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Etiqueta: Buendía

QUIMERA

QUIMERA

Pasado el tiempo, mantenemos las mismas utopías de siempre, como si las hojas del calendario no conocieran el otoño y la verdad de la vida cotidiana siguiera ocupando el punto ciego de tu globo ocular, dando la espalda a la terca realidad. ¡Qué cosas tenemos las personas! Por supuesto que el mundo sería diferente si en las cúpulas del poder estuvieran los que deberían estar.

Conseguir que nos dirijan los mejores es la gran quimera que todos pretendemos, a la que se añaden otras como la honestidad en la vida pública, la igualdad de oportunidades, el respeto a otras ideas, la libertad de opinión, la protección del débil, la independencia del poder judicial o la aplicación del principio fundamental de mérito y capacidad para seleccionar los candidatos que promocionan internamente en la administración pública. ¿Pero qué nos hemos creído? Nada es como pensamos, ni como deseamos y ni cómo debería ser.

Si los puestos técnicos en la administración estuvieran ocupados por los más capacitados para ejercerlos, la prevaricación en las comisiones de selección no formarían parte de nuestras conversaciones diarias. Si los dirigentes políticos fueran seleccionados entre los ciudadanos más capaces y honrados, no estaríamos en el ranking de países con más amiguismo y corrupción. Si todos los jefes de departamentos universitarios fueran como queremos que sean, García Calvo nunca hubiera propuesto la demolición de la Universidad. Si los responsables educativos se parecieran algo a Don Francisco Giner, otro gallo cantaría a nuestra educación. Si los autoridades imitaran el estilo de Don Fili, discutiríamos menos entre nosotros y los bandos sólo darían nombre a una plaza de la ciudad.

Para ocupar un sillón en este país hay que dar muchas cabezadas al cabo del día, llevar durante años la cartera del jefe, reírle sus estúpidas gracias, soportar su mal humor, hacerle el trabajo sucio y tragar más sapos que grullas y culebras. Hay que trepar durante más tiempo que el requerido para fotografiarse luego en el despacho con el flash de magnesio, cuyo destello llenará el salón de humo denso, tóxico y sucio. Ingredientes necesarios para realizar la gestión que se tiene encomendada.

El trepa que busca acomodo institucional debe hacer voto de obediencia a sus promotores como única forma de sobrevivir a su incurable, penosa y mutilante incompetencia natural. Ineptitud que debe ocultar a sus inferiores engolando la voz para darle más resonancia gutural, apelando al Boletín Oficial para ejercer el poder porque su liderazgo natural no alcanza la patatera rosquilla de su líder cósmico.

Muchos que llevan años hablando de España siguen confundiendo estatura con grandeza, acomodados en poltronas con el carnet del partido entre los dientes que les impide hablar con claridad, empequeñeciendo el país que dicen agrandar, porque eso es algo que solo se consigue situando en puestos de gestión a los ciudadanos más competentes para ejercerlos, aunque no lleven rosas en la mano, gaviotas en la solapa, naranjas en el bolsillo, círculos en la frente o victoriosas banderas bicolores rodeando su cuerpo.

Lo triste, amigos, es que no hay forma de romper este vicioso círculo de incompetentes que nos rodea y escapar de él. Entre unos y otros están consiguiendo que nos interesemos más por las falsas reconstrucciones históricas que hacen casposos escribidores, que por las deliciosas aventuras que Gabo nos relata magistralmente de la familia Buendía. Pero los que todavía seguimos creyendo en un país gobernado por los mejores, mantenemos en el pebetero de nuestra vida la antorcha de la esperanza y lucharemos por hacer realidad lo que hoy se antoja inalcanzable quimera.

POLÍTICO GABO

POLÍTICO GABO

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Quince meses hoy de la muerte de García Márquez es buen momento para recurrir al aristotélico “zóon politikon” recordando que Gabo fue un animal político en toda su extensión, desde la cuna colombiana hasta la tumba mexicana donde descansan, aunque su memoria se haya expandido desde la mítica tierra de Macondo al último rincón pisado por un terrícola.

Su compromiso político lo difundió en sus obras haciendo de ellas una autobiografía de pensamiento y compromiso social, porque «la política puede extenderse más allá o más acá de las instituciones propias del poder político», como podemos ver en la saga de los Buendía, donde no hay leyes prevotadas en parlamentos que regulen las relaciones sociales e institucionales que en la obra se ponen de manifiesto.

Su novela “La mala hora” refiere la dictadura del militar colombiano Rojas Pinilla, describiendo la represión en una zona rural cuyos vecinos luchan por una justicia y libertad que no llegan a lograr, donde los vencedores del bando conservador incomodan, provocan y agreden a los liberales.

El político inculto, violento y corrupto nos lo presenta en la dictadura encarnada por el anciano general Zacarías en “El otoño del patriarca”, que tenían que responderle la hora que él deseaba que fuera cuando preguntaba por ella, y no la marcada por el reloj.

El compromiso de Gabo con el socialismo no militante es evidente, entendido como sistema de progreso, libertad e igualdad, entre otras cosas porque se lo dijo él mismo a su amigo Plinio Apuleyo: “Quiero que el mundo sea socialista y creo que tarde o temprano lo será”, algo que no vio cumplido cuando murió.

GABO Y LA MUERTE

GABO Y LA MUERTE

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Los cataqueros de Macondo perdimos hace un año a nuestro vecino más ilustre y aún mantenemos el rumbo hacia la vieja aldea de los Buendía, para seguir soñando con el realismo mágico del más grande escritor en lengua castellana desde el cojo madrileño y el manco de Lepanto.

La muerte de Gabo nos ha dejado mudos a los macondeños virtuales y a la intemperie literaria, sin otro asidero que las páginas de sus libros, en las que hoy nos envolvemos para recordar sus palabras sobre la parca que nos dejó sin la novedad de nuevos libros a los lectores de medio mundo.

Quiso Gabo morirse de amor como pidió en vida, y de amor murió tranquilo sabiendo que su obra lo inmortalizaría, pero agradeciendo al amor su compañía en la hora final, para hacer a la muerte bondadosa y sin temores adicionales, porque nunca tuvo miedo a la desaparición imprevista sino a la rutina mortuoria de cada día.

Y murió Gabo feliz, viendo cumplido el deseo de una buena ancianidad por haber hecho en vida cuanto le vino en gana, pensando que la muerte no llega con la senectud, sino con el olvido que siempre le será ajeno, porque el secreto de la feliz vejez que acompañó su último suspiro fue por el pacto que hizo con la soledad.

“Con tal de que alguien se acuerde de una frase mía, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, le dijo a Luis Cañón en 1996, y abrazó tranquilo la muerte con la certidumbre de que todos hablaríamos del hijo de José Arcadio durante nuestra vida, sabiendo que “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

RELECTURAS

RELECTURAS

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Hay lectores voraces que consumen toda la literatura que pasa por sus manos; otros se circunscriben a un género literario concreto; algunos se instruyen con ensayos para acrecentar su erudición; y no faltan quienes leen portadas y contraportadas de libros antes de abandonar los textos en las estanterías domésticas.

Yo dedico mi preferencia a las relecturas de libros que me han complacido en su primera lectura, proporcionándome momentos de dulce bienestar, salvo cuando las investigaciones me han llevado a textos de obligada lectura para documentar mis libros.

Confieso mi rechazo a las novedades literarias por el espanto que me han producido algunas de ellas, y sólo me acerco a páginas nuevas cuando reiterados amigos en los que confío, me recomiendan la lectura de una obra, aunque no figure entre las más vendidas, junto a impresentables “ambiciones” de la princesa populachera.

La relectura evita que los árboles de la trama o el mensaje, impidan ver el hermoso bosque literario que un libro esconde en sus páginas, imposible de llevar a las pantallas, como le sucede a la historia de la familia Buendía, a las aventuras del señor Quijano, al maestro poeta sevillano, a los gitanos granadinos, al marinero de Isla Negra, a los sueños y buscones del cojo Villegas, al hijo de Gertrudis en Dinamarca y a los pocos escritores que en el mundo han sido.

En contra del sentir común, no creo que las imágenes valgan más que las palabras, sino todo lo contrario. Pienso que la fina artesanía de una frase bien trabada, es imposible mostrarla en imágenes por perfectas que éstas sean, como sucedió en Macondo, La Mancha, a orillas del Darro, frente al océano, por las calles de Madrid o en otros lugares.

Releer textos placenteros sabiamente literaturizados es revivir la felicidad que reportan a voluntad propia, sin prisas por llegar al desenlace, entreteniéndose en el camino cuantas veces requiera el placer de la lectura, retornando a la página anterior o saltando arbitrariamente de página, porque el argumento ya es conocido y solo se pretende alargar placenteramente las horas con la lectura.

GOLPE DE SUERTE

GOLPE DE SUERTE

Después de pasar tres días dando golpes a una bola de golf en los campos de La Valmuza, Zarapicos y Villamayor, compitiendo en el Gran Premio Aesgolf Ciudad de Salamanca, un golpe de suerte final me ha permitido ganar y llevarme una copa de plata y un jamón de bellota. No está mal.

Me refiero que no está mal por el jamón, claro. Pieza nutritiva que degustaré con la familia y amigos cuando regrese de mi periplo gallego, porque ahora tengo unos días comprometidos con dos nuevas conferencias en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca y en el Foro Faro de Vigo.

Golpe a golpe (sin verso a verso) he pasado tres jornadas soleadas y felices con otros tantos “golfos” capitaneados por mi hermano Benito, que tuvo la generosidad de invitarme a disfrutar de la adicción que tengo por este deporte, comparable a la que me produce escribir en la bitácora, concluir un nuevo libro, releer las desventuras de don Alonso Quijano o los avatares de la familia Buendía y darle el toque final a un cuadro.

Pero si la fortuna me hubiera abandonado me tocaría pagar la invitación a jamón y no podría lucir trofeo. Por eso quiero agradecerle a esta señora su compañía durante las tres jornadas. Si para triunfar en la vida es de gran ayuda recibir la sonrisa de la suerte; para ganar un torneo de golf, es imprescindible su presencia. No sólo por la fortuna que pueda acompañar al ganador, sino por la mala suerte que hayan podido tener quienes le siguen en la lista.

Tal vez, si la caprichosa bola no hubiera seguido el camino del hoyo en un golpe afortunado a sesenta metros de distancia, ni yo tendría trofeo ni podría dar cuenta de un jamón de bellota rodeado de buena gente y acompañado de una botella de vino de Ribera de Duero.

Estáis invitados.