito ¡Arriba España!, Rafael Sánchez Mazas, proponiendo que se trataba de una “monarquía guerrera”. Y el inefable fascista Ernesto Giménez Caballero calificó, el 29 de enero de 1942, la incalificable situación como “monarcato”, del que Franco fue Caudillo por la gracia de Dios, ante una Iglesia complacida, sin que nadie le haya pedido todavía explicaciones por ser tan graciosa.