BICICLETEROS POR LAS ACERAS
Lo que tenía que pasar, pasó. Hacía meses que venía pronosticando el atropello de un inocente peatón en el espacio que se supone reservado para él, y al final la triste realidad se ha puesto de mi parte, obligándome a lamentar mis predicciones.
Al doblar la esquina, un cicloacera se ha llevado por delante a un niño y han tenido que coserle la cabeza en el hospital y escayolarle un brazo, mientras el padre juraba en arameo, prometiendo linchar al irresponsable bicicletero que circulaba con su máquina por la acera.
Si para proteger a los viandantes de los vehículos a motor fueron creados los espacios salvacoches, ¿cómo amparar hoy a los caminantes urbanos de los pedaleadores que invaden impunemente su espacio?
Circular con bicicletas por las aceras es un nuevo peligro para los indefensos peatones – es decir, para todos -, que exige solución urgente por parte de los concejales de urbanismo de cada ciudad. O se destierran a una isla desierta a estos deportistas de marioneta o se construyen pasos elevados sobre las aceras para los peatones o se dota de un garrote a los transeúntes.
Sabido es que pisar en Alemania un carril bici es más peligroso que poner el pie en la calzada, y cruzar la carrilera velocipedista más inseguro que detenerse en una avenida de cien carriles. Pero nosotros lo hemos mejorado llevando a los peatones el riesgo de acabar en un hospital, si se atreven a pisar la acera.
Se quejan los ciclistas de que no tienen carriles en la ciudad y del peligro que para ellos representan los vehículos motorizados, y como injusta solución invaden las aceras con las consecuencias ya descritas, y las que están por venir, si quienes deben velar por la seguridad de de los peatones continúan mirando para otro lado.
Ante una desgracia mayor que el descalabro o la fractura ósea no tendrán cabida las lamentaciones ni los perdones, porque se está avisando del posible quebranto desde hace años, sin éxito alguno.
Hago público que pocas cosas me molestan tanto como que pasear por las aceras llevando detrás una bicicleta pidiendo paso con el timbrecillo, hasta el punto de hacer cuanto puedo para dificultar su paso, molestándome el adelantamiento cuando el irrespetuoso abusón da un pedalazo definitivo dejándome atrás, para irse a por el siguiente peatón.
Lo curioso es que estos personajes suelen presumir de ecologistas, sin saber qué significa ni los compromisos que esa afiliación implica. Y lo contradictorio es que protesten contra el avasallamiento de los coches sobre ellos y no duden en doblegar a los peatones con sus pedaladas por espacios que no les corresponden.