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Etiqueta: aprendizaje

MADUREZ, DIVINO TESORO

MADUREZ, DIVINO TESORO

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Discrepo de los nostálgicos emparentados generacionalmente conmigo, que añoran la juventud huida de las manos como tesoro divino que fue, sin percibir que tienen con ellos el vellocino de oro de la madurez, tras haber pasado el calvario juvenil, donde solo el vigor gratifica la existencia.

Etapa joven inestable, turbulenta, conflictiva, insegura y agitada, que hace del aprendizaje, pesadilla; de los errores, costumbre; de la ignorancia, cretinez; de la aventura, afición; y de la pujanza, soberbia; sin percibir la coetaneidad excluyente de diferencias temporales, permitiendo al azar abrir rendijas en el muro de la edad cuando el infortunio juega al escondite con la antojadiza parca.

La mala digestión de los codiciados ritos iniciáticos provoca vómitos emocionales juveniles que la madurez ha superado. Las contradictorias propuestas de familiares a los deseos personales y complicidades amistosas deslizan el inestable futuro de la juventud por el filo de la navaja que divide la realidad y el deseo.

Madurez estable enfrentada a las turbulencias y desajustes juveniles. Armonía interior frente a vulnerabilidad adolescente. Seguridad profesional frente a la incertidumbre laboral de los principiantes. Consolidación afectiva, frente a inestabilidad emocional de los amores alternativos. Firmes decisiones frente a inestables criterios sin firme asidero. Y predicciones futuribles frente a hipótesis volanderas.

La madurez aporta conciencia interior y percepción exterior, inalcanzable en la juventud por su déficit experiencial, escasa prudencia y menguada sabiduría, propia de quien camina a sobresaltos con andaderas inestables hacia la paciencia, estabilidad, constancia, reflexión, tolerancia, coherencia, pericia, templanza, experiencia y personalidad propia de la madurez.

SESIONES DE CLASE

SESIONES DE CLASE

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Recién comenzado el curso académico, recuerdo las sesiones de clase compartidas durante más de tres décadas con jóvenes esperanzados por alcanzar la vida que esperaba, pero desganados por el tedio de la tarima y aburridos ante la rutinaria tarea que recomenzaba tras el descanso estival descubridor del “verano del 42”, inolvidable refugio donde todos estuvimos amparados algún día.

En las sesiones de clase se ejecuta el plan previsto horas antes, con actividades escolares de motivación, aprendizaje y evaluación, acordes con la metodología adecuada para desarrollar cada objeto de aprendizaje, utilizando materiales de apoyo en un tiempo prefijado de antemano.

El sentido profesional avisa al profesor en qué momento debe introducir el chascarrillo que provoque la sonrisa, el comentario que relaje la tensión intelectual y la broma que divierta a todos. Porque las clases tienen que ser divertidas y relajadas, para introducir en ellas menos temor y más humor, de forma que los alumnos se lo pasen bien mientras incorporan aprendizajes en su estructura cognitiva.

A lo largo del tiempo ha cambiado el perfil de profesor, el modelo de alumno, la metodología, las interrelaciones, las actitudes y el tratamiento personal, hasta el punto que todo lo vivido por mi generación tiene escaso parecido con la realidad actual. No porque la clase en sí misma sea otra cosa, no. Las sesiones de clase mantienen un duende, una emoción, un encanto, un riesgo y una seducción, a la que es difícil substraerse.

Son la quintaesencia de la profesión docente, donde es preciso darlo todo, hasta lo que no se tiene, porque el periodo de clase representa el momento de máxima tensión intelectual en la tarea escolar, siendo a la vez la actividad más estimulante y satisfactoria de cuantas comparten docentes y discentes, representando el mayor reto al que enfrentan juntos, aunque algunas veces domine la indiferencia, el desinterés y el bostezo.

ENSEÑAR A APRENDER

ENSEÑAR A APRENDER

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Me expresa un amigo abogado el disgusto que tiene al no conseguir que su hijo mejore las notas escolares, a pesar de los esfuerzos que él hace a diario ayudándole en casa y estudiándose previamente las lecciones de Física  que luego le explica al muchacho, vaya usted a saber cómo.

Tres cosas le advertí afectuosamente, que reproduzco aquí por si algún lector pasa por el mismo trance de este amigo. En primer lugar, le aconsejé superar la obsesión por las notas, algo comprensiblemente incomprensible para los padres, en una sociedad montada sobre la competencia académica, donde las notas cobran un desmedido valor que no merecen, una importancia de la que carecen y un mérito que no tienen.

En segundo lugar, conviene aclarar algo tan simple como que enseñar no es lo mismo que aprender. De la misma forma que no es igual comprar que vender,  pues no siempre que se muestra un producto al cliente, este lo compra, aunque las posibilidades de venta aumentan proporcionalmente a la capacidad del vendedor.

Todo el mundo puede intentar enseñar algo pero no todas las personas están capacitadas enseñarlo, consiguiendo que el aprendiz incorpore significativamente los conocimientos a su estructura cognitiva. Para enseñar se necesita tener un oficio que es ajeno a quienes ignoran algo tan elemental, porque la «letra con castigo y sangre no entra».

Finalmente, en tercer lugar, es hora de hacer un espacio en la enseñanza no universitaria, a los contenidos procedimentales y actitudinales, olvidando el tradicional enciclopedismo conceptual que demandan los ignorantes educativos, para dedicar más esfuerzos a enseñar a pensar y aprender con autonomía a los jóvenes, si queremos garantizarles un futuro de éxito en metas superiores, estimulando capacidades de aprendizaje autónomo para que puedan cabalgar por sí solos en el maravilloso mundo de los conocimientos.

EL PLACER DE APRENDER

EL PLACER DE APRENDER

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Entre las complacencias que nos brinda la vida, ocupa lugar preferente el gusto por aprender, la fruición por desentrañar lo desconocido, el placer de interpretar la realidad, la satisfacción por comprender el mundo y el deleite al descifrar el misterio, siendo el aprendizaje un estímulo para dar con las claves que conducen al bienestar interno.

Puede aprenderse lo desconocido en el seno de la hermética organización escolar o en la sabia y libertaria escuela de la vida que nos enseña a vivirla de forma placentera, aunque algunas veces tengamos que esforzar la vista espiritual para leer la letra pequeña que figura en el reverso de sus páginas negras.

Si de mí dependiera, pondría en el frontispicio de todos los centros escolares el lema: “Aprended más de lo que sabéis, para ser más felices de lo que sois”, porque el conocimiento conduce inevitablemente al placer, abriendo las puertas a la verdadera felicidad que no puede adquirirse en taquilla alguna.

La gozosa esperanza de saber algo nuevo alienta nuestro ánimo hacia el aprendizaje, porque son pocos los placeres comparables al inagotable conocimiento de lo ignorado, sabiendo que nunca llegaremos a saberlo todo individualmente, pero con la seguridad de que entre todos llegaremos a conocer lo que personalmente ignoramos.

La búsqueda de la sabiduría es una tarea fascinante y divertida que nos obliga a leer con ojos del alma y sin premura; a oír los sonidos del espíritu en la quietud del silencio; a conversar con el viento profeta de bonanza; a oler el aroma de las cosas hermosas; y acariciar con suave tacto las novedades que cada día nos ofrece al despertar.

Pero la experiencia vital del aprendizaje exige estar muy despiertos para saborear los hechos y degustar momentos que enriquecen nuestra cultura, sabiendo que no podremos transmitirlos en la clave genética que heredarán nuestros descendientes, porque todos los conocimientos que atesoramos a lo largo de la vida, se irán con nosotros el día que emprendamos el gran viaje que a todos nos espera.