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MEMORIA DE UNA MADRE EN INCIVIL GUERRA

MEMORIA DE UNA MADRE EN INCIVIL GUERRA

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Con premio en el VI Concurso Literario Internacional “Memoria del corazón”, convocado por La Gaceta de Salamanca y titulando su narración como “Recuerdos de una niña de la guerra y de la post-guerra civil española”, describe Mercedes lo que fue la represión en Salamanca, mojando su pluma en la dolorida memoria de su madre.

Sin valorar la calidad literaria del relato sobre la historia personal vivida por una niña de seis años en años de barbarie, resulta sobrecogedora la descripción real de los hechos acontecidos en nuestra ciudad en aquellos días negros, donde no hubo guerra pero sí una represión implacable y despiadada contra los disidentes del golpe militar, como escribió Unamuno a su amigo Quintín de Torre el 13 de diciembre de 1933:

Me dice usted que esta Salamanca es más tranquila, pues aquí está el caudillo. ¿Tranquila? ¡Quiá! Aquí no hay refriegas de campos de guerra, ni se hacen prisioneros de ellas, pero hay la más bestial persecución y asesinatos sin justificación. Y encarcelan e imponen multas –que son verdaderos robos- y hasta confiscaciones, y luego dicen que juzgan y fusilan. También fusilan sin juicio alguno.

La denuncia de un vecino llevó al abuelo de la narradora a la cárcel por ser de izquierdas, no tener bautizados a sus hijos y ser acusado de manchar con tinta la placa que daba nombre a la calle Generalísimo. En la prisión de la Aldehuela vino el tormento de la incertidumbre por el fusilamiento, si el caprichoso azar decidía que le tocaba al abuelo formar parte del grupo de fusilados que esperaban “en capilla” turno de matanza al día siguiente, acabando en la basura la cacerolita de comida que su esposa le llevaba cada día.

Jornadas de racionamiento donde la familia del encarcelado tenía que subsistir con una panilla de aceite, algo de azúcar, un poco de harina y el bollito de pan diario, para sobrevivir malamente hasta que el detenido salió de la cárcel y volvió a su empleo en la RENFE, con la oportunidad de encontrar un escondite donde guardar la comida, que la madre de Mercedes llevaba en un pucherito para despistar a los vigilantes con su infancia.

Estremecedor relato extensivo a tantas familias salmantinas que pasaron por similar trance, muchas de ellas con peor desenlace del que la autora del relato nos cuenta en dos páginas cargadas de vida, historia y dolor, que nunca debieron producirse y que jamás deben repetirse en nuestra ciudad, ni en cualquier otra parte del planeta donde continúan hoy sucediendo hechos semejantes.

RÉGIMEN COLEGIAL EN EL RENACIMIENTO SALMANTINO

RÉGIMEN COLEGIAL EN EL RENACIMIENTO SALMANTINO

Colegio de Calatrava 1896_thumb[2]

El retorno a las aulas tras las vacaciones navideñas, cuando a Salamanca regresan los estudiantes foráneos para ocupar los Colegios Mayores de la ciudad, nos da pie a recordar cómo era el régimen interno de tales centros en época renacentista de máximo esplendor del Estudio salmantino.

Los Colegios Mayores gozaban entonces de gran prestigio y reconocimiento en la población y entre los propios estudiantes, pues fueron concebidos para educar hombres bien nacidos y virtuosos, a los que se exigía delicada cortesía, refinada urbanidad, capacidad de sufrimiento, demostrada piedad, humilde obediencia, probada castidad, firme voluntad, mucho trabajo y asentada modestia.

En principio se construyeron para ayudar a los estudiantes procedentes de familias humildes que demostraran capacidad intelectual para el estudio y un espíritu disciplinado, con objeto de evitar que se perdieran talentos útiles al reino sólo por falta de recursos económicos.

Los colegios estaban ocupados por becarios, familiares, criados, capellanes, personal de servicio y los llamados porcionistas que iban sólo a recibir lecciones y a comer, pero que dormían siempre en casa de sus padres. El horario de los internos era duro, pero más flexible que en los conventos.

En los Colegios no se podía practicar ningún tipo de juegos, ni recibir visitas de mujeres, ni tener disputas entre ellos, ni gozar de diversiones frívolas y mundanas, porque la banalidad no tenía cabida estatutaria en estos centros, aunque la realidad fuera muy distinta a lo reglamentado.

Durante el curso se levantaban a las seis de la mañana, para ir directamente a la capilla a celebrar la misa, antes de tomar la primera colación que precedía a las clases de Prima. A las diez tenían la segunda colación a base de verduras, carnes, pescados en salazón y quesos, después de la cual se les concedía una hora de descanso. Transcurrido este tiempo, pasaban al estudio o a la biblioteca donde realizaban las lecturas y trabajos encomendados por los profesores, antes de la tercera colación que tenía lugar a las cinco de la tarde, casi siempre a base de cocido o legumbres calientes. Después pasaban al estudio comunitario hasta el momento de matar velas que coincidía con las diez o las once de la noche.