3 – OPINIÓN
Voy a exponer en esta página, con todos sus matices, la visión de las cosas que vaya registrando con el objetivo de mi cámara mental, que en algunos momentos será pesimista, y en otros irá cargada de nostalgia. Habrá confidencias, guiños, deseos, complicidades y denuncias. Acuerdos y desacuerdos. No faltará la visión crítica, si procede, pero evitando siempre la ofensa personal, que a nada bueno conduce. La ironía y el humor nos acompañarán siempre que sea posible. Y la sinceridad como telón de fondo permanente. Quiero verter en este apartado mi alma de ciudadano y voy a hacerlo con desinterés y buena intención, consciente de que algunos no lo verán así. Pero tampoco me importa demasiado porque en ningún momento escribiré al dictado de actitudes indeseables que de antemano detesto en este saludo inicial.
Sé que algunas de mis opiniones pueden llegar a perturbar el ánimo de quienes no desearían oírlas, entre otras cosas porque ciertas personas están acostumbradas al halago fácil y, en su mediocridad, consideran enemigos a quienes no comparten sus criterios o critican sus actuaciones, aunque esa crítica vaya guiada por la mejor intención y no pretenda otra cosa que iluminar el camino. Algo difícil de conseguir, porque el error es una cualidad del hombre y, además, no siempre tengo aceite en mi candil.
OPINAR
Quienes limpian, fijan y dan esplendor a nuestra lengua, nos dicen que opinar es discurrir sobre las razones, probabilidades o conjeturas referentes a la verdad o certeza de algo. Esto convierte la opinión en el dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable.
De aquí podemos extraer tres corolarios. Primero, que sólo puede opinarse sobre aquello que sea opinable. Segundo, que las opiniones no tienen rango de verdades absolutas, estando obligados los humanos a ir por el mundo con los errores a cuestas. Y tercero, que puede opinar sobre lo opinable todo aquel que quiera opinar.
Respecto a las dos primeras inferencias hay poco que decir, pero la tercera de ellas merece una reflexión, y la vamos a hacer.
En una larga charla con Fernando Savater en Bruselas, convine con él en que todas las personas tenían derecho a dar su parecer, pero que las opiniones no tenían el mismo valor, sobresaliendo la voz del experto sobre la improvisada palabra de quien ignora el objeto de opinión. Verdad de Perogrullo no siempre tenida en cuenta porque en democracia cierto es que el voto de todos los ciudadanos tiene el mismo valor, pero no ocurre eso con la opinión de cada cual.
Ello no quiere decir que mis opiniones en el blog estén por encima de lo que otros piensen, pero sí pido que se me permita rechazar los juicios infundados o que falten al respeto personal, porque las opiniones pueden no ser consideradas, pero las personas que las sostienen siempre tienen que ser respetadas.
Opinar es debatir, poner ideas sobre la mesa para ser discutidas, analizadas, y consensuadas o rechazadas. Opinar significa aceptar que muchos vecinos próximos y lejanos estarán en desacuerdo con lo opinado, porque la realidad es poliédrica y la verdad completa no habita en un solo domicilio.
Los juicios han de someterse a la disciplina de la razón, y no al revés, porque son los argumentos la base de toda convicción y las razones los elementos a utilizar para lograr la persuasión del contrario. (13.03.2011)
PATRIOTEROS
Exceptuando a la gran marioneta dragonera de Telemadrid que confesó al Loco de la Colina lamentar profundamente haber nacido en este país, el resto de españoles somos personas que amamos a la patria que nos ha dado vida. Sobre todo quienes hemos vivido durante años en diversos países europeos como exiliados de lujo en instituciones europeas, sintiendo como el vallisoletano ya fallecido, que la patria de cada cual es su infancia.
Pero hay excesivas personas en la piel de toro alardeando interesadamente de patriotismo. Tantas, que confunden a ciudadanos ingenuos con su cinismo, porque son muy ruidosos los graznidos de estos aguiluchos cuando ascienden en círculo en busca de la presa.
El patrioterismo, como alarde propio del patriotero, encubre en el cinismo sus propios intereses, consiguiendo embaucar a los bienintencionados con sus cantos de sirena, sin que estos vecinos perciban el depredador que se esconde bajo la piel de merina que les envuelve.
El patriotero suele emplear las grandes palabras como calderilla sin tener en cuenta las consecuencias de esa malversación de valores porque su amor a la patria no pasa de ser una ficción en la vida para estas aves carroñeras que se pasan el día sobrevolando sobre la necesidad ajena. Cuando dicen patria, en realidad están hablando de patrimonio; del suyo, por supuesto. Si mencionan la bandera se refieren a la banda y bandadas de estómagos que esperan dejar hambrientos en el banquete; y al discursear sobre los símbolos del país sólo piensan en los bordados de sus camisas. Sí, porque para ellos no existen más divisas que las monedas extranjeras o las que distinguen a los toros que ellos presencian desde la barrera.
LÍDERES Y MEDIOCRES
Sin negar la crisis económica que tenemos encima, me parece la sequía que padecemos de verdaderos líderes, que con su capacidad, testimonio, generosidad y honradez puedan sacarnos a flote, algo impensable hoy día porque estamos en manos de mediocres personajes con apariencia de sabios.
Esta mediocridad que nos envuelve es hija predilecta de una época caracterizada por el engaño, la simulación, la farsa y la impunidad a que nos han llevado quienes pretenden enmascarar sus intereses personales con palabras que han perdido ya su significado en el diccionario y su valor en la ética ciudadana.
Sus protagonistas, los mediocres, pretenden ocultar las escasas cualidades personales que atesoran sacando pecho, dando voces y pisando fuerte, creyendo que de esa forma saldrán de la mediocridad que les invade, sin darse cuenta que por ese camino se hunden todavía más en ella, aunque traten de disimular su estatura poniéndose tacones o subiéndose sobre los demás para alcanzar el nivel que ambicionan. Su atrevimiento, por ignorancia, les lleva a asumir tareas que corresponden a ciudadanos que se encuentran en el escalón superior, es decir, a los líderes naturales que, por su capacidad de trabajo, su nivel intelectual, su claridad mental y su honradez personal, son merecedores de los puestos que les usurpan los mediocres.
Estos grises dirigentes se caracterizan por su servilismo al jefe y su despotismo con los subordinados. Confunden los medios con los fines, y tienen un gran surtido de chaquetas en su armario. Son testarudos, arrogantes e incultos. Se interesan por los envoltorios, y cuando les señalas la Luna, ellos ponen su atención en el dedo. El techo intelectual de los mediocres es el enciclopedismo, y son incapaces de abrir caminos nuevos porque su conservadurismo mental les limita la creatividad necesaria para ser geniales. Por eso les aturden las novedades y tienen tanto miedo a la libertad.
Su inseguridad y desconfianza les hace rodearse de otras personas aún más mediocres y manejables que ellos, temerosos que un líder en escalones inferiores pueda hacerles sombra y quitarles el sillón en cualquier momento. De esta forma se origina una degradante cadena de jefecillos intermedios, formada por eslabones cada vez menos eficaces que se prolonga irremediablemente hasta llegar a la incompetencia metafísica.
A los mediocres les gusta el halago fácil y la adulación permanente, por eso no soportan la mínima crítica a su gestión; en cambio, los líderes naturales prefiere las cosas bien hechas, son exigentes con su trabajo y la crítica les estimula a mejorar. Los mediocres son vengativos; los líderes, comprensivos. Los mediocres obligan a los indecisos; los líderes convencen a los dudosos. Los mediocres necesitan flases y luces que les iluminen; en cambio, los líderes brillan con luz propia. A los mediocres les gusta salir en la foto y atribuirse méritos ajenos; los líderes se enorgullecen de los méritos conseguidos por sus liderados, a los que estimulan intelectualmente. Los mediocres se creen que son locomotoras; los líderes no necesitan creérselo, porque lo son. Los mediocres negocian soluciones; los líderes consensúan acuerdos, para evitar que haya vencedores y vencidos. Los mediocres concitan miedo; los líderes transmiten confianza. Los mediocres ambicionan votos y poder; a los líderes les sobra prestigio y autoridad. Los mediocres viven de la imagen, los líderes de las ideas. Los primeros son patrioteros; los segundos, patriotas, que trabajan con entusiasmo para que la sociedad progrese más y mejor.
Los mediocres disputan, no dialogan; utilizan la fuerza porque carecen de argumentos; imponen sus decisiones, no las comparten. Adocenan, no estimulan. Desaniman, no ilusionan. Fingen tirar del carro, como los mimos de una cuerda. Mienten si conviene. Son ecos sin voz propia. Se creen imprescindibles. Imitan a sus jefes. Son leguleyos. Y, como ya se les advirtió en el templo de la sabiduría, los mediocres ganarán batallas pero nunca saldrán victoriosos de la guerra.
En todo lugar de la tierra los talentos están en las catacumbas, lejos del teatro político, dedicados a su quehacer profesional, que es el quehacer de todos, porque son ellos quienes tiran realmente de la sociedad. A esos verdaderos líderes naturales tenemos que mirar y a ellos debemos dirigirnos para pedirles que nos libren de la mediocridad que nos rodea.
Y los necesitamos ahora más que nunca, porque nunca la desmoralización social ha mostrado tan de cerca su verdadero rostro. Nunca, como ahora, se han cotizado tan bajo los valores humanos en la bolsa de la vida. Tenemos que reclamarlos ahora, justo en el momento en que comienzan a desteñirse algunas banderas progresistas. Debemos exigir su presencia en este momento porque los necesitamos para administrar con fortuna esta sociedad en crisis, pluricultural y multiétnica en la que vivimos. Hay que contar con ellos ahora, más que nunca, porque son los únicos que pueden quitarles las tijeras a los mediocres que recortan nuestra futuro con total impunidad, ante el silencio estupefacto de la mayoría.
A esos líderes naturales tenemos que dirigirnos para pedirles que den la cara y salgan de los despachos, andamios, hospitales, aulas, comercios y fábricas, porque somos muchos los que estaríamos incondicionalmente a su lado en este momento. (19.3.2011)
DEDO
Muchos ciudadanos piensan que la herencia dejada por los partidos políticos de generación en generación es ideológica, y se equivocan. La herencia política que se dejan unos dirigente a otros tiene mucho que ver con los trasplantes de órganos, pues se dona el dedo índice, que expertos cirujanos de las organizaciones injertan con destreza en la mano derecha de los sucesores.
Tal vez no todos sepan que se ha llamado al índice “dedo napoleónico”, como expresión de autoritarismo, porque es imagen de todo menos de conciliación y diálogo. Si el apéndice se levanta frente a la cara del adversario es para amenazarle, amonestarle o mandarle algo desde el pedestal. Sus principales cualidades son la autoridad y la ambición. Por eso cuando se anarbola el índice ante la cara de un oyente, lo que menos se pretende es hablar con el susodicho. Además, dicho tentáculo se utiliza para señalar al exterior, como hace la estatua de Colón en su peana. Es decir, sirve para indicar lo que está fuera de nosotros, por eso pocos dirigen el índice hacia sí mismo con ánimo de estimular un poco la autocrítica.
Si algún político encara su dedo a la frente del interlocutor no es para decirle amablemente “tu cara me suena”, sino para advertirte amenazante “no me olvidaré de tu cara, chaval”. Y si se desplaza el dedo horizontalmente frente a la cara de oyente es para advertirle que no va a pasarle ni una. Y si lo hace oscilar verticalmente es para prevenirle de los castigos divinos que le esperan cuando empiecen a llegar al cielo ciudadanos sin calificación en la asignatura de religión dentro del boletín de notas. A veces, cuando se apunta directamente con el dedo al cuerpo de los oyentes, éstos se esconden bajo la mesa para evitar que una bala perdida los haga protagonista de algún daño colateral imprevisto. Y es que el músculo extensor del dedo índice tensa también las mandíbulas, y los músculos faciales, abriéndole los ojos del acusador hasta el límite que permiten sus párpados sin que los glóbulos oculares se desorbiten, se erice el cabello y acorte el frenillo lingual.
El dedo índice del político no señala, apunta; no indica el camino, ordena seguirlo; no representa el número uno, sino un disparo al aire; no señala al cielo, avisa de los excrementos que se vienen encima; no previene de lluvia inmediata, sino que anticipa castigos celestiales; no es batuta musical, sino vara de mimbre. El dedo índice del político no señala los renglones a los iletrados, sino incluye en el Índice inquisitorial a los intelectuales discrepantes; no señala las estrellas, anuncia tempestades; no sirve para masajear las sienes, sino para eliminar pequeñas adherencias de las fosas nasales; no dice “mi caaaasa”, sino “mi vooooto”. El político emplea su dedo en la acupuntura política para trepanar los cerebros y dejar bien lavadas las mentes discrepantes.
Pero, sobre todo lo dicho, el dedo índice es el fundador del digitalismo, lepra profesional y social que permite a lameculos e incompetentes ocupar puestos que no les corresponden, sólo por razones de servilismo, parentesco o amistad. (20.3.2011)
ALDEANISMO
Aldeano es la persona que vive en una aldea, lo cual es tan digno como sobrevivir en la ciudad, y en tal contexto no tiene connotación peyorativa alguna. Pero yo quiero referirme al aldeanismo mental que llevan encima muchos ciudadanos de pequeñas y grandes urbes, sin apercibirse de ello porque confunden la boina con el cerebro.
El aldeanismo tiene que ver con la estrechez de miras y el aislamiento voluntario. El espíritu aldeano conjuga bien con la autorrepresión y desconoce la libertad; tiene una visión sesgada del mundo y una concepción endogámica de la vida. Confunde formación con adoctrinamiento. Prefiere el diminutivo al aumentativo; el comparativo al personal; y en él predomina el adjetivo sobre el sustantivo. En la aldea mental se levantan capillas en cada portal, se hacen debates rosados en los tendederos de patios vecinales y se discute de fútbol en los bares, mientras los listos del pueblo rapiñan todo lo que pueden en medio de tanto despiste.
Ser aldeano es una actitud vital, una categoría del espíritu y un estado de ánimo, que nada tiene que ver con el dinero, la raza o el origen. El aldeano tiene buena memoria para las ofensas, escasa capacidad de olvido y nula disposición al perdón. Este miope cerebral disfruta bajo el orbayo desprendido de la niebla y es presa fácil de los depredadores que buscan al sur del sirimiri los bobos que calan sus huesos. Menudean los caciques en este mundo local. Hombres sin escrúpulos, económicamente fuertes y socialmente fuertísimos, que no tienen reparo en hacer cuanto proceda para llegar hasta donde marca su ambición, porque los aldeanos se lo permiten.
Cuando hablamos de aldeanismo, estamos hablando de desconfianza, envidia y comadreo. De miradas tras los visillos, de gratuitos tuteos, de comentarios entre bastidores, de cobarde valentía, de direcciones obligatorias y de índices señalando por las esquinas. Hablamos de control sobre entradas y salidas; sobre la ropa que se viste; sobre el coche que se tiene; y sobre el piso que se habita. Aceptar el aldeanismo es conformarse con el desacuerdo; silenciar la injusticia; participar en la murmuración; tolerar lo prohibido; permitir la manipulación y aceptar el abuso.
Los aldeanos mentales son tradicionales en sus gustos y conservadores en sus preferencias políticas. Confunden limosna con solidaridad y lealtad con sumisión. Viven de la opinión ajena. Como sólo conocen dos tiempos verbales, son incapaces de bucear en el futuro para ganar la vida de quienes vienen detrás. No pueden imaginar la parte oculta de un iceberg, y su miedo irracional a lo desconocido les impide asomarse al exterior por encima de la tapia. Temen los cambios y le asustan más las novedades que el pedrisco. Por eso la creatividad no tiene espacio en su territorio. Sus dirigentes se pasan media vida mirándose el ombligo, y la otra media delante del espejo. La escasez mental de estos culturetas les aconseja, por ejemplo, contratar danzarinas más altas para evitar que bailen de puntillas.
El individualismo enfermizo, la ignorancia de los derechos, el incumplimiento de las obligaciones, la demonización de los oponentes, y la institucionalización de la chapuza, son otras señas de identidad del aldeanismo, a las que pueden añadirse la anorexia cultural, la falta de diálogo, el hermetismo social, la tristeza ambiental, la banalización de las cuestiones, la descontextualización de los problemas, la superficialidad y el galapaguismo.
La aldea mental también tiene sus cortijeros, y la consecuencia inmediata es que estas taifas medievales son terreno abonado para el amiguismo y las reboticas. Los cortijeros empalizan la aldea para evitar que nada llegue a ella ni pueda salir nada. Bloquean los caminos que facilitan el acceso a la villa e impiden el desarrollo de un comercio ajeno al tradicional para salvaguardar la identidad que les falta.
Te he encontrado en la Red y doy las gracias por encontrar tu pensamiento, que me he permitido postear en «mentiras de la crisis» desde hoy te seguiré. Muchas gracias.
No me había fijado….¿El mapa mundi que aparece arriba a la derecha, encima del contador de visitas, con cruces amarillas, representa la gente que estamos conectados al blog? PUES YO SOY LA DE DUBAI. Te seguiré por todo el mundo, hasta el fin del mundo Paco. Un beso, Silvia.
Estoy de acuerdo con Dario Pozo Ruiz, yo también he tenido la suerte de encontrarte y poder leer tus pensamientos, que son los míos.
¡Gracias maestro por aprender y enseñarme a ver mejor!